Correr la carrera que tenemos por delante
Tesoros
[Running the Race Set Before Us]
Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Hebreos 12:1
En Hebreos capítulo 11, conocido como «el cuadro de honor de los hombres de fe», la Biblia cuenta las historias de hombres y mujeres heroicos, llenos de fe, del Antiguo Testamento. Empezando con Abel, en el capítulo se da un breve resumen de la fe y obediencia de célebres personajes bíblicos como Abraham y Sarah, Moisés, Rahab, David y los profetas. En Hebreos 12, se describe la imagen de un estadio donde los corredores se disponen a participar en una carrera, y esos héroes de fe se describen como los que ovacionan en el estadio celestial, observando con gran entusiasmo a los creyentes de la actualidad que corren la misma carrera que ellos corrieron una vez.
Ya que estamos rodeados de una gran nube de testigos, se nos exhorta a despojarnos «de todo peso» (Hebreos 12:1), de lo que nos hace disminuir la velocidad, o que nos impide correr la carrera que Dios ha puesto delante de nosotros. En algunos casos, los corredores entrenan con pesos encima para fortalecer sus músculos y, a veces, el Señor permite que llevemos algunas cargas para fortalecer nuestros músculos espirituales. Pero cuando se consigue lo que se pretende con los pesos, se nos dice que es hora de dejarlos a un lado y correr la carrera.
Asimismo, se nos dice que dejemos de lado el «pecado que tan fácilmente nos enreda» (Hebreos 12:1) o que nos atrapa o que se aferra a nosotros. ¿Qué es el pecado? El Nuevo Testamento emplea una variedad de palabras cuando habla del pecado, el que se traduce como transgredir, no dar en el blanco, fracaso, maldad, desviarse del camino correcto, iniquidad, impiedad, incredulidad, desobediencia y apartarse. En síntesis, el pecado es apartarse de Dios, de Su Palabra y Su voluntad. Así pues «despojémonos también de todo peso y del pecado», de cualquier cosa que nos impida dar lo mejor de nosotros a fin de ser lo que Dios quiere que seamos e ir en pos de Su voluntad y Sus caminos en nuestra vida.
Entonces, después de despojarnos de todos esos pesos, distracciones y pecados, somos llamados a correr «con perseverancia la carrera que tenemos delante». No solo tenemos que creer en Dios, sino que tenemos que hacer Su voluntad y realizar la labor que nos ha encargado. Mientras te esfuerces por estar en Su voluntad y Sus caminos, estás corriendo la carrera.
Solo podemos tener aguante y perseverancia para correr la carrera al poner nuestra fe y confianza en el Señor. Si no mantenemos la mirada en Dios, podemos ser tentados a desanimarnos y a darnos por vencidos cuando surjan desafíos y estemos cansados. Sin embargo, el apóstol Pablo señala lo que está en juego y el sumo llamamiento que perseguimos: «Avanzo hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús (Filipenses 3:14).
Cada uno de nosotros ha sido llamado a correr una carrera que el Señor nos ha asignado, y vamos a correr con perseverancia la carrera que tenemos delante siendo fieles para seguir al Señor cómo y dónde nos ha llamado. La única manera de tener el aguante que necesitamos para correr y terminar esta carrera es teniendo «puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe». Tenemos que mantener la mirada en Jesús y considerar todo lo que Él soportó por nuestra salvación, de modo que no nos cansemos ni decaiga nuestro ánimo (Hebreos 12:2,3).
Mantener la fe
En su primera epístola, el apóstol Pedro escribe sobre el eterno regalo que hemos recibido en Jesús al «nacer de nuevo a una esperanza viva» y al obtener «una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará», que está reservada para nosotros en los cielos (1 Pedro 1:3,4). Seguidamente, habla de las tribulaciones y pruebas que todos los creyentes enfrentarán en esta vida: «Aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo» (1 Pedro 1:6,7).
La Biblia nos enseña que el Señor a veces permite que pasemos por épocas de padecimientos y pruebas para que crezca nuestra fe y nos acerque a Él. La historia de Job en el Antiguo Testamento nos da un buen ejemplo de esto.
Leemos en la Biblia que al hablar con Satanás Dios dijo de Job: «No hay ninguno como él sobre la tierra; es un hombre intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1:8). Sin embargo, Satanás desafió a Dios diciéndole: «¡No es de extrañar que te tema! Has puesto un cerco alrededor de él para protegerlo, has bendecido la obra de sus manos y le has dado muchas posesiones. ¡Deja que le dé una paliza y veremos si él permanece fiel!» (Job 1:9–12).
Así pues, Dios permitió a Satanás que infligiera muchas pruebas y aflicciones a Job. Perdió su familia, sus riquezas y su salud (Job 1:13–19). La reacción inicial de Job resonó en la Historia: «Postrándose en tierra, adoró». Y añadió: «El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Job 1:20,21).
