¿Coincidencia o no?
María Fontaine
[Coincidence? Or Not?]
A continuación reproducimos un testimonio de una misionera en Taiwán que ilustra la importancia de seguir al Señor, escuchar Sus avisos y estar dispuestos a testificar a tiempo y fuera de tiempo a quien sea que el Señor ponga en nuestro camino. ¡Nunca se sabe cuándo es el momento perfecto del Señor para que alguien escuche y reciba el mensaje!
Era mi día libre. Mi esposo tenía algunas cosas que hacer y los niños estaban en el colegio. Eso significaba que tenía todo el día para mí sola. Planifiqué la mañana en una cafetería poniéndome al día con algunas lecturas y con el correo electrónico. Lo siguiente que tenía planeado hacer era una excursión a un lugar precioso de la ciudad al que casi nunca tengo oportunidad de ir porque queda a cuarenta minutos en auto.
La mañana pasó de lo más bien. Todo estaba saliendo a la perfección. Primero conseguí mi silla favorita en la cafetería y al menú le habían añadido bagels, que me encantan. Leí acerca de la importancia de adoptar una actitud de fe, expectativa y preparación al predicar el evangelio. Aquello me sonó como si fuera un concepto nuevo: el de tener fe para hablarle a alguien acerca de Jesús, y fe y expectativa de que dicha persona está lista para oír las buenas nuevas.
Mi creencia hasta ese momento había sido que llevar las buenas nuevas era parte de ser cristiana. Jamás se me ocurrió lo de tener fe en mí como dadora y en la persona que recibe como la que Dios preparó para que yo hablara con ella. Yo lo veía más con el enfoque de vendedor: Mostraba mi producto. Si lo aceptaban, fabuloso; si no, bueno, ese era su problema.
No había reparado mucho en el momento de los encuentros de testificación. También he sostenido la creencia de que testificar es algo que hago por ser cristiana; y que es algo que debo hacer para recibir la gracia y la bendición del Señor en mi vida. Lo que me importaba era ser obediente al mandato de Jesús de testificar; no ver resultados.
Luego de leer y meditar en este nuevo pensamiento, hice una oración para tener la fe y la disposición de atender a aquellos que están listos para oír el evangelio y para que me aumentara la fe en mí misma para dar las buenas nuevas.
La semana anterior mis hijos acababan de empezar la escuela y, como lo quiso el destino, me llamaron del colegio para reunirme con una de las profesoras y pagar unos libros. Sentí que se desbarataban mis planes para el día. Ya no tendría el tiempo para la excursión que tenía pensado hacer. Al terminar lo del colegio ya eran las cinco de la tarde. Solo me quedaba una hora de luz del día. Pensé en ir a un parque cercano y caminar alrededor del mismo durante una hora. No iba a ser la gran excursión, pero al menos estaba al aire libre tomando aire puro, pensé.
Había caminado unos trescientos metros en dirección del parque cuando me pareció que iba en la dirección equivocada. Entonces recordé que había un pequeño paseo cerca del colegio de los niños al que no había ido como en seis meses. Animada de que después de todo iba a dar una caminata, me di la vuelta para ir en la nueva dirección. A medida que me acercaba a la entrada noté algo nuevo que le habían hecho al paseo: un pequeño arroyo, nuevas áreas para descansar, grandes áreas verdes y pequeños caminos por todas partes. Me disponía a ir a ver los nuevos senderos, pero me sentí inclinada a ir por el gastado camino que ya conocía. Luego, al llegar a la siguiente bifurcación, casi fui hacia la cascada, mi ruta preferida, pero en vez de ir hacia allí, me vi alejándome del lugar. Mientras caminaba, le daba gracias a Jesús por darme ese tiempo en Su creación y por guiarme en esa subida.
Tras unos veinte minutos subiendo, llegué al primer mirador que era una gran roca con vista al valle y espacio para dos personas. En la roca había un señor mayor meditando, quien me preguntó mientras pasaba:
—¿Sube a menudo por aquí?
—No —le respondí—, esta es solo la tercera vez este año.
—Yo no venía desde hace seis años —añadió él. Tras lo cual me invitó a que admirara el paisaje con él.
En ese momento supe que tenía que olvidarme de mi plan de hacer ejercicio y sentarme a disfrutar de la vista y averiguar quién era aquel señor sentado en la roca. En cuestión de minutos nuestra conversación se trasladó a temas espirituales y me enteré de que Eddy era ateo. No solo eso, sino que jamás había sentido a Dios o a ningún otro ser superior en nada o en ningún momento de su vida.
Me dijo que, si Dios era real, entonces, ¿dónde estaba la prueba de Su existencia? ¿Cómo es que él no había tenido ninguna experiencia espiritual en sus cincuenta y tantos años de vida? Luego me preguntó:
—¿Qué beneficios proporciona tener una religión?
Aquel señor tenía una mentalidad científica y solo creía en cosas que puede probar con un microscopio. En mi respuesta, le hablé de mi propia experiencia con Dios y le expliqué que la mayor prueba de Su existencia era la creación que nos rodeaba.
Y así siguió nuestra conversación. Le conté la historia del nacimiento y muerte de Jesús, mi decisión de ser misionera a los diecisiete años, y de los milagros que Jesús había hecho por mí. Leímos juntos versículos de la Biblia y luego le presenté la oportunidad de orar para que Jesús cambiara su vida y se le manifestara. Eddy hizo la oración de salvación conmigo y se salvó de un modo conmovedor.
Posteriormente me dijo que ni siquiera tenía pensado subir por ese camino; iba a ir al otro lado de la montaña, pero algo lo impulsó a cambiar de dirección. También me dijo que tenía pensado ver la cascada, pero que algo hizo que en vez de eso subiera por el otro sendero. Yo estaba contentísima y le conté a Eddy lo que me había pasado en la última hora y que tampoco tenía pensado subir por este lado, y ambos coincidimos en que nuestro encuentro había sido milagroso. Eddy no hallaba la hora de contarle lo sucedido a su esposa. Repetía una y otra vez que habíamos tenido una reunión espiritual milagrosa.
Cuando ya nos despedíamos, Eddy dijo:
—Sabes, si te hubiera conocido hace unos cinco años, no te habría escuchado en absoluto; esta ha sido la primera vez en mi vida que me he abierto a lo espiritual. Hasta ahora yo era como un ratón dando vueltas en una rueda, sin embargo, en los últimos meses he sentido la necesidad de hacer cambios en mi vida. Me he venido dando un tiempo para detenerme y reflexionar, y he descubierto que el dinero, la fama y el éxito no son lo que lo hacen a uno feliz. Yo quería algo más.
Al despedirnos quedamos en seguir en contacto.
Mientras caminaba de regreso a casa, pensé en las palabras que había leído aquella mañana: «Como cristianos que somos, nos hace falta tener fe y confianza en el Señor y estar dispuestos a seguir a donde nos guíe».
Publicado por primera vez en 2009. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2023.
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