Dar gloria a Dios
Tesoros
Como cristianos que desean complacer y servir al Señor, se nos pide centrar nuestra vida en el Señor y Su Palabra y compartir Su amor y verdad con los demás. Jesús dijo: «El que permanece en Mí, y Yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Cuando cumplimos exitosamente una tarea o logro, ¿cuál debería ser nuestra reacción? Si le hemos entregado nuestro corazón y vida a Jesús, lo buscaremos a Él para que nos ayude y oriente, y por lo tanto le daremos a Él las gracias y el mérito cuando nos ayude a tener éxito.
La Palabra de Dios nos aconseja: «Díganlo los redimidos del Señor» (Salmo107:2), y «no se queden callados los que invocan al Señor» (Isaías 62:6). El Señor desea y espera de Sus hijos que lo conocen y lo aman que cuenten a otras personas que Él es su Dios, su esperanza eterna y su Salvador. No deberíamos avergonzarnos ni tener miedo de decir que pertenecemos al Señor, que vivimos para Él y que es Él quien nos ayuda a cumplir con Su voluntad. «Porque Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
Cuando encomiendas tus caminos al Señor y recuerdas que Él es quien obra en ti y a través tuyo para cumplir Sus buenos propósitos, puedes confiar en que Él te guiará y actuará en beneficio tuyo (Salmo 37:5). A medida que fielmente «buscas primeramente el reino de Dios y Su justicia», descubrirás que Él dirigirá tus pasos y te bendecirá (Mateo 6:33). Y conforme le reconoces en todos tus caminos, le glorificarás con tu vida y con el bien que Él obra a través tuyo (Proverbios 3:6).
Para cumplir verdaderamente la voluntad y propósitos divinos, primero de todo debemos reconocer de dónde procede la auténtica fortaleza: de depender del Señor, quien dijo: «Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).
En la Biblia se encuentra una historia referente al rey Herodes, un gobernante que «un día señalado, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre! Al momento —dice la Biblia— un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos» (Hechos 12:21-23).
Dios no mató a Herodes porque hubiese pronunciado un brillante discurso. Cuando no acalló a la gente por compararlo con un dios, sino que acaparó para sí mismo toda la gloria, Dios se mostró muy disgustado. «Por cuanto no dio la gloria a Dios».
¡Qué distinta la historia de los reyes, profetas y hombres de Dios fieles que aparecen en toda la Biblia, de quienes el Señor pudo valerse enormemente porque fueron fieles a Dios y le dieron a Él la gloria! Un gran ejemplo de ello es David, que siendo apenas un chiquillo, se presentó ante los enemigos de su pueblo y aceptó el desafío del gigante Goliat de enfrentarse a él en batalla.
Antes de lanzarse contra el gigante, David gritó a Goliat de viva voz, para que todos lo oyeran: «Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina; pero yo vengo a ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel» (1 Samuel 17:45-47). Cuando el Señor hizo el milagro y ayudó a David a triunfar sobre aquel gigante, todo el mundo supo que era por obra de Dios, pues David había proclamado el nombre del Señor y le había dado la gloria, aun antes de que Goliat fuera derrotado.
Como cristianos, debemos proclamar nuestra fe en Jesús como única esperanza de salvación, y como el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). Podemos dar testimonio de nuestra fe incluso cuando nos sentimos incapaces, sabiendo que como dijo el apóstol Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).
En el libro de los Hechos de los apóstoles, aparece otro excelente ejemplo de hablar a favor del Señor y de darle la gloria a Dios. Los apóstoles Pedro y Juan oraron por un hombre que era cojo, y que fue sanado al instante de manera milagrosa. La Biblia dice que «todo el pueblo, atónito, acudió a ellos maravillándose. Pero cuando Pedro vio aquello, reprendió a la multitud, diciéndoles: “¿Por qué ponen los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o nuestra piedad hubiésemos hecho esta buena acción? Dios ha glorificado a Su Hijo, Jesús, y por la fe en Su nombre fue que realizamos esta acción”.» (Hechos 3:11-13.)
Dice la Palabra de Dios: «No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar, en entenderme y conocerme, que Yo soy el Señor.» (Jeremías 9:23-24.)
¡Si de verdad estás convencido de algo, es natural que hables de ello, que alardees de ello, que en ello te gloríes! Si tienes un equipo deportivo favorito o simpatizas con un partido político, es natural que hables de ellos. Si tu trabajo te gusta y disfrutas de él, hablas de él. Si crees en Jesús y lo amas, hablarás de Él. Tal como dijo Jesús: «De la abundancia del corazón habla la boca» y «donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 12:34; 6:21).
Eso no quiere decir que debas convertirte en un teólogo erudito, sacerdote, predicador o líder cristiano, pero le puedes dar gloria al Señor donde sea que estés simplemente reconociendo y mencionando Su nombre y Su amor, y no demostrando vergüenza ni temor de contarles a los demás Su Palabra y Su verdad. Con solo decir «¡gracias a Dios!» cuando van bien las cosas, le estarás dando reconocimiento a Dios, y es un testimonio para los que te escuchan. Cada vez que compartas tu fe o le des un folleto del Evangelio a alguien, estarás actuando como testigo fiel. Aunque solo les digas a los demás: «Dios te bendiga», les recuerdas que Dios existe y es soberano.
Pero si no te sientes muy seguro de ti mismo, y te sientes incapaz de pronunciar Su nombre delante de la gente, consuélate pensando en los discípulos de la Iglesia Primitiva. Luego de que las autoridades religiosas les ordenaran que no hablaran más de Jesús a la gente, oraron fervorosamente: «Señor, mira sus amenazas, y concede a Tus siervos que con todo denuedo hablen Tu Palabra». Confesaron así sus debilidades y temores, imploraron al Señor que los ayudara, y Él les ayudó: «Y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la Palabra de Dios» (Hechos 4:29-31).
Jesús nos prometió: «Recibirán poder cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo, y me serán testigos» (Hechos 1:8). De modo que si sientes la necesidad de mayor poder para alzar tu voz hablando de Jesús y compartir Su Palabra y verdad con otros, pídele que te llene con el poder de Su Espíritu Santo, y Él lo hará.
Jesús dijo: «Cualquiera que me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de Mi Padre que está en los cielos» (Mateo 10:32). Sé fiel ahora en vivir y compartir tu fe en Jesús, y un día le escucharás decir: «Bien, buen siervo y fiel. Entra en el gozo de tu Señor.» (Mateo 25:21).
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2023.
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