Creer para ver
Marty
El final de otro año me lleva a registrar casi siete décadas en mis diarios. Casi no puedo creer que estoy diciendo esto. Ha sido un recorrido con altibajos y vericuetos, y memorias valiosas me infunden gratitud por esta vida. Al mirar atrás es fácil darse cuenta de que he sido muy bendecido.
Pero en nuestra juventud la retrospección es casi inexistente. Gran parte de la vida está en el futuro, con escasa experiencia a la que acudir en busca de sabiduría y orientación. Ambas cosas son esenciales para sobrevivir y prosperar, por lo cual se podría considerar un impedimento no contar con ellas desde el principio. Pero la realidad es que no las tenemos y el tiempo nos impulsa a seguir adelante.
¿Cómo podemos saber por dónde ir cada día? Supongo que la mayoría de la gente se hace esa pregunta en algún momento. En mi adolescencia no sabía mucho de Dios, y seguir mis propias ideas y pensamientos ya no me daba resultado. Había intentado encontrar un camino que me ayudara a progresar pero había fracasado. En pocas palabras, ya cansado de esa realidad, Jesús se presentó en mi vida.
Por primera vez me interesé en la Biblia y al poco tiempo descubrí por qué no me había dado resultado hacer las cosas a mi manera. «Porque Mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los Míos —afirma el Señor—.» (Isaías 55:8.) Me pareció muy razonable y fácil de creer.
A continuación, aprendí que ese libro está lleno de los pensamientos de Dios, y cada día empecé a descubrir algo nuevo. Ahora que estaba orientado hacia la fuente de sabiduría, empecé a absorber y aplicar su guía. «No tengas miedo; cree nada más» (Lucas 8:50). «Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él allanará tus sendas.» (Proverbios 3:5–6.)
Al estudiar el Nuevo testamento por primera vez, descubrí que la instrucción de creer se encontraba en todos lados. Mis primeros pasitos de bebé me ayudaron a avanzar de a poco, y eso me inspiró a seguir avanzando. Ya estaba caminando. Al no poder predecir el futuro, empecé a aprender a apoyarme en las promesas de Dios. El apóstol Pablo lo llamaba andar por fe, no por vista (2 Corintios 5:7).
Al igual que cuando una computadora se reformatea lentamente, mis viejos hábitos de preocuparme e inquietarme fueron sustituidos gradualmente por la confianza. Empecé a confiar más en la presencia de Dios, a confiar que Él nos cuida y actúa cuando creemos. Por momentos lo único que Él quería era que yo estuviera expectante. Pero la mayoría de las veces, me orientaba en lo que debía hacer, y obedecer Su llamado era esencial.
Tenía 20 años, soltero, y nunca había viajado a más de unos cientos de kilómetros de mi casa. Todo eso empezó a cambiar cuando creí y adopté la Biblia como un libro confiable y valioso.
Después me mudé a las Filipinas, y allí conocí a mi esposa durante los primeros meses. Menos de dos años después nos casamos. Cuando ella tenía casi 21 años y yo acababa de cumplir 23 nació nuestro primer hijo. Había comenzado la carrera que correríamos juntos, y durante más de 25 años viajamos al servicio del Señor como misioneros en seis países diferentes de la zona del Pacífico.
Durante esos años tuvimos la bendición de tener 10 hijos, los educamos en casa a todos hasta su adolescencia, y en cada país en el que estuvimos disfrutamos una rica experiencia cultural. En 2003, las circunstancias nos trajeron a Canadá a nosotros y a nuestros hijos menores que todavía estaban con nosotros. Desde entonces han pasado otros 20 años. Este año celebramos tranquilamente nuestro 43 aniversario y dentro de poco el nido estará vacío.
Todos estos años nos acompañaron los inevitables retos constantes de la vida. En Asia nos topamos con la necesidad de obtener visas, apoyo económico, educar a nuestros hijos con sabiduría, tener fortaleza y salud y todo lo demás. Como inmigrantes nuevos en Canadá tuvimos que empezar de cero en muchos aspectos y nunca fue fácil. Pero el modus operandi que les acabo de describir nunca nos falló.
Les cuento todo esto porque al igual que algunos en la actualidad, a mí me preocupaba el futuro. Las personas están rodeadas por la incertidumbre y lo que antes traía éxito, ya no funciona, lo cual genera la apremiante necesidad de saber en quién o en qué confiar que les ofrezca sabiduría y orientación. Si bien nadie puede creer por ti, espero que mi historia sobre lo que ocurrió cuando depositamos nuestra fe en Dios y en Su Palabra te sirva como evidencia de que Dios cuida a los que confían en Él. Es posible que algunos crean que nuestra historia fue pura suerte, pero nada dista más de la verdad.
Jesús una vez dijo: «Dichosos los que no han visto y sin embargo creen» (Juan 20:29). Durante años siempre interpreté que eso quería decir una cosa o la otra. Que debíamos creer pero que no podemos contar necesariamente con ver lo que creemos. Pero ahora entiendo que nos estaba enseñando el orden de prioridades, es decir, que si primero creemos, en algún momento también veremos la manifestación de Sus intervenciones en nuestra vida.
Hoy, en la antesala del nuevo año, mi oración es que descubras o vuelvas a descubrir esa fe en lo personal. Jesús vive, y las palabras que Él nos habla al corazón y a la mente son espíritu y son vida. Cuando las presiones y la incertidumbre te asedian y no sientes ni espíritu ni vida, Jesús y Sus promesas permanecerán inmutables. Sus palabras de amor, esperanza y aliento nos pueden sostener ante todos los obstáculos que se presentan en la vida. De joven me fue dada la gracia para creer que eso era verdad. Y ahora como un señor mayor veo que es cierto. No tengas miedo; cree nada más.
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