Amar a Dios de palabra y de hecho
Peter Amsterdam
Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él. Colosenses 3:17
De palabra
Uno de los problemas más comunes a los que muchos nos enfrentamos es encontrar tiempo para leer y estudiar la Palabra de Dios. Todos deseamos leer y estudiar la Palabra, pero tenemos mucho que hacer. Conviene recordar que si tomamos tiempo con Él en oración y dedicamos tiempo a escucharle y leer Su Palabra, Él puede multiplicar nuestros esfuerzos y ayudarnos a realizar el trabajo que Él sabe que hay que hacer.
Todos tenemos grandes obligaciones. Podemos hallar la fortaleza y sabiduría necesarias para realizar la tarea a la que nos ha llamado el Señor pasando tiempo con Él en oración y meditando en Su Palabra. Dedicar unos momentos a lo largo del día para alabar y agradecer al Señor nos permite incorporarlo en nuestra vida diaria, reconocerlo y disfrutar de momentos maravillosos de reposo en Sus brazos, diciéndole cuánto lo amamos y lo necesitamos.
Algo interesante acerca de la alabanza es que cuanto más se acostumbra uno a alabar al Señor, más quiere hacerlo y más fácil le resulta. La alabanza es importantísima. Es la voz de la fe. Por otra parte, sabemos que esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe[1]. Me parece que a veces no nos damos cuenta del poder de la alabanza y de lo eficaz que es para introducir el Espíritu del Señor en nuestra vida, facultarnos para resistir los ataques del Enemigo y ayudarnos a ser más optimistas, alegres y alentadores con los que nos rodean.
Al Señor le encanta la alabanza. Él habita en las alabanzas de Su pueblo. El Señor quiere que lo alabemos en todas las situaciones, sobre todo cuando no nos apetece. Incluso cuando nos sentimos tentados a volvernos negativos, a criticar o a quejarnos un poco —ya sea de palabra o en nuestros pensamientos—, si hacemos el esfuerzo de pensar en nuestras bendiciones, de fijarnos en todo lo bueno y concentrarnos en todo lo que hace el Señor por nosotros y de cuántas formas nos ha guardado, bendecido, prosperado y protegido, me parece que eso nos ayudaría a superar las malas costumbres que podamos tener de reaccionar de forma negativa, quejumbrosa o incluso indiferente.
Me recuerda la anécdota de un predicador, Alexander Whyte, al que se le conocía por alabar mucho en sus oraciones. Siempre encontraba algo que agradecer al Señor, aun cuando las cosas iban mal. Una mañana de tormenta un feligrés pensó: «En un día tan feo como este, el predicador no tendrá nada que agradecerle a Dios». Pero empezó su oración diciendo: «Te damos gracias, Señor, porque no todos los días son como este». Eso sí que es un buen ejemplo de ver las cosas con actitud positiva y de alabanza.
Si oramos con fervor, le pedimos ayuda al Señor y nos lo proponemos, creo que Él podría ayudarnos a superar las reacciones negativas naturales a las circunstancias difíciles y alabar mucho más. Así no solo pondríamos mucho más contento al Señor, sino que también nos pondríamos mucho más contentos todos nosotros.
La alabanza es poderosa. El Señor desea nuestra alabanza. Esforcémonos por alabar más y por sustituir los pensamientos negativos con pensamientos positivos, de gratitud y de alabanza. Procuremos también lo más posible glorificar al Señor cuando hablamos y en nuestros intercambios con los demás, igual que hizo el predicador Whyte, alabándolo y reconociendo Sus bendiciones en vez de quejarnos, deprimirnos o reaccionar de forma negativa.
De hecho
Los dos mayores mandamientos son amar al Señor con todo nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas, y amar al prójimo como a nosotros mismos[2]. Jesús dijo: «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros»[3].
El amor es la savia del cristianismo. El amor es el cimiento, la piedra angular. Los cristianos deberíamos ser conocidos por nuestro amor. Nuestro amor mutuo debe envolvernos a todos tiernamente como un manto suave y abrigador, y proporcionarnos consuelo, seguridad, tranquilidad y entendimiento.
Es el sencillo e incondicional amor fraterno que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta», ese amor que «nunca deja de ser»[4]. Me refiero a un amor que comprende, perdona y tiende la mano para ayudar y amar sin parcialidad. Un amor que ama a quien no tiene atractivo, que ve más allá de las faltas y los defectos ajenos, que ve al Señor en los demás y ve a cada persona como alguien que ha entregado su corazón y vida a Jesús y que merece ser aceptado, atendido, cuidado y amado.
Podemos ser la manifestación del amor de Jesús por los demás. El desvelo, la compasión, la paciencia, la fe, la comprensión y el amor que nos manifestemos unos a otros pueden ser precisamente lo que le inspire a alguien la fe, el ánimo y las fuerzas que necesita para seguir adelante, para persistir en la lucha y alcanzar la victoria. Jesús dijo: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis»[5]. Conviene hacernos las siguientes preguntas: ¿He tratado a los demás del mismo modo que trataría a Jesús? ¿He dado el ejemplo del amor del Señor que Él quiere que dé?
Dediquemos tiempo a los demás, prestémosles oído y abrámosles nuestro corazón y nuestra vida. Seamos prestos para perdonar y olvidar. Hagamos lo posible por ser hospitalarios y compartir nuestras posesiones materiales con quienes padecen necesidad. Brindemos apoyo y consuelo a los demás y una muestra del amor incondicional del Señor. No saquemos conclusiones precipitadas ni juzguemos injustamente, sino demos el beneficio de la duda a los que batallan. Sobrellevemos los unos las cargas de los otros, y cumplamos así la ley de Cristo[6].
Y que el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones y os confirme en toda buena palabra y obra. 2 Tesalonicenses 2:16-17
Artículo publicado por primera vez en enero de 1998. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2014. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
[1] 1 Juan 5:4.
[2] Véase Marcos 12:30-31.
[3] Juan 13:35.
[4] 1 Corintios 13.
[5] Mateo 25:40.
[6] Gálatas 6:2.
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