Comunicación celestial
«Señor, enséñanos a orar» (Lucas 11:1)
David Brandt Berg
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Rogar a Dios debería ser algo natural para todo verdadero hijo Suyo nacido de nuevo. Dios quiere que cada uno de Sus hijos, los que de veras lo conocen, establezcan comunicación directa y personal con Él, en vez de apoyarse en las oraciones de otros. Por lo tanto, cada uno de nosotros debemos aprender a comunicarnos de forma particular e íntima con el Señor por medio de la oración, que es el vínculo que tenemos con el Cielo, el teléfono divino entre el Cielo y nosotros.
Aunque nuestro Padre Celestial sabe de qué cosas tenemos necesidad antes de que nosotros le pidamos[1], a Él le gusta que reconozcamos que somos incapaces de resolver por nuestra cuenta todos nuestros problemas y que necesitamos Su ayuda. Le gusta que seamos humildes y queramos invocarlo, que reconozcamos Su poder y manifestemos nuestra fe en Él pidiéndole ayuda. Y entonces a Él, por supuesto, le gusta respondernos, no solo para recordarnos que lo necesitamos, sino también porque le gusta que apreciemos Su ayuda y que lo amemos a cambio, como cualquier padre.
Al Señor le encanta darnos respuestas a nuestras preguntas, soluciones a nuestros problemas y dificultades, y quiere que le pidamos Su guía. Él dice: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá»[2].
Llega incluso a añadir: «¿Qué hombre hay de vosotros que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?»[3]
No creas que tienes que resolver tú mismo todas las complicaciones que se te presenten y tomar todas tus decisiones. Póstrate en oración y recibe las soluciones de Dios. Él dice: «Clama a Mí, y Yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces»[4].
«Separado de Él nada puedes hacer[5]; pero con Él, todo lo puedes en Cristo que te fortalece»[6]. De modo que cuando de veras necesites ayuda, díselo a Jesús. «Echa sobre el Señor tu carga, y Él te sustentará. Echa toda tu ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ti.»[7] Jesús dijo: «Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga». Pero para ello puso una condición: «Venid a Mí»[8]. Cuando te acerques al Señor en oración y con fe, y le pidas las soluciones, te las dará.
En eso consiste la oración. No es un simple rito religioso, sino una relación viva. Como dice un himno:
Oh, qué gran amigo es Cristo:
Él llevó nuestro dolor.
Nos ha dado el privilegio
de buscarlo en oración.
Si vivimos desprovistos
de paz y consolación,
es porque no entregamos
todo a Dios en oración.
Joseph M. Scriven (1820-1886)
Las espaldas del Señor son muy anchas y pueden llevar cualquier carga, las cargas de todos juntas, además de la Suya.
Oír la voz del Cielo
Para muchas personas, la oración es un monólogo; las únicas que hablan son ellas. Dicen: «Oye, Señor, Tu siervo habla», en vez de orar como Samuel, el niño profeta, que a los cinco años dijo: «Habla, Señor, Tu siervo oye»[9].
La oración no consiste simplemente en ponerte de rodillas y decir lo que tú quieres, sino en dejar que Dios te diga también lo que Él quiere. Por eso cada uno de nosotros debe conocer personalmente al Señor, estar lleno del Espíritu Santo, dejarse dirigir de manera individual por el Espíritu a fin de poder buscar nosotros mismos al Señor y hallar por nuestra cuenta las soluciones que necesitamos en nuestra situación particular.
Todos debemos aprender a seguir a Dios y escuchar algo nuevo de Él todos los días. No basta con llenarse uno de inspiración una vez en la vida y conformarse con eso. Todos necesitamos escuchar a Dios. No es preciso que lo oigas en voz alta, que sea una voz audible. Puede ser simplemente ese «silbo apacible y delicado»[10] que sientes en tu interior. A veces ni siquiera se expresa con palabras, y es solo una impresión que te da. Dios no tiene que comunicarse forzosamente por medio de palabras; puede darte una simple sensación, una imagen o una idea.
El Espíritu de Dios es como una emisora que transmite a toda hora; uno solo tiene que aprender a sintonizarse. Si tienes un canal abierto y te sintonizas, el Señor te llenará; te llenará la mente, el corazón, los oídos, los ojos. Si crees, Jesús puede hablar en todo momento, en todo lugar. Lo que veas u oigas con los ojos o los oídos de tu espíritu, será lo que viene del Señor, y te reconfortará mucho.
