Amor que ve más
María Fontaine
Por un tiempo, he tratado de animar a una buena amiga que siempre se siente inferior. Le he dicho que en realidad ella tiene estupendos dones y aptitudes. Sin ir más lejos, sé por experiencia que ella es una excelente cocinera.
Terminó reconociendo que era verdad. Es una cocinera excelente y muchas personas se lo han dicho a lo largo de los años. El que ella lo reconociera fue positivo y un buen comienzo. Me pareció que a partir de ahí también podría ayudarla a ver otras cosas. Le escribí lo siguiente en una carta:
No te subestimes en otro gran don que tienes. Deberías saber de lo que hablo, pero tal vez no te das cuenta totalmente del valor de ese otro don que Dios te ha dado y que has perfeccionado y practicado por años. El Señor también me ha dado ese don a mí y lo valoro muchísimo. Es el don de animar. Si hay algo que una sola persona puede hacer y que puede dejar huella en la vida de otros, es infundirles ánimo. Piénsalo.
Tal vez no sea algo que podemos hacer constantemente, pero al hacerlo tanto como podamos es muy eficaz para ayudar a otros. Si hay algo que las personas necesitan, es ánimo. Hay innumerables ejemplos de personas a las que hasta unas cuantas palabras sencillas, incluso de un extraño, les han cambiado la vida y las ha puesto en un camino más feliz, más esperanzador.
Conozco casos en los que alguien ofreció lo que parecía solo un poco de ánimo, ¡y se salvó una vida! Cuando lleguemos al Cielo sabremos cuántos fueron rescatados gracias a nuestras palabras de ánimo, y cuántos más se pusieron en un mejor camino para desarrollar las posibilidades que Dios les había dado. El hecho de que incluso una sola persona creyera que su vida podría marcar una diferencia, ¡hizo maravillas!
Aunque una sola persona notó que eran buenos en algo, eso hizo que desearan intentarlo. Incluso si solo una persona mencionó una característica sobresaliente de ellos, algo que ellos mismos no habían notado antes, hizo que emprendieran un viaje de exploración y desarrollo a fin de mejorar y utilizar ese talento en ciernes. Hay vidas que cambian solo porque alguien vio posibilidades y dedicó tiempo para expresarlo con palabras.
Querida amiga, Dios te ha dado un don muy valioso y se alegra mucho cuando lo utilizas para animar a otros. Es una cualidad que has desarrollado con los años y que has empleado para Su gloria. Ese don es una expresión de tu amor, y de Su amor que brilla por medio de ti. Te inspira para que procures animar a los que estén desanimados cuando no ven lo bueno que hay en su vida. Cuando dices esas palabras positivas que animan a la gente, les das las palabras de Dios. Eres para ellos Su amor. Los acercas más a Dios. ¿Y qué podría ser más importante que eso?
La gente piensa que un orador muy bueno y elocuente frente a las masas, un pintor o músico dotado, un inventor o gran científico, un gran cantante o actor, tienen dones y aptitudes envidiables. Y sí, claro, esos son dones buenos y valiosos si se emplean de la manera correcta.
Sin embargo, desde la perspectiva de Dios, quien piensa que no puede hacer mucho más, pero cuando Dios se lo dice anima a la persona que tiene a su lado, hace una de las mejores cosas. Cuando llevas a un amigo anciano a un restaurante o a la iglesia, o haces algo por alguien como lo has hecho por muchos a quienes has ayudado a lo largo de los años, muestras el don de empatía que refleja el corazón de Dios de una manera tangible para los que lo necesitan.
Cuando haces recopilaciones de himnos para alguien que necesita consuelo o ánimo, apacientas Sus ovejas. Cuando vas a caminar y a los que encuentras que tienen hambre o necesidad les das un poco de alimento, o les ofreces una breve conversación positiva porque sabes que están solos, les haces ver que Jesús se preocupa por ellos.
Cuando te detienes y dedicas tiempo a otros, todo eso proviene del bello don de dar ánimo, un don que el Señor te ha dado. Es un don en el que has trabajado arduamente y por mucho tiempo a fin de desarrollarlo y ponerlo en práctica. Eso es lo que trae la bendición de Dios a tu vida y hace que Él te diga: «Has hecho bien».
