Comienza con el salto
Recopilación
Lo miré mientras se balanceaba por la piscina y recorría, uno por uno, todos los aros que colgaban de arriba. Viéndolo daba la impresión de que era algo fácil, como si fuera un gimnasta que se deslizaba con facilidad por encima del agua.
—Voy a intentarlo —le dije a mi esposo, mientras salía del agua—. Voy a tratar de pasar por esos aros.
—¿En serio? Creo que es mucho más difícil de lo que parece —comentó Brad.
—Sí, bueno, de todos modos lo intentaré —le dije mientras me dirigía con pasos rápidos hacia la fila.
No importa que mis brazos sean muy delgados. No importa que solo logre hacer seis flexiones (lagartijas). Llegaré a dominar los aros. Me deslizaré por los aros y cruzaré la piscina como si fuera Jane de la jungla.
Me pongo en la fila, temblando, detrás de seis hombres de brazos fuertes. El hecho de que no hubiera otras mujeres en la fila me hizo detenerme un momento. El hombre que había observado antes sigue deslizándose por encima del agua cada vez que llega su turno, se agarra de los aros y luego los suelta con un ritmo grácil. Lo observo, estudio su técnica, me fijo en el ritmo que sigue.
Cuando por fin llega mi turno, me limpio las manos en mis piernas desnudas y agarro el aro con la mano derecha. Seguidamente, doy un paso agigantado hacia atrás y luego salto desde la orilla de concreto.
Ni siquiera llego al segundo aro. En cambio, me columpio hacia adelante, doy un manotazo al aire con mi mano izquierda, no logro alcanzar el segundo aro y luego me columpio hacia atrás de nuevo. No suelto a tiempo el aro. Mi cuerpo se golpea contra el muro de hormigón y me sumerjo en el agua fría como un pez muerto.
Salgo a la superficie farfullando; un montón de personas que están junto a la piscina me miran y me preguntan: «¿Está bien?» Un hombre solo exclama: «¡Uy!»
Noé todavía habla de la vez en que su mamá se golpeó en el muro de la piscina, cayó al agua y todos estaban mirando. Me estremezco al pensar en cómo me veía en mi traje de baño de dos piezas (tankini), sacudiéndome con torpeza, y que mi cuerpo chocara contra el muro como si fuera media res colgada de un gancho.
De todos modos, no me arrepiento de haber probado los aros de Tarzán. A pesar de mi ego dañado, me alegro de haberme esforzado en ese intento.
En la vida muchas veces he dado un salto, sobre todo en los últimos años. En uno de esos saltos, me mudé a Nebraska (bueno, tal vez en ese caso se puede decir que me llevaron contra mi voluntad). Di un salto hacia la fe. Di un salto y me puse a escribir. Más recientemente di un salto para hablar en público. En algún punto, en medio de todos esos saltos, choqué contra un muro: un muro de desilusiones, dudas, fracasos, frustraciones y temor.
Da miedo saltar. Sin embargo, también creo que a pesar de los riesgos y el temor, es necesario. Porque si no se salta, no se llega a saber el resultado. Y ese resultado tal vez tendría una influencia decisiva.
Para mí, saltar marcó la diferencia entre la incredulidad y la fe. Influyó notablemente entre vivir pasivamente y vivir con vehemencia. Marcó la diferencia entre una existencia cómoda en el interior de una caja y crecer con fuerza en campo abierto.
Es cierto, a veces uno se cae al saltar; a veces uno se golpea con fuerza contra un muro y se queda sin aire. Pero otras veces, uno vuela. Es posible que uno no se dé cuenta en el momento, pero al saltar se remonta el vuelo hacia el principio de algo nuevo, bello, que cambia la vida y que es bueno.
Todo comienza con el salto. Michelle DeRusha[1]
*
Cuando Mi huella les aparezca delante o a su lado y sientan la suave brisa del Espíritu impulsándolos hacia ella, den el paso. Aunque les parezca un paso muy trivial o suponga un gran salto de fe alcanzarla, sea un pasito o un salto, ¡síganme! ¡Ese es el primer paso para hacer lo novedoso! Quién sabe adónde se dirigen esas huellas y qué encontrarán al final del camino. Sigan avanzando, haciendo lo que les pida y yendo en la dirección que les indique, y llegarán al destino que les tengo reservado. ¡Nos veremos allí si me siguen y obedecen! Jesús, hablando en profecía
*
Los impalas (antílopes africanos) son animales asombrosos. Pueden hacer saltos de hasta 3 metros de altura y de más de 9 metros de longitud. Sin embargo, en un zoológico, los impalas pueden estar en un espacio cerrado por un muro de 90 centímetros. ¿Por qué? Los impalas no saltarán a menos que vean dónde caerán sus patas. ¿Tenemos algo en común con los impalas? ¿Podemos dar grandes saltos de fe, pero nos negamos a hacerlo, a menos que veamos dónde caeremos?
George Mueller dijo de la fe: «La fe no opera en la esfera de lo que es posible. No hay gloria divina en aquello que es humanamente posible. La fe comienza donde acaban las posibilidades del hombre».
En términos bíblicos: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve»[2].
