Déjà vu
Ruth Davidson
Casi todo el mundo ha tenido alguna vez un déjà vu, Se presentan de maneras variadas, a veces pueden ser insignificantes, pero otras pueden ser algo muy especial. Suelen recordarnos momentos muy hermosos de nuestro pasado. Me gusta el hecho de que suelen suceder cuando menos los esperamos, y a veces me he preguntado si mis déjà vus son implantados por el Señor. ¡Eso quiero creer! Para mí tiene sentido pensar que Él disfrutaría de usar nuestras propias experiencias, cosas que «ya hemos visto» o vivido en el pasado para traernos algo a la memoria.
Hace poco tuve un déjà vu, y creo que fue el Señor quien lo ideó. Sucedió que cuando salía de la ducha me raspé la rodilla con un banquito. No le hubiera dado mucha importancia de no ser porque la parte interior de la rodilla empezó a sangrar mucho, y me tomó algún tiempo vendarla. Iba a tener un día atareado, tenía mucho por delante, por lo que haberme lastimado era un verdadero inconveniente ya que me retrasaría mucho, y no me gustaba nada la idea.
Mi déjà vu comenzó mientras intentaba calmarme luego de este pequeño accidente. Vi que el raspón no había sido tan grave; sin embargo, estábamos siendo más precavidos con el uso del agua, luego del reciente huracán Harvey, porque viene más contaminada. Si bien era un inconveniente, recordé que debía confiar en el Señor para todas las cosas. En ese instante me vino a la mente un versículo, casi que lo podía escuchar: «Él es el Señor; que haga lo que mejor le parezca». Y lo primero que se me cruzó por la mente fue pensar: «¿Cómo podría surgir algo bueno de esto?» Pero al repetir la primera parte del versículo, «Él es el Señor», me vino una calma total y sentí mucha seguridad.
Me encanta cuando un versículo de la Biblia puede conducirte hacia varios caminos y laberintos. Me gusta cruzar referencias de versículos o leer los que preceden a uno o los que le siguen, y a veces me parece que es como resolver un acertijo o unir las piezas de un puzzle,o mejor aún, como enhebrar las perlas para un collar mientras voy buscando la manera correcta de aplicarlo a mi situación. Me senté y comencé a buscar el versículo en la Biblia. ¡Hasta que lo encontré! Está en 1 Samuel 3:18, y al leer más de ese capítulo, el dejà vu vino con total claridad. De pronto fui transportada a un momento, 47 años antes, en que no solo leí este mismo pasaje, ¡sino que además invoqué fervientemente las palabras de esos versículos para mi hijo que iba a nacer!
Mi esposo y yo vivíamos en Los Ángeles y realizábamos una obra misionera. En nuestra línea de trabajo veíamos respuestas a las oraciones todos los días, y no escaseaban los testimonios sobre vidas transformadas por Jesús. Una vez, ambos asistimos al parto de un bebé que fue muy especial. El ambiente estaba bañado de fe y oraciones, y casi que podíamos sentir la presencia de ángeles, aunque no pudiéramos verlos. Fue una experiencia tan hermosa y espiritual, que cuando miré a mi esposo supe que el deseo de su corazón era tener un hijo. Sin embargo, dos meses antes había perdido un embarazo, y como ya tenía dos hijos, me preguntaba si iba a poder tener otro. Mi salud no era óptima debido a una cirugía para extirpar un quiste en mi ovario derecho. Por esa razón, no estaba segura de si tendría la fortaleza física para otro embarazo. Sin embargo, había enviado una oración secreta y un deseo al Señor, parecido a lo que Ana había hecho en 1 Samuel, con la esperanza de que Él escuchara mi plegaria y me concediera el deseo a pesar del obstáculo potencial.
Poco después de mi oración y deseo llegó la primera confirmación. Llegué temprano a nuestra reunión de oración matinal de cada día, y mientras esperaba sentada, uno de nuestros compañeros de trabajo, dotado con el don de profecía, se me acercó, cerró los ojos y dulcemente posó su mano sobre mi cabeza, y dijo: «Darás a luz a un niño varón». ¡Me quedé helada y gratamente sorprendida! Mi respuesta desveló mi sorpresa: «¿Quieres decir que estoy embarazada?» Sin dudar y con fuerte convicción, me respondió: «¡Eso es lo que dijo el Señor!»
A partir de ese momento, me regía bajo esa promesa y lo tomé como una comunicación directa del Señor hacia mí. Cambié mi rutina de mucha actividad y me tomé las cosas con más calma en preparación para los meses venideros. Haciendo nuevamente una reflexión sobre el versículo en 1 Samuel 1:27, que dice: «Le pedí al Señor que me diera este niño, y Él concedió mi petición», me llené de fe. Ahora tenía un precedente en la Biblia al cual referirme, y mi situación parecía coincidir con la de Ana de la Biblia. Estos versículos me dieron la fe para orar por un hijo. ¡La felicidad que sentimos cuando se confirmó mi embarazo es indescriptible!
Cuando ya tenía unos meses de embarazo, me preparaba un día para ir a la playa con un grupo de testificación, pero comencé a tener pérdidas. Rápidamente volví a mi dormitorio, tomé mi libro favorito, El borde de Su manto, y lo leí de principio a fin, recostada en la cama. Las palabras de este pequeño libro que infunden tanta fe me brindaron un gran coraje para creer en lo que Él ya había prometido. Estar confinada a una cama por unos días era un precio muy pequeño de pagar por ver cumplirse nuestro sueño.
Llegado el momento, nuestro bebé nació de parto natural, y llegó a fin de término y en perfecto estado de salud. Lo llamamos Natanael. Resultó ser mucho más de lo que esperábamos… ¡todo y más aún de lo que habíamos deseado!
Estoy convencida de que cada parto es un milagro por sí mismo. ¿Qué podría ser más maravilloso que el nacimiento de un niño? ¿Y con qué se podría comparar? Solo Dios puede hacer una flor, una puesta de sol, una brizna de hierba, y lo más precioso de todo: ¡un bebé! Yo quedaba maravillada con cada parto y tuve el privilegio de presenciar la llegada al mundo de varios bebés. Los bebés lloran cuando llegan a este mundo, pero yo también lloraba cada vez que presenciaba un nacimiento, incluyendo el de mis hijos. Pónganse a pensar: estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. ¿Qué otra cosa podría ser sino un milagro de Su creación?
De modo que ese pequeño raspón en mi rodilla me hizo tener este inesperado déjà vu de mi pasado para ver que mi propia historia como la de 1 Samuel valía la pena. Para confirmar lo que el poeta William Cowper escribió: «Dios obra de maneras misteriosas para realizar sus maravillas. Deja las huellas de sus pies en el mar y cabalga sobre la tormenta.»
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