¿Cómo puedo cambiar las cosas?
Mara Holder
[How Can I Make a Difference?]
Hay un mensaje que lleva algún tiempo rondándome la cabeza. Últimamente cada vez que entro en las redes sociales, que lamentablemente también son mi fuente de noticias, he visto cosas que me angustian profundamente.
En las noticias están saliendo unos sucesos horrendos. Quizás estás viendo algunas cosas espantosas en el noticiero de hoy, y al igual que yo, te debates entre sentir ira hacia los que perpetraron los sufrimientos, guerras y opresión, y un sentimiento de desesperación por sus víctimas.
Cuando la gente hace comentarios al respecto, siempre dicen cosas como: «¡Es tan triste!», o: «¡Me horroriza que pasen estas cosas!» Aunque concuerdo con estas afirmaciones, siento que son inútiles. Decir que nos disgustan esos problemas de dimensiones catastróficas, ¿en qué va a ayudar a las personas a las que han trastornado su vida por completo? No les va a resolver nada.
Entonces, ¿qué puedo hacer? ¿Empaco un gran botiquín de primeros auxilios y viajo a una zona en guerra? ¿Recibo en mi casa a cinco familias que no tienen hogar? ¿Subo a YouTube un video que muestre la maldad del acoso? ¿Cómo puedo influir positivamente en problemas de tal envergadura que están afligiendo nuestro mundo y causando tanto daño a las personas?
Creo que es una pregunta universal que se ha hecho por miles de años la humanidad, sobre todo últimamente, cuando gracias a los medios de comunicación, estamos muy al tanto de todo lo que ocurre en el mundo. ¿Qué debemos hacer ante los espantosos sucesos que ocurren en el mundo? ¿Cómo podemos cambiar las cosas en situaciones de tal envergadura?
Algunas personas prefieren no enterarse ni preocuparse por el asunto. No miran las noticias; levantan una barrera ante todos los problemas. Otras personas están al tanto de las noticias y sufren de ansiedad, depresión y desesperanza porque los problemas parecen gigantes e imposibles de resolver o incluso de que se logre un mínimo cambio.
Otros llegan a la conclusión de que el mundo es un lugar donde el pez grande se come al chico y que simplemente tienen que preocuparse por sobrevivir. Piensan que está bien pisotear a los demás, porque si no lo haces, entonces otro te pisoteará a ti. También hay quienes, desesperados, llegan a la conclusión de que todo es una pérdida de tiempo. ¿De qué sirve tratar de ayudar a alguien? Pero esa actitud derrotista es deprimente y no logrará cambiar ni mejorar nada.
Otro enfoque es dar donativos a organizaciones benéficas, y considerar que con ello estamos haciendo nuestra parte. Aunque eso puede ser bueno e importante, ¿eso nos absuelve de cualquier otra responsabilidad sobre el estado del mundo o de las necesidades de los que nos rodean?
Últimamente le he dado muchas vueltas al asunto, me doy cuenta de que no quiero vivir con temor, ignorancia y depresión en cuanto al destino del mundo y hacia dónde se dirige. No quiero simplemente ignorar el ruego de las personas necesitadas.
En mi búsqueda de una respuesta —desde un punto de vista cristiano— a los problemas del mundo, eché un vistazo a la vida de Jesús. En la antigua Palestina existían un sinfín de problemas sociales, muy parecidos a los que actualmente enfrentamos: pobreza, enfermedad, sufrimiento, guerra, opresión e indiferencia.
La Biblia nos dice que «al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor» (Mateo 9:36). Jesús miró a las multitudes con compasión. También miró con compasión a cada persona que clamó por Su ayuda y los sanó: «Vino a Él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio» (Marcos 1:40-41).
A través de los Evangelios, vemos que Jesús ayudó a aquellos que le rodeaban. Sanó, alentó, bendijo y curó a persona tras persona. Les señaló el camino a la verdad, la salvación eterna y los auténticos valores duraderos. Y muchas de esas personas que fueron bendecidas, curadas y restablecidas de manera íntegra difundieron el gozo, las buenas nuevas y la bendición entre los demás.
Leemos sobre la mujer samaritana con la que Jesús habló junto al pozo, que corrió de vuelta al pueblo y proclamó: «Vengan, vean a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será este el Cristo?» Y por el testimonio que daba la mujer muchos salieron a ver a Jesús, y el resultado fue que «muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él» (Juan 4:28-30, 39).
¿Quién comprende la plenitud del efecto dominó que tuvo el encuentro con esa mujer? El efecto dominó que inició Jesús sigue en movimiento hasta el día de hoy, y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar para que así sea. Quizás no te sientas llamado a viajar a un país devastado por la guerra para proveer ayuda humanitaria, o fundar una obra benéfica para alimentar a los necesitados. Pero todos somos llamados a hacer nuestra parte para ser una luz en nuestra parte del mundo.
Cada uno de nosotros puede ser faro en medio de la oscuridad de este mundo. Podemos mostrar amabilidad y compasión. Podemos compartir un mensaje vivificante de salvación en Jesús que cambiará el destino eterno de alguien. Aprovecha cada día como una oportunidad de compartir el amor de Dios y las maravillosas buenas nuevas del Evangelio. Habla con la cajera del supermercado, sonríe al niño en el parque, dale las gracias al profesor, al policía, al cartero, al camarero. Sé cortes con el mendigo de la esquina. «A cualquiera que te pida, dale» (Lucas 6:30).
Y da un paso extra siendo además generoso. Entrega parte de tu tiempo, de tu dinero y de tu cariño a los demás. Considera cada encuentro con otra como una oportunidad de hacer brillar la luz de Dios para alegrar su día, brindarle esperanza y ser un ejemplo de Su amor.
Tal vez ni tú ni yo podremos cambiar el mundo entero, pero podemos marcar la diferencia en el pedacito de mundo que nos rodea. Podemos hacer nuestra parte para reflejar la luz y la esperanza del Señor en la vida de las personas con quienes nos relacionamos cada día, ya sea en nuestro trabajo, en nuestras actividades cotidianas o en nuestro vecindario. Podemos dar a otros la oportunidad de conocer al Señor y recibir Su regalo de la salvación mediante la fe en Jesús.
A pesar de que existen problemas de proporciones épicas en el mundo ante los que me siento impotente y lo único que puedo hacer es orar por la intervención divina, siempre hay alguien o algo cerca de mí que precisa de mi ayuda. Ahí puedo cambiar las cosas, y por la gracia de Dios mostrar el amor de Alguien que se preocupa por ellos más que nadie. Puedo reflejar el amor incondicional de Dios, Su interés y compasión a los que me rodean.
Cuando pueda prestar una gran ayuda, lo haré. Cuando pueda ayudar en cualquier cosilla, lo haré. Y sin importar en qué forma ayude, siempre recordaré las palabras de Jesús: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos Míos más humildes, por Mí mismo lo hicieron» (Mateo 25:40).
Que cada uno hagamos nuestra parte para reflejar el amor de Dios sobre los que nos rodean, compartir las buenas nuevas y mostrar Su compasión, amor y bondad a todos los que podamos.
Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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