Momentos de quietud
Si andas con prisas y apurado, inquieto e impaciente, no lograrás concentrar toda tu atención —tus ojos, tus oídos, tu pensamiento y tu corazón— en el Señor para recibir las soluciones a los problemas, las respuestas a las preguntas, las mejores decisiones para cada situación.
Él dice: «Estad quietos, y conoced que Yo soy Dios. En quietud y en confianza será vuestra fortaleza»[11]. Si quieres oír al Señor, tendrás que pasar unos momentos a solas, en silencio, en algún sitio, de alguna forma, a alguna hora.
Todo gran hombre de Dios, desde Moisés hasta Jesús, tuvo que retirarse a su montaña; y pasar allí, a solas, un tiempo en meditación, oración y comunión con Dios. Jesús tuvo que levantarse al despuntar el día, antes que Sus discípulos, y cruzar colinas a pie o subir a un monte para estar a solas con Dios y recibir las órdenes que le quería dar Su Padre aquel día[12].
Si estás tan ocupado con los asuntos del reino que descuidas tu comunicación con el Rey de reyes, puede resultar desastroso para tu vida espiritual y comunicación con el Señor. No se puede hacer la obra del Maestro sin Su poder y Su orientación, y para obtenerlos, es preciso que pases tiempo con Él.
El Señor resolverá muchas de tus dificultades aún antes que comience el día si escuchas lo que Él te quiere decir. Pero si te metes de cabeza en todos tus problemas y tu trabajo sin detenerte a hablar con el Señor, a recibir las instrucciones de tu Comandante en jefe, sería como si un soldado quisiera hacer la guerra él solo sin atender a las instrucciones del cuartel general, sin la orientación dispuesta por los mandos.
Todos necesitamos pasar unos momentos tranquilos y en silencio con el Señor para descansar y volver a llenarnos, beber el agua viva de Su Palabra y gozar con Él de la comunión de la oración. Es algo que te renueva totalmente, que te refresca por completo y te ayuda a ver las cosas de otra manera, con la perspectiva apropiada, te llena de inspiración nueva, te repone las fuerzas, y te da reposo, paz y alegría. Porque «los que esperan al Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán»[13].
«Reconócelo en todos tus caminos»
Jesús nos dijo que debemos orar siempre. Nos habló de la «necesidad de orar siempre y no desmayar»[14]. También dijo: «Velad y orad»[15]. Y Pablo dice: «Orad sin cesar»[16]. La oración es uno de los medios que emplea para mantenernos unidos a Él y continuamente en Su presencia, recurriendo constantemente a Él.
Es como respirar; respirar continuamente el Espíritu Santo; estar en constante comunicación con el Señor.
Él dice: «Fíate del Señor de todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas»[17]. Este es uno de los versículos más maravillosos de la Biblia, unas palabras a las que puedes aferrarte, sobre todo a la hora de tomar una decisión. No es necesario que conozcamos todas las soluciones, no es preciso que nos apoyemos en nuestras propias ideas o en nuestra prudencia; debemos apoyarnos simplemente en el Señor y en lo que Él nos indica.
Ora por cualquier cosa que tengas que hacer. El Señor siempre está a tu lado. Él dice: «No te desampararé, ni te dejaré»[18]. Él siempre está con nosotros. Nunca es Dios el que se aparta. Somos nosotros los que a veces no estamos allí, cuando nos vamos a otra parte y lo dejamos atrás; cuando nos olvidamos de invocar al Señor.
Ha prometido que si lo reconoces, enderezará tus veredas. Dice: «Oirás a tus espaldas palabra que diga: “Éste es el camino, andad por él”»[19]. Así que antes de comenzar cualquier cosa, pídele consejo al Señor. Asegúrate de que eso es lo que Él quiere que hagas.
Búscalo para todo, para cada dificultad y cada decisión, ¡y Él nunca te fallará ni te decepcionará!
Recompilado de los escritos de David Brandt Berg, publicado por primera vez en 1984. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2018. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Mateo 6:8.
[2] Mateo 7:7-8.
[3] Mateo 7:9-11.
[4] Jeremías 33: 3.
[5] Juan 15:5.
[6] Filipenses 4:13.
[7] Salmo 55:22; 1 Pedro 5: 7.
[8] Mateo 11: 28-30.
[9] 1 Samuel 3:10.
[10] 1 Reyes 19:12.
[11] Salmos 46:10; Isaías 30:15.
[12] Marcos 1:35; Lucas 6:12.
[13] Isaías 40:31.
[14] Lucas 18: 1.
[15] Mateo 26:41.
[16] 1 Tesalonicenses 5:17.
[17] Proverbios 3:5-6.
[18] Hebreos 13: 5.
[19] Isaías 30:21.
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