El amor de Dios por la humanidad
Recopilación
Jesús pasó una gran cantidad de tiempo con personas que según los evangelios era los pobres, los ciegos, los cojos, los leprosos, los hambrientos, los pecadores, las prostitutas, los recaudadores de impuestos, los perseguidos, los oprimidos, los cautivos, los poseídos por espíritus inmundos, los trabajados y cargados, la chusma que desconocía la ley, las multitudes, los pequeñitos, los menos favorecidos, los últimos y las ovejas perdidas de la casa de Israel.
En resumidas cuentas, Jesús andaba con la gentecilla.
Es evidente que Su amor por los fracasados y don nadie no era un amor exclusivo, eso meramente sustituiría una clase de prejuicio por otra. Él se relacionó con calidez y compasión con la clases media y alta, no por sus conexiones familiares, poder económico, inteligencia o condición social, sino porque ellos también eran hijos de Dios.
Si bien el término pobre en los evangelios incluye a los privados de recursos económicos e incluye a todos los oprimidos que dependen de la misericordia de los demás, se extiende a los que confían plenamente en la misericordia de Dios y aceptan el evangelio de la gracia, los pobres en espíritu[1]. La preferencia de Jesús por la gentecilla y los desposeídos es un hecho irrefutable en la narrativa del evangelio.
En la respuesta que da a Sus discípulos en cuanto a quién sería el mayor en el reino de los cielos[2], Jesús elimina toda distinción entre la élite y la gente común dentro de la comunidad cristiana. Así que llama a un niño pequeño a quien pone delante de ellos. Luego dijo: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos»[3].
Para el discípulo de Jesús «volverse como un niño» significa estar dispuesto a aceptar que uno mismo pasa a un segundo plano y no tiene mucha importancia. El niño pequeño, que es la imagen del reino, es un símbolo de aquellos que se ubican en los lugares más bajos de la sociedad, los pobres y los oprimidos, los mendigos, las prostitutas y los recaudadores de impuestos, las personas a quienes Jesús con frecuencia se refirió como los más pequeños o el menor.
Jesús llevó a la práctica Su comprensión del amor indiscriminado de Abba, un amor que hace que Su sol salga sobre buenos y malos, y que Su lluvia descienda sobre justos e injustos[4]. La inclusión de pecadores en la comunidad de salvación, simbolizada en la mesa fraternal, es la expresión máxima del evangelio de los desposeídos y el amor misericordioso del Dios redentor.
Si esta noche se apareciera Jesús en la mesa de tu comedor sabiendo cómo eres realmente y lo que no eres, comprendiendo a cabalidad la historia de tu vida y todo lo que tengas guardado en secreto; si Él expusiera tu verdadero estado actual como discípulo, incluyendo tus intenciones ocultas, los motivos ulteriores y los deseos oscuros de tu mente, sentirías Su aceptación y perdón. Brennan Manning[5]
El amor de Dios por cada ser humano
El amor de Dios abraza a todo ser humano. Desde el momento en que los creó, Dios ha amado a los seres humanos. Independientemente de cuál sea el estado de la relación que mantienen con Él, Dios los ama. Quizá no crean en Su existencia; quizá crean que existe, pero lo aborrecen; tal vez no quieren tener nada que ver con Él… Sea como fuere, Él los ama. Su amor, benevolencia y consideración les son concedidos en virtud de que forman parte de la humanidad. Los seres humanos fueron creados a imagen de Dios. Él nos ama a cada uno, y el amor que alberga por nosotros se traduce en actos amorosos de Su parte… en el desvelo que tiene hacia la humanidad y las bendiciones que nos prodiga.
«Con Tus cuidados fecundas la tierra, y la colmas de abundancia. Los arroyos de Dios se llenan de agua, para asegurarle trigo al pueblo. ¡Así preparas el campo! Empapas los surcos, nivelas sus terrones, reblandeces la tierra con las lluvias y bendices sus renuevos. Tú coronas el año con Tus bondades, y Tus carretas se desbordan de abundancia. Rebosan los prados del desierto; las colinas se visten de alegría. Pobladas de rebaños las praderas, y cubiertos los valles de trigales, cantan y lanzan voces de alegría»[6].
Cuando Jesús exhortó a Sus discípulos a amar a sus enemigos, les indicó que al hacerlo estarían imitando el amor de Dios, pues Dios se muestra amoroso y benigno con todos, incluso con los ingratos y los malignos[7]. Hace salir Su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos. El amor de Dios y Sus amorosos actos se extienden a toda persona, sin importar cuáles sean sus principios morales.
«Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque Él hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos»[8].
Jesús también reveló el amor que Dios tiene por todos cuando expuso el argumento de que si Dios vela por las aves del cielo y por la hierba del campo, desde luego va a velar por la gente, que es más valiosa que las aves[9]. Peter Amsterdam
La verdad fundamental
El hecho de que Dios es amor es una verdad fundamental acerca de Él. El amor es Su esencia, Su propio ser. Todo lo que Dios hace refleja y depende de Su amor. El amor, sin embargo, no define a Dios; el carácter de Dios es lo que define el amor.
Dios expresa Su amor por la humanidad de tres maneras específicas. La primera es Su amor más típico, descrito de la mejor manera en aquel hermoso versículo del evangelio de Juan: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»[10]. Dios extiende este amor a cada individuo y se interesa por cada uno de nosotros sin favoritismos. Aunque Él anhela que toda persona acuda a Él para salvación, continúa concediendo bendiciones y provisiones incluso a aquellos que todavía no se han entregado a Él.
Del amor más común de Dios viene Su pacto de amor, dado al pueblo que apartó para Sus propósitos. En el Antiguo Testamento, esa nación era Israel. No amaba a Israel porque fueran moralmente superiores o porque fueran Su pueblo elegido para traer al Mesías al mundo, sino por la sencilla razón de que Dios es amor. Este pacto de amor por Su pueblo se extiende hasta el Nuevo Testamento para Su iglesia y seguirá adelante hasta el fin de esta era en la cual toda persona que acepte a Jesucristo como su Señor y Salvador tiene parte en el pacto de amor de Dios.
Del pacto de amor de Dios viene Su amor central, que es el que experimentamos personalmente cuando empezamos una relación con Dios. Nuestra experiencia personal del amor de Dios está sujeta a que lo amemos en retribución. La evidencia de nuestra experiencia personal del amor de Dios se manifiesta en Mateo 22:37, cuando Jesús dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.» Esto significa que en todo lo que hacemos, en donde ponemos nuestros afectos, nuestra energía, y en toda ambición que tengamos, de alguna forma diremos: «Te amo Dios». Es una relación recíproca en la cual el amor central de Dios se convierte en el medio por el cual Su amor fluye a través de nosotros para beneficio de los demás.
Jesús renunció a todo para venir a la tierra, se despojó de Su gloria celestial para morir como un hombre por nuestros pecados, a fin de restaurar nuestra relación rota con Dios. Por encima de todo, el amor de Dios por el mundo y su gente, Su pacto de amor para los que están en Cristo y Su amor central por nosotros de manera individual se expresan de manera suprema en la cruz de Cristo. Brett McBride
Publicado en Áncora en abril de 2021.
[1] Mateo 5:3.
[2] Mateo 18.
[3] Mateo 18:2–4.
[4] V. Mateo 5:45.
[5] Brennan Manning, The Ragamuffin Gospel (Multnomah, 2005).
[6] Salmo 65:9–13 (NVI).
[7] Lucas 6:35–36.
[8] Mateo 5:43–45 (NBLH).
[9] Mateo 6:26–30.
[10] Juan 3:16.
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