Cinco palabras comunes que describen a Dios
Padre, Madre, Amigo, Amante y Esposo
Samuel Dickey Gordon
El propósito de la oración es lograr que se haga la voluntad de Dios. ¡Dios es un extraño en su propio mundo! No hay mayor víctima de la difamación que Él. Se acerca a los Suyos, y lo dejan esperando en la puerta, como a viajero en la noche, cayado en mano, mientras lo espían sospechosos por la rendija de las bisagras.
Algunos le escurrimos el bulto a consagrar nuestra vida a Dios. Y la verdadera razón por la que lo hacemos es porque, en el fondo, le tenemos miedo a Dios. Tememos que vaya a verter en nuestro cáliz una poción amarga, o a que nos ponga en el camino un obstáculo difícil de sortear. Y, sin duda, la razón por la que le tenemos miedo a Dios es porque no lo conocemos. En la famosa y desgarradora oración que hizo Jesús la noche en que se reunió con los once, dijo: «que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado».
Si queremos entender la voluntad de Dios, primero debemos entender ciertos rasgos de Su carácter, de Sí mismo. Hay cinco palabras comunes que quiero resaltar, que les ayudarán a entender quién es Dios. Son palabras de todos los días, que se usan mucho.
La primera es la palabra padre. «Padre» evoca fortaleza, una fortaleza amorosa. Un padre traza planes para sus seres queridos, provee para sus necesidades y los protege… Traigan al recuerdo al más magnífico de los padres que hayan conocido jamás. Y luego, recuerden lo siguiente: que Dios también es padre, solo que es un padre infinitamente más magnífico que el mejor padre que hayan conocido jamás. Y lo que les tiene deparado en la vida —les aclaro que no me refiero al Cielo ni a nuestra alma; eso es solo una parte—, lo que les tiene deparado aquí mismo en esta vida terrenal es lo que le depararía un padre a la persona que más ama en el mundo.
La segunda palabra es mucho más bella. Decir mujer es más bello que decir hombre, por lo que esta palabra así fue creada y con ese fin: para ser más bella y delicada que la primera. Me refiero a la palabra madre. Si el padre representa fortaleza, madre representa amor; un amor inmenso y paciente, tierno y de madera noble, un amor duradero. ¡Qué no haría una madre por sus seres queridos! Es muy probable que haya descendido al valle de sombra de muerte para dar a luz la vida, y que lo haya hecho de buen grado, mientras que en sus ojos resplandecía la luz del amor. Efectivamente, y lo haría de nueva cuenta, de ser necesario, para que la vida perdure. Así son las madres. De solo mencionarlo, me viene al recuerdo la más sagrada de las memorias: que Dios es una madre, solo que es mucho más magnífico que la más magnífica de las madres que hayamos conocido jamás.
Las referencias que hacen las Escrituras a la faceta maternal de Dios son muchas. «Debajo de Sus alas» es una de ellas. El ave-madre junta a sus polluelos bajo sus alas para que sientan el calor de su cuerpo, además de para protegerlos. En la Biblia a Dios no se lo llama madre directamente. Creo que eso se debe a que para Dios la palabra padre incluye de por sí la palabra madre. Con Dios, toda la fuerza del padre y el excelso amor de la madre se combinan en esa palabra: padre. Y Su voluntad para nosotros es la voluntad de una madre, todo lo que, en su sabiduría y amor desearía una madre a quienes ama profundamente.
La tercera palabra es amigo. No me refiero a ese término en su sentido más gastado o manoseado. En el lenguaje cordial que solemos emplear, denominamos amigo prácticamente a cualquier conocido. Tupper opina que nada de malo tiene que llamemos amigos a todos aquellos que no sean enemigos abiertos. Sin embargo, en este caso pretendo emplear el término en su significado más sutil. Así, un amigo es aquel que nos ama por el solo hecho de que seamos quienes somos, con un amor incondicional y sin esperar nada a cambio, ni siquiera que retribuyamos su amistad con nuestro amor. Si en la vida tienen uno o dos amigos de ese tipo, dense por muy afortunados. Piensen por un instante en el mejor amigo o amiga que hayan tenido jamás. Y luego, recuerden esto: que Dios es un amigo. Solo que Él es un amigo mucho mejor que el mejor de los amigos que hayan tenido jamás. Y que el plan que les tiene deparado en la vida es el que sugeriría para ustedes un amigo así.
