Dios actúa de forma poco convencional
Tesoros
[God’s Unconventional Ways]
No os conforméis a este mundo, sino transformaos. Romanos 12:2
Cuando leemos acerca de los grandes personajes y profetas de Dios de toda la Biblia, se podría asumir que todos eran personas respetables de la sociedad y ciudadanos destacados de su comunidad. Pero si nos fijamos en los relatos bíblicos de algunos de sus famosos personajes, veremos que los grandes «santos» solían tener una vida poco convencional. Fueron hombres de fe comunes, con defectos, que sencillamente creyeron a Dios, siguieron Sus indicaciones y obedecieron Sus mandamientos, aunque no tuvieran ni idea de por qué les estaba pidiendo Dios que hicieran ciertas cosas.
En ocasiones, Dios les pidió que hicieran cosas contrarias a sus expectativas y razonamiento naturales. Fueron personas que anduvieron por fe y no por vista (2 Corintios 5:7), que obedecieron por fe simplemente porque Dios se lo pedía. A veces hasta discutían con Dios y le decían que tenía que haber una forma mejor de hacerlo. Pero cuando dejaban que Dios hiciera lo que Él quería y obedecían por fe, comprobaban que Dios tenía un plan y que el método de Él era el mejor para que se cumpliera Su voluntad.
Con frecuencia se ha dicho que Dios escribe derecho con renglones torcidos, y si estudiamos la vida de los personajes famosos de la Biblia que fueron instrumento de Dios, no queda duda alguna de ello. La milagrosa intervención divina en la historia de la humanidad demuestra que quien está obrando es Dios y no el hombre, y por tanto Dios recibe toda la gloria por Sus proezas y Su inmensa grandeza (Salmo 150:2).
El Señor dice: «Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así son Mis caminos más altos que vuestros caminos, y Mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8-9). A lo largo de la Biblia, con frecuencia Dios obró de maneras inesperadas, incluso poco convencionales, poco ortodoxas, contrarias a la mentalidad natural del hombre.
La Biblia dice: «Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable» (1 Pedro 2:9). Los que verdaderamente aman y siguen al Señor siempre serán diferentes de la inmensa mayoría de incrédulos del mundo; serán un pueblo que ha escogido los caminos del Señor por encima de los caminos del mundo.
Normalmente el mundo ve las cosas de muy distinta manera que Dios. «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1 Corintios 2:14). Jesús incluso dijo: «Porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación» (Lucas 16:15).
¡Imagínate cómo debió de ver el mundo de su época a Noé cuando de pronto se puso a construir un barco gigantesco en tierra firme! Se afanó día tras día durante 120 años hasta que por fin terminó su inmensa embarcación. Era algo totalmente inimaginable y ridículo, tan completamente irrazonable que sin duda debieron de pensar que Noé había perdido la cabeza. Nadie había intentado jamás nada parecido y ni siquiera se veía propósito alguno en hacer algo así.
Pero Noé y sus hijos obedecieron a Dios y construyeron la nave a pesar de todo, advirtiendo fielmente a un mundo incrédulo de los inminentes castigos divinos. Y aunque se rieron y se burlaron de Noé, el Diluvio vino tal como Dios dijo que ocurriría, y las mismas aguas que anegaron al mundo impío de su época, salvaron literalmente a Noé y a su familia elevando el Arca por encima del mundo. (V. Génesis, capítulos 6-8.)
Otro personaje que se salió mucho de la norma en el Antiguo Testamento fue David, el rey más grande de la historia de Israel. Cuando Samuel, el profeta de Dios, fue a Belén a ungir a uno de los hijos de Isaí para que fuera el próximo rey, conoció al hijo mayor, Eliab, y pensó: «Sin duda que este es el ungido del Señor» (1 Samuel 16:6). Pero el Señor le dijo a Samuel: «No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura […]. La gente se fija en las apariencias, pero Yo me fijo en el corazón» (1 Samuel 16:7).
Después de entrevistarse y examinar detenidamente con oración a cada uno de los otros seis hijos de Isaí, Samuel dijo: «El Señor no ha escogido a ninguno de estos. ¿Son estos todos tus hijos, Isaí?» Isaí respondió: «Queda aún el menor, pero está apacentando las ovejas». Samuel lo hizo llamar y en cuanto David entró en la sala —al que su padre ni siquiera había pensado que lo pudieran elegir— el Señor le dijo a Samuel: «Levántate y úngelo, porque este es el que Yo he escogido para que sea rey» (1 Samuel 16:12).