Cuando horneas y decoras un pastel y lo entregas a alguien que está solo y que piensa que ha sido olvidado, eso es amor, ¡el amor de Dios! Ese amor puede llegar más lejos de lo que podrías imaginar. Cuando tu amiga y tú hicieron un nuevo letrero para un hombre sin hogar, porque el letrero que él tenía estaba tan maltratado y gastado que nadie entendía lo que decía, eso fue amor.
¿Y cómo lo sé? Esta no es solo mi idea. Las palabras de Jesús en Mateo 25:35-40 (NTV) proclaman la grandeza de la solidaridad:
«“Pues tuve hambre, y me alimentaron. Tuve sed, y me dieron de beber. Fui extranjero, y me invitaron a su hogar. Estuve desnudo, y me dieron ropa. Estuve enfermo, y me cuidaron. Estuve en prisión, y me visitaron”. Entonces esas personas justas responderán: “Señor, ¿en qué momento te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos algo de beber, o te vimos como extranjero y te brindamos hospitalidad, o te vimos desnudo y te dimos ropa, o te vimos enfermo o en prisión, y te visitamos?” Y el Rey dirá: “Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de estos, Mis hermanos, ¡me lo hicieron a Mí!”»
Sé que has hecho todo esto repetidamente durante años. Las palabras del Señor de los versículos anteriores se aplican a ti. Tampoco yo creo que tengo muchos talentos, pero sé que Dios me ha manifestado muchas veces que mi talento de animar es el más importante que debo fomentar y desarrollar. Este es mi trabajo; este es mi llamamiento. Ya sea que el ánimo se dé verbalmente o por escrito, a una o a muchas personas, a alguien que no conoce a Jesús o a nuestros hermanos y hermanas en el Señor, esto es parte de acercar a las personas a Jesús y ayudarlas a tener más fe en Su amor.
La Biblia dice: «Recuerden, amados hermanos, que pocos de ustedes eran sabios a los ojos del mundo o poderosos o ricos cuando Dios los llamó»[1]. No se necesita ser influyente o educado para hacer esta cosa importante: dar amor en forma de ánimo. No hay que ser fuerte en las cosas de este mundo para dar fuerzas a los débiles por medio de tus palabras de aprecio. No es necesario ser grande a los ojos de otros para levantar las manos caídas, motivándolos para que sigan adelante, ni para fortalecer las rodillas que flaquean y tiemblan debido al temor. No hay que ser brillante para llevar esperanza al desanimado, ni para animar a un alma cansada a fin de que siga adelante.
Has desarrollado fielmente tu talento de animar a otros, ¡y es hermoso! ¡Destaca!
P.D.: Me gusta esta frase: «Infundir ánimo es el combustible emocional que hace que las personas resistan más tiempo, lleguen más lejos y profundicen más de lo que antes creyeron posible».
* * *
Eso me recuerda una anécdota que escuché una vez. Es acerca del poder que tiene ver y reconocer las posibilidades de aquellos con quienes nos relacionamos.
En muchas aulas hay dos alborotadores que causan dificultades a sus profesores. Sin embargo, en una clase en particular parecía que casi todos los alumnos eran alborotadores. En solo unos meses, pasaban de un profesor a otro. Ningún profesor podía abrirse camino en lo que se había convertido en una cultura de ver lo rápido que los alumnos podían hacer que alguien saliera del aula debido a la frustración.
Los profesores consideraban esa clase como delincuentes. Casi nadie, lo que incluía a los mismos alumnos, tenía esperanzas en que en el futuro esos alumnos llegaran a ser personas que no causaran problemas. Es decir, hasta un día en que encontraron a alguien que estaba a su altura y de una manera que no habrían imaginado.
Ella no parecía alguien extraordinario. Era bondadosa y apacible, una persona bastante común. Desde el primer día que llegó a dar clase, los alumnos apostaron entre ellos cuántos días pasarían hasta que la profesora saliera corriendo del aula entre lágrimas. Hacían muecas escondiéndose en sus libros de texto, mientras pensaban en formas de hacerle la vida difícil. Estaban seguros de que sería un blanco fácil, que no estaría más de un mes, a lo sumo. Algunos pensaban que la echarían en una semana.
