Buscar los tesoros
María Fontaine
[Seeking the Treasures]
Si supieras que hoy sería el último día de tu vida, ¿cuánto tiempo dedicarías a cosas que no significan nada en el contexto de la eternidad? Los minutos se tornarían sumamente valiosos, por lo que optarías por emplearlos en lo que tiene más importancia para ti.
Desearías manifestar amor a quienes quieres más entrañablemente y te asegurarías de que supieran cuánto significan para ti. Si alguna vez has visto la muerte cara a cara o has convivido con un ser querido que padecía una enfermedad letal y te diste cuenta de cómo cambió por completo su orden de prioridades, probablemente ya has experimentado esto en carne propia. En esos momentos, todo resulta sumamente claro. Tomas conciencia de que el amor es lo único que realmente importa: amar a Dios con toda tu mente, todo tu corazón y toda tu alma, y amar a tu prójimo (Mateo 22:37–39).
Tanto en los tiempos favorables como en los difíciles, la dicha y la eterna esperanza que nos brinda Jesús están a años luz de todo lo que el mundo puede ofrecer. Él nos proporciona contentamiento, paz, amor, satisfacción, conocimiento, verdad... Él mundo no tiene forma de competir con Él en esos aspectos. La Biblia dice: «El mundo está pasando y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:15–17).
Se requiere cierta disciplina mental y física para aprender a valorar las cosas eternas de Dios más que las imágenes, los sonidos, los sabores y los placeres del mundo. No hay nada en el mundo que pueda satisfacer las ansias del alma. Solo Jesús puede. Él es «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6).
Encontrar el lado bueno
Todos hemos pasado por momentos sombríos, hemos sufrido tragedias, pérdidas o aprietos que difícilmente habríamos podido evitar. En algunos casos, tal vez enfrentemos dificultades o un daño debido a nuestros errores o decisiones erróneas o actos desconsiderados de otras personas. La manera en que reaccionamos ante esos desafíos determina si permitimos que Dios obre en nuestra vida a través de ellos, o si nos dejamos llevar por el resentimiento o la derrota.
Cuando no somos capaces de ver el lado positivo de los momentos escabrosos que experimentamos, podemos dar cabida al resentimiento y la infelicidad. A los que conocemos y amamos a Jesús, y tenemos la certeza de que Él nos ama tanto que dio Su vida por nosotros, el Señor nos insta a confiar en que Él está con nosotros en toda situación y desafío que enfrentemos. «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados» (Romanos 8:28).
El Señor puede hacer que incluso las circunstancias más difíciles obren para nuestro bien. Sin embargo, si no ponemos nuestra confianza en el Señor, es posible que no entendamos o no obtengamos los beneficios que Él quería darnos. Incluso en muchas de esas situaciones que se consideran errores podrían ser circunstancias de las que se valió el Señor o que incluso Él dispuso por nuestro bien: para aumentar nuestra fe, para sacar a relucir lo mejor de nosotros, para estrechar nuestra relación con Él o para darnos nuevas oportunidades.
No es que Dios forzosamente quiso que se dieran esas situaciones —Él solo quiere lo mejor para Sus hijos—, pero cuando ocurren, hace que sea para nuestro bien. Así es el Señor: puede hacer que todo redunde en nuestro bien, y lo hace siempre y cuando se lo permitamos.
Encontrarle el lado bueno a una mala situación no es un mero ejercicio de optimismo o una buena idea; es vital para nuestro bienestar espiritual. Si no somos capaces de aceptar que Dios pudo haber escrito derecho aun con renglones torcidos, será muy difícil que logremos perdonar de lleno y olvidar esas cosas; y eso puede conducirnos al resentimiento, que es perjudicial para nuestra vida espiritual. Por esa razón, es esencial cuando recordemos un momento o una situación en que nos hicieron daño, por difícil o doloroso que haya sido, que le preguntamos al Señor de qué forma se propone valerse de ello para nuestro bien.
¿Puede haber mayor triunfo que sacar algo bueno de lo malo? Como José en el Antiguo Testamento, cuando dijo a sus hermanos que le hicieron un gran daño: «Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente» (Génesis 50:20).
Esa es la mejor forma de cubrir las heridas del pasado; no mediante el resentimiento ni con pensamientos revanchistas, sino permitiendo que el Señor nos convierta en mejores personas a raíz de esas malas experiencias y confiar en que Él puede hacer que todo redunde para nuestro bien.
A continuación damos unos pasos prácticos para mejorar en estos aspectos:
Cultivar la fe. Nuestra fe aumenta por medio de leer y asimilar la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Cultivemos constantemente nuestra fe. Dediquemos tiempo a leer la Palabra escrita, y también a llevarle a Jesús nuestros interrogantes y problemas para que dirija nuestras decisiones y acciones. «Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñarnos lo que es verdad y para hacernos ver lo que está mal en nuestra vida. […] Dios la usa para preparar y capacitar a Su pueblo para que haga toda buena obra» (2 Timoteo 3:16,17).
Debemos tener siempre la vista fija en Jesús y Sus promesas. Cuando las circunstancias o problemas nos distraen o distancian de nuestra fe, la Biblia nos dice que dejemos de lado los pesos y que mantengamos la vista fija en Jesús y Su Palabra. «Despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos delante de nosotros puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:1,2).
Encomienda a Dios todas tus preocupaciones. A diario presenta a Dios todas tus preocupaciones en oración y acción de gracias; y confía en que Él actuará en tu beneficio. Aprovecha Su poder y que prometió ayudarte cada vez que lo necesites. «Estén siempre llenos de alegría en el Señor. Lo repito, ¡alégrense! […] No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que Él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios» (Filipenses 4:4–7).
Oración para hoy
Padre celestial:
Te alabo, te enaltezco y te doy la gloria a Ti, Dios de toda la creación, autor de todas las cosas: de la belleza contenida en todo lo que veo, de la maravilla que entraña cada objeto, desde el más grande hasta el más pequeño. Todo es obra de Tu mano, desde una partícula atómica hasta el universo. Tus prodigios sobrepasan toda imaginación.
Eres el Dios de la gloria. El Dios de las profundidades, tan hondas que nadie las puede sondear. El Dios de las alturas, tan elevadas que nadie acierta a comprenderlas. El Dios de los espacios, tan amplios y extensos que nadie los puede llenar.
Te doy toda la gloria, la honra, la alabanza y la acción de gracias, pues eres un Dios tan grande, inmenso, sabio y amoroso, un Dios omnipotente. Sin embargo, te rebajas a amarme, y te esmeras por buscarme, salvarme y conducirme a Tu Reino para que viva contigo eternamente. ¡Gracias! Amén.
Recopilación de los escritos de María Fontaine. Texto adaptado y publicado de nuevo en agosto de 2025.