Poco tiempo después tuvo lugar el célebre enfrentamiento entre David y Goliat. En principio el rey Saúl se negó a permitir que David se enfrentara al gigante, comprendiendo que aquel pastorcillo no podría hacer frente a un soldado tan fuerte. Pero cuando Saúl vio que no lograba disuadir a David, insistió en que éste llevara su armadura real y su espada. Pero David no quiso hacerlo y marchó a la batalla armado con su cayado de madera, una honda y unas piedras.
Para el gigante Goliat fue tal insulto ver a un adversario de aspecto tan debilucho que exclamó con desprecio al verlo acercarse: «¿Soy acaso un perro para que mandes a un muchacho a luchar conmigo con palos?» (1 Samuel 17:43). Pero David le gritó: «Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en nombre del Señor de los ejércitos, a quien tú has provocado. Y el Señor te entregará en mi mano y sabrán todos los presentes que el Señor no depende de espada ni lanza: ¡Porque del Señor es la batalla y Él te entregará en mis manos!» (1 Samuel 17:45-47).
A continuación David cargó su honda, corrió hacia Goliat y le arrojó una simple piedrecita, y el filisteo mordió el polvo de la derrota. El Señor obtuvo así una gran victoria, de una forma totalmente contraria a lo que hubieran podido imaginar o pensar los curtidos generales y consejeros del ejército israelita.
Otro ejemplo lo podemos encontrar en la historia de Gedeón. Gedeón era el sencillo hijo de un campesino, pero el Señor estaba con él y se encontró al frente de un ejército de Israel de 32.000 hombres. Antes de entrar en combate con las fuerzas inmensamente superiores del enemigo, «los madianitas, los amalecitas y los hijos del oriente estaban tendidos en el valle como langostas en multitud, […] innumerables» (Jueces 7:12), el Señor sorprendió a Gedeón diciéndole: «El pueblo que está contigo es mucho para que Yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se alabe Israel contra Mí, diciendo: “Mi mano me ha salvado”» (Jueces 7:2).
El Señor le dijo a Gedeón que enviara a casa a 31.700 hombres, dejándolo con un grupito minúsculo de apenas 300 soldados. Luego el Señor le dijo a Gedeón que dividiera a sus 300 hombres en tres escuadrones, y armó a cada hombre con una trompeta y un cántaro vacío con una tea ardiendo en su interior. Luego, amparados en la noche, se acercaron sigilosamente al extenso campamento enemigo y lo rodearon por todos lados. A la orden de Gedeón, sus hombres se pusieron a gritar, a tocar sus trompetas y a romper los cántaros a un tiempo.
Los madianitas se quedaron tan sobrecogidos y aterrorizados al despertar en medio del estruendo y estrépito de 300 cántaros que se quebraban al mismo tiempo, junto con el deslumbramiento repentino producido por 300 fuegos que los rodeaban por todas partes, y encima el tremendo alboroto de la orquesta de 300 trompetas de Gedeón, que fueron presa del pánico y en la confusión comenzaron a matarse unos a otros. Entonces todo el ejército echó a correr dando gritos y huyendo, y el Señor puso la espada de cada uno contra su compañero y todo el ejército huyó ante Gedeón (Jueces 7:15-22).
Qué manera tan poco gloriosa y convencional de ganar una batalla. Pero fue Dios el que obró por medio de la banda de Gedeón para conquistar al enemigo. Gedeón e Israel solo pudieron darle a Dios las gracias por la victoria, porque se podría decir que todo lo que hicieron fue bastante absurdo: romper cántaros, menear antorchas, tocar trompetas y gritar como descosidos. ¿A quién se le podría atribuir la victoria por tal batalla sino al Señor? Lo que hizo Gedeón fue indudablemente importante, tuvo que creerle a Dios y seguir Sus indicaciones.
El mayor ejemplo de la manera tan poco ortodoxa que tiene Dios de hacer las cosas que desafía lo convencional lo podemos ver en el nacimiento, vida y muerte de Su Hijo, Jesús. Habría sido mucho más respetable y aceptable que el Rey de reyes hubiera nacido en un palacio rodeado de ilustres cortesanos y con todo el honor y elogio de Roma. Pero no, Dios decidió que Su Hijo viniera al mundo en un establo en medio de vacas y asnos, y que lo envolvieran en trapos y lo acostaran en un pesebre, un comedero de animales, en presencia de unos pastorcillos que se arrodillaron en el suelo ante Él para adorarlo.