La cuarta es una palabra que vacilo en pronunciar, aunque no en este caso. Y la razón por la que suelo dudar es porque con mucha frecuencia se le da una connotación de ligereza, de frivolidad, incluso en los más finos círculos. Me refiero a la extraña palabra amante, a lo que sucede cuando dos seres se conocen y a partir de ese primer encuentro la relación cobra profundidad hasta convertirse en una amistad; y esa amistad a su vez cobra las características de la más sublime de las emociones, la amistad en su máxima expresión. ¿Qué no haría él por ella? Ella se vuelve el nuevo centro humano de su vida. En el buen sentido de la palabra, él besa el suelo que pisan los pies de su compañera. Y ella… ella es capaz de renunciar a la riqueza y pasar penurias por vivir junto a él un día más. Dejará casa y amigos, e irá hasta los confines de la Tierra de ser necesario. Evoquen a la memoria al amante o la amante más increíble de que hayan sabido jamás. Acto seguido, recuerden esto —y déjenme decirlo con el más suave y reverente de los sentidos—: Dios es un amante. O podría decirlo de manera aún más reverente: es un novio amante. Claro que es un amante infinitamente más excelso que el mejor de los amantes que hayan conocido jamás. Y Su voluntad, lo que nos tiene deparado tanto a ustedes como a mí en esta vida —y al decir esto, mi corazón se acalla— es el plan que depararía a su única amada el más leal de los amantes.
La quinta palabra es una versión aún más sublime de la cuarta, un nivel más evolucionado y superior: es la palabra esposo. Es la palabra con que describimos los seres humanos la relación más reverenciada que pueda darse en la Tierra. Es la relación de amantes llevada a su estado más perfecto. En la mente de Dios, un esposo es más que un amante. Es todo lo que conlleva ser amante, y más: más tierno, más entregado y más considerado. Es la unión de dos vidas que al juntarse se vuelven una sola. Dos voluntades, y sin embargo, una sola. Dos personas, pero un solo propósito. La dualidad en la unión. ¿Pueden pensar por un momento en el mejor esposo que haya tenido jamás mujer alguna? …Y ahora, recuerden que Dios es un marido, solo que es un marido infinitamente más considerado que cualquier marido que hayan conocido. Y lo que les depara en la vida es lo que depara un marido a su amiga y compañera de toda la vida.
Ahora bien: les ruego que ninguno de ustedes se quede con una sola de esas palabras y diga: «esa me gusta»; y que otro escoja otra y piense: «Esa imagen de Dios va conmigo», mientras que otro más se decide por una tercera. ¡Con cuánta facilidad reducimos a Dios a nuestras ideas tan humanamente estrechas! Más bien tomen las cinco palabras y júntenlas para formarse una idea más precisa de lo que es Dios en realidad. Él es todo eso y más.
Como ven, Dios es tan inescrutable, que hace falta reunir varias relaciones terrenales para empezar a entender cómo es Él. Es un padre, una madre, un amigo, un amante y un esposo.
Y lo que nos depara conforme a Su voluntad es un plan acorde a esa idea de Dios. Incluyendo el cuerpo, la salud y la fortaleza; la familia y los asuntos del hogar; las cuestiones de dinero y de negocios; las amistades (incluso la elección de la principal de las amistades en la vida); el servicio, de qué tipo y en qué lugar; y Su constante orientación; abarca toda la vida y las vidas del mundo entero. Todo lo ha pensado cuidadosamente y al detalle en Su amor… eso es Dios.
Extracto de Quiet Talks on Prayer, por Samuel Dickey Gordon (Fleming H. Revell, 1904). Publicado en Áncora en abril de 2013. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
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