La fe verdadera no puede ver cómo caerá… simplemente salta con la convicción de que OCURRIRÁ. Recuerda, la fe como dice en la Biblia, ¡empieza donde terminan nuestras fuerzas! George Whitten[3]
*
El niño tendría unos cuatro años. Observé con interés que su padre caminaba hacia el final del trampolín en la parte más honda de la piscina y se disponía a enseñarle a lanzarse. El chiquillo gritó entusiasmado al presenciar el chapuzón de su padre al entrar al agua. Pero cuando este lo animó a saltar, se echó para atrás con aprensión.
—No te preocupes —le aseguró—. Yo te recibo.
Tras insistirle un poco, el chiquillo se aventuró y se dirigió al final del trampolín y se quedó allí, haciendo señas vigorosamente a su padre para que se acercara un poco más. Lo oí gritar:
—No, papá, ¡acércate más! ¡No, así no!
Este tira y afloja prosiguió por un rato, hasta que pensé que sin duda el niño se lanzaría. Pero en el último momento se acobardó y regresó al borde de la piscina.
El padre, paciente y persistente, como son a veces los progenitores, lo instó a no desistir, y acabó por convencerlo para que volviera al final del trampolín. Esto se repitió varias veces, hasta que por fin saltó a los brazos de su padre. ¡El chiquillo estaba satisfechísimo! El rostro del padre lo decía todo, pero aunque hubiese querido no habría podido contener el elogio.
—¡Lo conseguiste! ¡Estoy orgulloso de ti!
Sonreí pensando que a veces actúo de manera muy parecida a ese niño. En varias ocasiones he tenido que prepararme para trasladarme a otro país donde me espera un nuevo trabajo, nuevas experiencias y nuevas amistades. Aunque todos me animan diciéndome que el cambio me resultará beneficioso, tiendo a preocuparme.
Dios dice: «¡No te preocupes! ¡Arriésgate! Estoy frente a ti. ¡Yo te recibiré! ¡Cuenta con ello!»
Sin embargo, discuto: «Bueno, saltaré. Pero, ¿podrías acercarte un poco más? ¿Podrías venir un poco más hacia este lado o el otro para que me sienta más segura?»
Dios, que es infinitamente más paciente que todo padre terrenal, no deja de asegurarme que puedo confiar en Él. Y, por supuesto, tiene razón. Siempre ha estado presente para recibirme, y nadie se regocija como Él por mis humildes logros. Así que me arriesgaré de nuevo. Lilia Potters
*
Cifra en Dios tu confianza,
nunca pierdas la certeza;
no dejará de cumplir
ninguna de Sus promesas.
Anónimo
*
Hay un momento casi aterrorizante cuando uno se balancea en la punta de los pies al borde del trampolín a 10 metros de altura preguntándose si va a caer bien dentro del agua, qué va a sentir y si va a sobrevivir a la zambullida. Luego, poco a poco uno se inclina. La gravedad toma el control y uno golpea el agua con un salpicón. Es un momento de suspenso y emoción en que uno cae con la ligereza de una pluma, sin saber con exactitud lo que le espera al caer. Luego, con gran alivio, una vez tomada la decisión final y habiéndose arriesgado, de repente se encuentra en lo profundo del agua y asciende con gracilidad a la superficie, sale a flote para hacer contacto de nuevo con el aire y el sol, sintiéndose realizado y satisfecho al ver que no era tan difícil como había pensado. Lo logró. Requirió fe, habilidad, valor e intrepidez. Sin embargo, se tiene la satisfacción de un nuevo logro, una nueva emoción. Uno ha triunfado. Ha escapado sano y salvo, ileso; y está listo para intentarlo otra vez.
No obstante, ese momento en el borde —el instante en que uno vuela por los aires con las manos extendidas hacia adelante, como si se defendiera del agua que a gran velocidad viene a su encuentro—, puede ser de gran suspenso: es posible que el corazón se detenga por un instante justo antes del chapuzón. Se siente una tremenda libertad de las ataduras de los mortales; pero a la vez se tiene una sensación casi aterradora de que pronto va a terminar con un terrible impacto, del cual no se sabe si se saldrá con vida.
Requiere mucha fe, valor, verdadera habilidad y abandonarse por completo al espacio exterior que separa el trampolín del agua. Uno no sabe con exactitud cómo va a caer, pero le pide a Dios que caiga bien, y los espectadores lo aclaman. Es una emoción inolvidable; y solo los que lo han experimentado saben de lo que hablo. No hay nada que se le compare; ese atrevimiento y temeridad, no pensar en las posibles consecuencias, ese abandono total a la causa sin importar las consecuencias; porque se sabe que es lo correcto y es la mayor emoción del mundo. Nos hemos lanzado a lo profundo, y confiamos en que Dios nos ayude a lograrlo, porque sabemos que hacemos lo que es Su voluntad. David Brandt Berg[4]
Publicado en Áncora en enero de 2014. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] http://michellederusha.com/2013/05/it-begins-with-the-leap.
[2] Hebreos 11:1.
[3] http://www.worthydevotions.com/christian-devotional/take-a-leap-of-faith.
[4] Publicado por primera vez en abril de 1971.
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