El sentido común nos indica que Jesús habría tenido un comienzo mejor y más respetable si hubiera contado con la aprobación y bendición del mundo de Su tiempo. Pero en vez de tener por padre terrenal a un destacado potentado, a un hombre influyente y poderoso, Dios escogió al carpintero José, un humilde artesano de la madera. Y en vez de ser bien recibidos y honrados por el mundo, José y María se vieron obligados a ser fugitivos de la injusticia, tuvieron que huir con el niño Jesús a un país extraño para salvar la vida.
Y fijémonos en la clase de discípulos que escogió Jesús: en vez de eruditos escogidos del Sanedrín —el tribunal religioso judío donde recibían instrucción los doctores de la ley y los dirigentes religiosos de la nación—, escogió a un grupo de pescadores comunes y a un despreciado recaudador de impuestos para que fueran Sus seguidores más íntimos. En vez de cooperar y procurar la bendición del poderoso sistema religioso y su jerarquía, hizo frente constantemente a los dirigentes religiosos de Su tiempo, haciendo caso omiso de sus convenciones y tradiciones.
La Biblia nos dice que Jesús hizo un látigo e irrumpió en el recinto del templo vapuleando a los cambistas por comercializar el templo, volcando las mesas y desparramando el dinero (Juan 2:14-16). Jesús incluso profetizó que el gran templo de Jerusalén, que era el centro de toda su religión, iba a ser destruido (Mateo 24:1-2). Con razón que lo acusaron de sacrilegio y blasfemia. Jesús sabía que tales acciones tendrían consecuencias y provocarían persecuciones y represalias de parte de los dirigentes religiosos, y así fue. Lo azotaron y lo ejecutaron públicamente, crucificándole cruelmente en una cruz entre dos ladrones.
Luego de Su resurrección, el Señor escogió a Pablo —siendo el mismo muy religioso—, para que fuera uno de sus principales apóstoles. Está claro que Jesús sabía que a los líderes religiosos judíos no les iba a gustar que uno de los suyos se convirtiera en un cristiano radical. A los mismos creyentes cristianos les costaba creer que su principal perseguidor se hubiera convertido de la noche a la mañana.
Pablo les escribió a ciertos cristianos bastante acomodados en Corinto: «Los apóstoles somos un espectáculo al mundo. Somos insensatos por Cristo, mas vosotros prudentes. Nosotros débiles, mas vosotros fuertes. Vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos perseguidos, y no tenemos morada fija. Somos la escoria, el desecho del mundo» (1 Corintios 4:9-13). Pablo luego sufrió persecución, encarcelamiento, azotes y muchas otras cosas por su fe, llevando el mensaje de la salvación al mundo de su época.
El tiempo y el espacio nos faltarían contando todas las formas no convencionales en que Dios obró a lo largo de la Biblia por medio de personas como Abraham, que dejó su patria por fe en obediencia a la promesa de Dios de que recibiría una herencia, y salió «sin saber a dónde iba» (Hebreos 11:8). O Moisés, que salió de Egipto —renunciando a todas las riquezas y el poder que podría haber tenido— para seguir a Dios y convertirse en un pastor en el desierto, para volver a Egipto 40 años más tarde y enfrentarse al faraón para liberar a su pueblo (Hebreos 11:23-28). O Pedro, Andrés, Santiago y Juan, que abandonaron de repente al negocio de pesca de sus familias para seguir a Jesús cuando los llamó diciéndoles: «Venid en pos de Mí y os haré pescadores de hombres» (Mateo 4:18-21).
Dios a menudo obra por medio de personas comunes y corrientes para llevar a cabo Su propósito y voluntad. La Biblia dice que «no muchos de ustedes son sabios, según los criterios humanos, ni son muchos los poderosos, ni muchos los nobles; sino que Dios eligió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte. También Dios escogió lo vil del mundo y lo menospreciado, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie pueda jactarse en Su presencia» (1 Corintios 1:26-29).
El Señor escoge y se vale de tales personas porque saben que sus propias ideas, fortaleza y prudencia no son suficientes, y por tanto ponen su confianza en Él y siguen Sus indicaciones. Están dispuestas a seguir el camino de Dios en vez de los caminos y convenciones del mundo. Como cristianos estamos llamados a seguir a Dios, Su voluntad y Su Palabra, no los caminos del mundo, sino el de Dios.
Si estás dispuesto a seguir a Dios, a compartir las Buenas Nuevas de Jesús con los demás, Dios te bendecirá y estará contigo. Dios no solo te bendecirá en esta vida, sino que te recibirá un día en casa y le oirás decir: «¡Bien, buen siervo y fiel! Entra en el gozo de tu Señor» (Mateo 25:23).
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en abril de 2024.
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