Cómo lidiar con el temor
Mara Hodler
[Calling Fear Out]
El siguiente es un acrónimo de la palabra temor (fear, en inglés). Me parece que describe bien las aprensiones que en ocasiones sufrimos sobre problemas que ni siquiera se han hecho realidad:
F-False (Falsa)
E-Evidence (Evidencia)
A-Appearing (Que parece)
R-Real (Real)
Algunos temores están bien fundados. En dichos casos, el temor es sinónimo de prudencia, la cual nos impide realizar actos peligrosos. A lo que me refiero como temor es a la sensación de incapacidad que impide —a quien la siente— mejorar ciertos aspectos de su vida; los temores que te hacen pensar que eres incapaz o que no darás la talla.
Recuerdo numerosas oportunidades en las que renuncié a un objetivo a causa de mis temores. Esto sucedió más veces de las que puedo enumerar. Uno de mis mayores temores fue aprender a conducir. Al tomar el volante me sentía paralizada por un profundo terror. Por mi mente se cruzaban escenas horribles en las que perdía el control del auto y me estrellaba contra otro automóvil. Imaginaba que mataría o lesionaría a otras personas. En ocasiones pensé en lo tonta que puedo ser y en que podía pasarme por alto un semáforo en rojo. Me imaginaba golpeando otros automóviles al estacionarme.
La sola idea de aprender a conducir me robaba el sueño. Me acostaba en la cama y pensaba en cada una de las terribles situaciones que podrían ocurrir. A la mañana siguiente me sentía fatal. Sé que suena ridículo, pero en el momento era muy real.
Debo admitir que esas aprensiones se ensañaron conmigo. No pasé dos exámenes de conducción sencillamente porque estaba convencida de que nunca iba a aprender a conducir. Al final no tuve más remedio que enfrentar mis temores.
Y en el proceso de hacer frente a mis aprensiones sufrí un accidente. Choqué a otro auto mientras cambiaba de carril. Empecé a pensar que nunca volvería a ponerme al volante. Por fin tenía un buen motivo para nunca más volver a conducir. El accidente validaba mis temores. Pero al cabo de poco descubrí que la incapacidad de conducir se volvió un estorbo tan grande como mis miedos. Muchas de las actividades de las que deseaba participar requerían conducir. Además, era un inconveniente para otras personas que me tenían que llevar a todas partes.
En pocas palabras, tenía que superar ese temor. Y lo hice. Escogí un almacén de Walmart al que pensé que era fácil llegar y empecé a practicar el recorrido de casa al almacén y volver. Me estacionaba en la zona más alejada y tranquila del estacionamiento. Después de algunas semanas de conducción, caí en la cuenta de que otros lugares a los que tenía que ir quedaban muy cerca del almacén: a la vuelta de la esquina, a un par de semáforos, dando un giro a la izquierda en vez de a la derecha. Al poco tiempo me desplazaba con tranquilidad por toda la ciudad donde vivía.
Llegó el invierno. Las calles se llenaron de hielo y nieve, y seguí conduciendo. Nos mudamos a una ciudad más grande y aprendí a maniobrar entre el tráfico. Luego me instalé en el campo, donde aprendí a conducir largas distancias. Las autopistas congestionadas y el estacionamiento en parqueaderos repletos fueron solo una lección más.
Puedo asegurarles con alegría que mi temor a nunca aprender a conducir era solo una falsa evidencia que parecía ser real. Pero esa aprensión pudo haberme dejado encerrada en casa de no haberla superado un paso a la vez. El accidente pudo haberme convencido de que sin lugar a duda no podía conducir. Me siento muy feliz de haber superado ese temor, porque al hacerlo cambió un aspecto importante de mi vida. Poder conducir me ha permitido apoyar económicamente a mi familia y ayudar a otras personas que me necesitan. Además, me ha ayudado a eliminar la profunda sensación de limitación, frustración y —como seguro imaginarán— el miedo.
En la Biblia hay muchos versículos sobre el temor. Uno de mis favoritos es Isaías 26:3: «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera; porque en Ti ha confiado».
Al batallar contra el temor a conducir, me esforcé por seguir las instrucciones de ese versículo. Procuré concentrarme en Dios y en Su poder y habilidad para superar mis incapacidades. Podría decirse que se trata de un versículo de acción. Incluye una cláusula de antes y después. Dios nos dará Su paz si escogemos confiar en Él.
Me resulta más natural concentrarme en los pensamientos que producen temor e inquietud con respecto a cosas que podrían pasar que concentrarme en el poder de Dios y en recibir Su paz. Pero conviene recordar que el temor NO proviene de Dios.
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7).
El temor produce una sensación de debilidad y angustia. Pero Dios no quiere que nos sintamos así. Él desea producir en nosotros una sensación de poder, de amor, y no de tormento, incomodidad o incapacidad.
Para terminar, mi versículo favorito cuando no sé cómo lidiar con mis miedos: «Busqué al Señor, y Él me oyó, y me libró de todos mis temores» (Salmo 34:4).
Me encanta ese versículo. Es una alegre proclamación de lo que Dios hizo por alguien en un momento de angustia y temor.
Enfrentar el temor es parte importantísima de la vida. Algunas aprensiones son racionales y otras a todas luces infundadas. No obstante, cualquier temor tiene el potencial de mantenernos cautivos.
La buena noticia es que cada temor tiene su antídoto. Hay que concentrarse en el amor y en los cuidados que Dios nos prodiga. «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Juan 4:18).
Quienes lidian con alguna clase de aprensión deben entender que no tienen que vivir bajo esa opresión. Recordemos que Dios nos ama y desea que seamos felices, que nos fortalezcamos y prosperemos. Entenderlo nos permite enfrentar el temor.
Cuando el temor se interponga en nuestro camino nunca olvidemos que el único poder que tiene es el que le permitimos tener. Cada vez que se hace frente a un temor y se da un pequeño paso para superarlo con el poder de la Palabra de Dios, se avanza un paso más hacia la liberación del temor.
«Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis ni tengáis miedo […], porque el Señor tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará» (Deuteronomio 31:6).
Este artículo es una adaptación de Solo una cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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