Amor incondicional
Peter Amsterdam
Cuando pienso en cómo resumir en dos palabras quién es Dios, lo primero que me viene a la cabeza es «amor incondicional». Por supuesto que Dios es muchas otras cosas y no se lo puede encasillar con una sola frase o término; pero por 1 Juan 4:8 sabemos que «Dios es amor». Esa es Su esencia, una característica intrínseca Suya, uno de Sus principales rasgos de personalidad. Eso no significa que le guste todo lo que hacemos —a fin de cuentas, somos pecadores—; pero aun así ama a Sus hijos incondicionalmente, y nos perdona si tenemos la humildad de pedírselo.
Vale la pena meditar a menudo sobre el amor incondicional que Dios nos profesa. Es fácil dejarse arrastrar por el acelerado ritmo de la vida y olvidar algunas verdades fundamentales que nos imbuyen alegría, paz y confianza como cristianos. El carácter incondicional y universal del amor de Dios es realmente maravilloso.
Su amor no es como el que tantos manifiestan en el mundo de hoy: un amor de conveniencia, por necesidad, o egoísta. Con excesiva frecuencia, el amor que se observa en la sociedad se basa en el valor que aporta la otra persona; cuando ese valor se pierde o deja de ser necesario, el amor también se desvanece. El amor de Dios, en cambio, no es así. Constituye la esencia de lo que Él es. Permanece para siempre. Nunca deja de ser. Está en el origen de la compasión que Él siente por toda la humanidad, tanto por los creyentes como por los incrédulos. Él se deleita con nuestra compañía y quiere ser nuestro amigo. El profundo y constante amor de Dios hace que esté continuamente llamando a todos los seres humanos que ha creado, invitándolos a tener una relación con Él, a transformarse.
Cuando reflexiono sobre el amor de Jesús por mí, me lleno de gratitud, de humildad y de asombro. Me dan ganas de ser más como Él. Más bondadoso. Más generoso. Más considerado. De tratar a los demás con un amor más incondicional, de amarlos y respetarlos como seres humanos creados a imagen de Dios, sean cuales sean sus circunstancias[1]. Eso no es fácil, ya que somos seres humanos falibles, incapaces de manifestar amor inquebrantable de la manera en que Dios lo hace con nosotros. Aun así, se nos manda ser como Cristo, lo cual incluye emular Su naturaleza esencial y esforzarnos por obsequiar con amor incondicional a quienes nos rodean.
A veces el amor nos sale natural; resulta incluso bastante fácil manifestar amor incondicional con relativa continuidad a alguien que significa mucho para nosotros, quizá nuestro cónyuge, un hijo o un amigo cercano. Sin embargo, en otras situaciones resulta muy difícil. Nos gusta que Dios nos ame incondicionalmente a pesar de nuestros defectos, debilidades y pecados; pero a veces nos cuesta manifestar a los demás un amor así de generoso. Meditando sobre el tema me vinieron a la cabeza los siguientes pensamientos:
- Amar incondicionalmente es más un acto que un sentimiento. No hace falta sentir amor para expresarlo.
- Amar incondicionalmente es algo que hacemos por elección. También es algo que se aprende y en lo que, con la práctica, se va mejorando.
- El amor incondicional no tiene talla única. Cada persona necesita que se le exprese de un modo distinto. Si dos amigos tuyos están pasando por una temporada complicada, es posible que uno necesite que te sientes a hablar con él, y pudiera ser que el otro necesite que le des espacio y ores por él.
- Amar incondicionalmente a alguien no es evitarle todo daño y dificultad. Es prestarle ayuda y apoyo cuando enfrente los problemas.
- Tratar a alguien con amor incondicional no significa estar de acuerdo con su estilo de vida o el camino que ha escogido. Todos los seres humanos merecen nuestro amor. Los amamos porque Dios los ama.
- Uno no toma la decisión de amar incondicionalmente pensando en los beneficios o la dicha que eso le vaya a reportar, a pesar de que la felicidad suele ser un efecto secundario del amor incondicional.
Los cristianos debemos esforzarnos por parecernos más a Jesús en todo sentido; para ello, debemos fortalecer los músculos de nuestro amor incondicional. Veamos tres actividades que nos permitirán crecer en esa faceta de nuestra espiritualidad.
1. Comienza contigo. Si entendemos lo completamente que nos ama el Señor a pesar de nuestras faltas, defectos y fracasos, tendremos el convencimiento de que Él nos ama, nos valora, nos aprecia y siempre seremos hijos Suyos. Esa seguridad hará que nos resulte más fácil amar incondicionalmente. Por el contrario, si no nos parece que Dios nos ame incondicionalmente, nos resultará muy difícil manifestar amor incondicional y apoyar a los demás.
Tarea: Acepta que Dios te ama incondicionalmente. Admite tus limitaciones y debilidades, y regocíjate en la promesa divina que dice: «Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad»[2].
2. Cuanto más cerca de Jesús vivamos, más fluirá el amor de Dios hacia las personas de nuestro entorno a través de nosotros. Romanos 5:5 habla de que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado».
Tarea: Cultiva la cercanía con Jesús mediante la lectura de Su Palabra, y con regularidad dedica tiempo a la oración y la reflexión. Ruégale que te vuelva a llenar del Espíritu Santo.
3. Meditar sobre el amor de Dios es saludable para nuestro espíritu. Como ya mencioné, aparte de renovar nuestra gratitud, es un tremendo motivador. Pensar en el amor de Dios y en el grandísimo sacrificio que Él hizo al enviar a Jesús a morir por nuestros pecados, con el fin de reconciliarnos con Él, nos estimula a seguirlo más de cerca, a resistir el pecado y dejar que Su Espíritu nos guíe y nos dé poder para servirlo. Romanos 8:5 dice: «Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu».
Tarea: Dedícale más tiempo a Jesús a fin de que tus pensamientos sean más «del Espíritu». Eso hará que espontáneamente te conduzcas más como Jesús. He comprobado que leer frecuentemente 1 Corintios 13:4–8 me ayuda a reorientar mis pensamientos y reacciones, y a ser más amoroso y dócil a las indicaciones del Espíritu.
Los que formamos parte de la familia de Dios hemos recibido abundantes bendiciones. Se nos ha dado mucho: perdón de nuestros pecados, vida eterna, la ayuda y la guía de Dios y Su amor incondicional. A medida que vayamos creciendo en amor, podemos dar aliento a nuestros hermanos en el Señor y ayudar a conducir hacia Él a quienes aún no lo conocen. 1 Juan 4:7 me ha incentivado a crecer en amor. Dice: «Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios». Yo quiero ser «nacido de Dios». Deseo ardientemente conocerlo, y Su Palabra dice que amarnos unos a otros es la senda para alcanzar ese objetivo.
Crezcamos todos en amor día a día.
Artículo publicado por primera vez en marzo de 2018. Texto adaptado y publicado de nuevo en noviembre de 2020.
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