Bromista oculto deja ciego a salvavidas; Dios dispone su perdón 15 años después
Mark Ellis
Tenía 19 años y era salvavidas en Laguna Beach, California. Llevaba el estilo de vida que muchos solo sueñan.
«Al principio todo era nuevo. Parecía una aventura; me recordaba los relatos que había leído de niño», asegura Dale Ghere. En su tiempo libre se sumergía en el mar en busca de abulones, langostas, hipoglosos y almejas. También se aventuraba a zambullirse de noche, explorar cuevas marinas y realizar rescates en rocas.
En el curso de su primer verano como salvavidas en la Calle St. Ann, la vida en la playa lo emocionó tanto que decidió abandonar sus estudios y viajar a Hawái para hacer surf durante unos meses. Luego volvería a casa, compraría un automóvil y pasaría un año entero en la playa.
Entonces sucedió algo completamente inesperado. «Vi a un niño caerse a la izquierda de la torre de salvavidas. Parecía como si le hubiera arrollado un tren de carga», recuerda Dale. «Cuando me di la vuelta para ver lo ocurrido, algo me golpeó la cabeza con tanta fuerza que caí de la torre.»
Un globo de agua lo golpeó con enorme fuerza, y Dale cayó casi 3 metros a la arena, donde quedó inconsciente.
Cuando despertó, no podía ver con su ojo izquierdo. Las personas que recorrían la playa gritaron por ayuda, y fue transportado a la estación de policía y luego al hospital.
«Recuerdo que me miré en el cristal de la máquina de cigarrillos en la estación de policía. Enfrente de la pupila de mi ojo izquierdo había una mancha de sangre. Si giraba la cabeza, con mi ojo derecho veía la sangre moverse de un lado al otro. Estaba muy asustado», recuerda.
Al llegar al hospital, el doctor le cubrió los ojos y le indicó que mantuviera la cabeza quieta.
Entonces recibió la terrible noticia. «El doctor me explicó que no había ningún procedimiento médico para restaurar mi visión. La única esperanza era no moverme por dos semanas y esperar que mi propio sistema absorbiera la sangre y recuperara la vista. En caso de no recuperar la vista al cabo de dos semanas, nunca recuperaría la visión en mi ojo izquierdo.»
Pero el Gran Médico derramó Su misericordia y sanación sobre Dale. «Sucedió que mi ojo se recuperó, se señaló a los culpables y se me pagó el salario del tiempo que pasé recuperándome en el hospital. Volví a la playa antes de que terminara el verano y pasé unos días estupendos. Ese invierno también me dirigí a Hawái, donde descubrí los encantos del surf de tabla grande.»
Pasaron quince años desde el incidente. Dale y su esposa, Marilyn, asistían a un curso de estudio de la Biblia en South Laguna. El líder debatía sobre el tema del perdón.
«Nos sugirió que pensáramos en alguien a quien habíamos ofendido, buscáramos a esa persona, nos disculpáramos y pidiéramos perdón.»
Dale empezó a cavilar para recordar a alguien a quien hubiera ofendido en el pasado.
Entonces sucedió algo sorprendente. Una joven madre que estudiaba también la Biblia expresó que no podía solicitar el perdón de la persona a la que había ofendido, porque no la conocía.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el líder del grupo.
—Cuando era niña, me dirigí con unos chicos mayores a tirar globos de agua desde el acantilado a los turistas en la playa. Nos dirigimos primero a la parte superior de calles como Brooks Street y Anita Street. Cuando llegamos a St. Ann Street, uno de los globos golpeó a un salvavidas y lo lastimó mucho —relató.
—Todos fueron culpados por las heridas que él sufrió, pero nadie le dijo a la policía que yo había participado. A diferencia de los demás, me libré del castigo. Pero fue mi globo el que lo golpeó. Lo sé porque vi cómo lo golpeó en la cabeza. Me dio tanto miedo que no se lo he dicho a nadie desde entonces.
Al concluir el relato, Dale se dio la vuelta, la miró a los ojos y le dijo con sencillez:
—Estás perdonada.
Ella le devolvió una mirada perpleja.
—Qué lindo que digas eso, pero necesito escucharlo de aquel salvavidas.
—Lo acabas de escuchar —contestó—. Yo soy aquel salvavidas.
La joven mujer rompió en llanto al comprender la maravillosa provisión divina en aquel desenlace orquestado en el Cielo. «Ese sencillo acto de perdón concluyó el tormento que ella había sufrido durante años y dio comienzo a una amistad duradera entre nosotros», continúa Dale.
«Hoy mismo puedes pedir perdón y desarrollar una relación duradera con Jesucristo. El perdón nos ofrece un nuevo comenzar y esperanza para el futuro.»
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