Sin embargo, a pesar de los constantes intentos de hacerle pasar un mal momento, se sorprendieron, pues ella seguía en su puesto después del primer mes. A pesar de lo mucho que intentaban poner a prueba su paciencia, de que le hacían jugarretas y otras cosas que se les ocurrían para cansarla, ella no reaccionaba con ira, sino simplemente se negaba a tolerar lo que fuera más allá de las normas de conducta razonables. Ella reaccionaba con calma, con tranquilidad, y con sincero interés por cada persona. Parecía que veía más allá de los trucos de ellos, de lo que se veía exteriormente; y trataba a cada alumno con una actitud de respeto que sorprendía, teniendo en cuenta que ellos poco lo merecían.
Un día llamó a cada uno de los alumnos. Les pidió que se acercaran y les dio un sobre con su nombre. Un trasfondo de aprensión recorría el aula mientras volvían a sus asientos, esperando algún castigo. Sin embargo, cuando cada uno abrió su sobre, para su asombro tenían delante algo que nunca habían visto. Era un informe, pero no de su mal comportamiento. No había ni una sola palabra de eso. En cambio, la profesora los había observado bien durante el mes; y había visto los puntos fuertes y las posibilidades de hacer el bien en cada uno de ellos.
La profesora había descubierto cualidades, lo positivo, en cada alumno. Por ejemplo, la puntualidad, ser amable con los otros alumnos, manifestar cualidades de líder, ingenio, creatividad, incluso si se había utilizado mal en el momento. Ella había visto esas cualidades, grandes o pequeñas.
La clase se quedó en silencio. ¿Cómo podría haber descubierto tantas buenas cualidades en medio de sus esfuerzos por demostrar lo malos que eran? Se sintieron incómodos; pero al mismo tiempo, en su rostro se empezó a dibujar una sonrisa.
¡Lo asombroso fue que no lo hizo una sola vez! Al final del mes siguiente, entregó de nuevo el informe, al que se le habían añadido otras buenas cualidades. Algunos alumnos llegaron a la conclusión de que, a fin de cuentas, la profesora no era tan mala. Empezaba a gustarles que viera en ellos lo que ni siquiera ellos mismos habían visto. Algunos se motivaban para ver qué diría su informe al mes siguiente si se esforzaban un poco más.
Mes tras mes, la profesora escribió notas alentadoras y de aprecio. Por ejemplo, que el alumno se había esforzado más en algún aspecto o su mal comportamiento había sido menos frecuente, pero siempre había algo que los dirigía suavemente hacia la idea de que no estaban destinados de forma irreversible e inevitable a ser personas a las que todos vieran con menosprecio. A medida que la profesora buscaba algo más que apreciar en los alumnos, ellos trataban de darle más. Llevó tiempo, pero poco a poco, los inspiró para ver en sí mismos las posibilidades que no esperaban encontrar.
Los alumnos empezaron a esforzarse porque empezaron a darse cuenta de que tal vez podían salirse de la espiral descendente que esperaban de su vida. Empezaron a tener deseos de aprender, aunque fuera solo para refutar las afirmaciones de los que dudaban mucho de sus capacidades.
En vez de ser derrotada y apartada, poco a poco la profesora llegó a ser un pilar en la vida de los alumnos y alguien a quien acudían en busca de ánimo cuando la situación era difícil. Su mente por fin se concentró en lo bueno y lo positivo y en descubrir qué podían hacer mejor mañana de lo que habían hecho hoy.
Otros profesores se quedaron tan asombrados con la transformación que le pidieron que siguiera con ese grupo los otros años de educación secundaria. Algunos fueron a la universidad y otros buscaron su sueño de otra forma; pero todos amaron a esa profesora porque les había cambiado la vida. Les hizo cambiar de opinión, les cambió la percepción que tenían de sí mismos y los salvó de las espirales autodestructivas a las que descendían en su vida.
Todo lo que hizo falta fue un poco de tiempo adicional, esfuerzo, interés para ver lo bueno y las posibilidades, y reconocerlo. Ese es solo un ejemplo de innumerables casos de lo que ha hecho la bondad, la consideración, el respeto y el ánimo para cambiar vidas y situaciones.
Publicado por primera vez en noviembre de 2019. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2022.
[1] 1 Corintios 1:26 (NTV).
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