A pesar de las terribles pérdidas de Job en todos los frentes y lo que luchó por comprender, el Señor obtuvo una gran victoria de lo que parecía ser una derrota catastrófica en ciernes. Cuando las cosas no podían irle peor a Job y su futuro no podía parecer más tenebroso, afirmó: «Aunque el Señor me mate, yo en Él confío» (Job 13:15). Este es un bello testimonio de alguien que manifestó una gran fe frente a grandes sufrimientos, una derrota ignominiosa y el abatimiento.
El Señor recompensó a Job por su fe. Leemos al final del relato que «el Señor restauró el bienestar de Job […], aumentó al doble todo lo que Job había poseído y […] bendijo los últimos días de Job más que los primeros» (Job 42:10–12).
Aunque algunas experiencias pueden parecernos muy dolorosas cuando las enfrentamos, tenemos la promesa de que Dios hace que «todas las cosas ayuden para bien a los que lo aman; esto es, a los que son llamados conforme a Su propósito» (Romanos 8:28). No solo ciertas cosas o algunas de ellas, sino todas.
De algo podemos estar seguros: Dios sabe lo que hace. Él nos ama y vela por nosotros como nuestro Padre celestial. Cuando no entendamos por qué ha permitido que nos pase algo, debemos seguir confiando en Él, y presentarle todas nuestras preocupaciones y ansiedades, sabiendo que Él cuida de nosotros (1 Pedro 5:7). No siempre podemos saber por qué Dios permite que sucedan ciertas cosas; y en algunos casos, puede que no lo sepamos hasta que lleguemos al Cielo. Su Palabra dice que así como los cielos están más altos que la tierra, así Sus caminos están más altos que nuestros caminos y Sus pensamientos, más altos que nuestros pensamientos (Isaías 55:9).
Uno de los grandes dilemas de la vida gira en torno a por qué Dios permite que le sucedan desgracias a la gente, y sobre todo a los cristianos, Sus hijos. Se nos hace patente parte de la respuesta a esa pregunta y comprendemos algunos de los motivos, pero no lo vamos a entender a cabalidad hasta que estemos en la otra vida, cuando tengamos una percepción panorámica del asunto. Pablo escribió: «Todo lo que ahora conozco es parcial e incompleto, pero luego conoceré todo por completo, tal como Dios ya me conoce a mí completamente» (1 Corintios 13:12).
Mientras tanto, debemos confiar en Dios a pesar de lo que enfrentemos, aunque no entendamos por qué suceden ciertas cosas. Quizás esa sea la razón por la que permite que nos pasen ciertas cosas que no entendemos, como lo que vivió Job: para poner a prueba nuestra fe mientras aprendemos a confiar en Él pase lo que pase. Como hizo Job, podemos recitar para nosotros mismos: «Aunque he enfrentado momentos difíciles y no entiendo la razón para ello, ¡confiaré en Dios! Aunque enfrento la pérdida de un ser querido o una dolencia me amenaza a mí o a alguien de mi entorno, confiaré en Dios. Aunque no entiendo lo que pasa en mi vida o en el mundo que me rodea, confiaré en Dios».
La Biblia incluso nos dice: «Que les dé gran alegría cuando pasen por diferentes pruebas, pues ya saben que cuando su fe sea puesta a prueba, producirá en ustedes firmeza» (Santiago 1:2,3). Esa es la mayor victoria de todas, cuando enfrentas desafíos aparentemente insuperables y sin embargo perseveras en tu fe y confías firmemente en el Señor. Eso complace al Señor en gran medida, cuando eliges confiar en Él frente a la pérdida, la tragedia, la catástrofe o la agonía.
Después de que Hebreos 11 recuerda a los mártires y los santos del pasado, el capítulo dice que «todos estos murieron en fe» (Hebreos 11:13). Eso fue lo máximo que se podría decir de ellos. Murieron sin haber recibido todo lo que Dios les había prometido —algunos incluso fueron mártires— pero nunca perdieron la fe; nunca se desanimaron. Murieron confiando en Dios, a la espera de la promesa de una futura patria celestial que Dios les había preparado (Hebreos 11:14–16).
A pesar de las pruebas y desafíos que enfrentamos los cristianos, podemos regocijarnos «con gozo inefable y lleno de gloria» porque sabemos que obtendremos como resultado de nuestra fe, la salvación de nuestra alma (1 Pedro 1:8,9). Podemos agradecer lo que tenemos, incluso en medio de los padecimientos y dificultades, mientras mantenemos los ojos en el premio prometido, el que nos espera al final de la carrera. Nos apoyamos en esta promesa de la Biblia: «Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a quienes lo aman» (Santiago 1:12).
Las reflexiones de Pablo, a medida que se acercaba al final de su vida, ofrecen mucho ánimo a todos los que aman al Señor. «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman Su venida» (2 Timoteo 4:7,8).
Que Dios te bendiga a medida que guardas la fe, corres la carrera y peleas la buena batalla de la fe, con la mirada fija en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe (Hebreos 12:2).
Publicado en Áncora en abril de 2025.