Creados para nuestra labor
Kimberly Coyle
Mi breve incursión en el mundo de la enfermería se inició sin visión de futuro, más allá de mi supervivencia y la de mis pacientes. Me motivaba el temor, en vez de la pasión por mi trabajo. En un intento de encontrar un trabajo que no fuera un agujero negro, pasé de hospitales a cuidado de pacientes a largo plazo y labores farmacéuticas.
En claro contraste con mi dudoso currículo laboral, mi padre dedicó todo su tiempo y energía —la vida misma— a la pequeña iglesia comunitaria que pastoreó durante 20 años. Era —y continúa siendo— un apasionado del cuidado espiritual. Fue un claro ejemplo de gracia y prédica de las buenas nuevas del Evangelio, con un profundo deseo de crecimiento, a nivel individual y colectivo.
Si bien dio lo mejor de sí año tras año, no aumentaron los feligreses en su iglesia. El cuidado de la salud espiritual de una iglesia no suele prestarse para la medición del éxito. La sociedad mide el éxito en números, en cambios tangibles que pueden verse, tocarse o contarse. ¿Cómo medir el impacto de una iglesia comunitaria en el espíritu de una persona? ¿Cómo considerar el éxito en familias que estrechan sus lazos y en hijos pródigos que vuelven a casa? Si empleáramos la vara de medida del mundo actual, no podríamos siquiera divisar su importancia. Intentaríamos catalogarlo de éxito o fracaso, pero nuestra perspectiva es temporal e indivisiblemente humana.
Luego de 20 años de servir a una congregación y de trabajar en aras del imperceptible crecimiento de su iglesia, mi padre se encontró al borde del colapso. Luego de un mes sabático en el que buscó la guía de Dios para su iglesia y carrera de pastor, sintió que Dios lo guiaba de vuelta al púlpito y a la misma congregación.
Realinear nuestra medida del éxito
Dios en ocasiones nos mantiene en situaciones al parecer imposibles. Nos provee el sustento y las fuerzas necesarias para la tarea que nos aguarda día tras día. Cuando la obra de nuestras manos parece inadecuada, Él la multiplica como los bíblicos panes y peces. Cuando fallamos, Él es más que suficiente.
¿Se encuentra el lector en una labor que dirige hacia el agotamiento? ¿Se encuentra entre quienes han escogido tomar una penosa vocación, llevando el peso de ella sobre sus hombros como el profeta lleva su manto? ¿Se siente exhausto, cínico y cansado de perseguir lo imposible y los ideales incalculables del éxito terrenal? Cobra ánimo, amigo. Existe una Persona que nos ha creado para el trabajo de nuestras manos. Su idea del éxito es enteramente de otra dimensión.
El salmista escribió: «Desde los cielos miró el Señor […]. Desde el lugar de Su morada miró sobre todos los moradores de la tierra. Él formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras. […] He aquí el ojo del Señor está sobre los que le temen»[1].
Quienes se encuentran en un lugar difícil y sienten que Dios no los ha liberado aún de su presente situación, permitan que estas palabras les infundan nueva vida. De ser necesario, busquen descanso. Reconsideren y realineen su medida del éxito con la verdadera definición que le da Dios.
Las profundidades esconden una fuente de vida. En Cristo se encuentra una reserva inagotable para quienes confían en que Dios ha creado su corazón para una tarea específica.
En ocasiones sentimos frustración, cansancio y el invariable peso de estándares imposibles de alcanzar. Para evitar ese desgaste podemos tomar un respiro y una temporada de oración. Otras veces, debemos aprender a depositar nuestra confianza en el llamado de Dios para nuestra vida, nutrida con el pan de cada día y segura en el conocimiento de que Dios nos ha creado para este lugar y estas personas.
http://www.thehighcalling.org/work/preventing-burnout-fashioned-work © 2001 - 2011 H. E. Butt Foundation. Todos los derechos reservados. Publicado con permiso de Laity Lodge y TheHighCalling.org. Artículo escrito por Kimberly Coyle. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
[1] Versículos del Salmo 33.
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