Al dar se recibe
Steve Hearts
[Gaining by Giving]
A menudo es bastante fácil hablar acerca de dar, pero hacerlo es todo un reto. Esto es especialmente cierto cuando dar implica algún sacrificio de nuestra parte. Es evidente, por ejemplos bíblicos y de la actualidad, que Dios honra a los que dan generosamente. En Marcos 12:41-44 vemos un claro ejemplo de eso.
Jesús se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del Templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús llamó a Sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.»
Muy probablemente algunos de aquellos ricos donaban más por obligación o por el deseo de ser reconocidos por sus donaciones, que por un sincero amor a Dios. No suponía un gran sacrificio de su parte, ya que lo que daban no afectaba significativamente a su abundante riqueza. En cambio, la viuda era pobre pero estaba dispuesta a dar todo lo que tenía. Tenía un corazón abnegado. Por eso la señaló Jesús y su donativo recibió ese elogio.
Otro ejemplo es Elías y la viuda de Sarepta. Elías, el profeta de Dios, fue guiado por el Señor para quedarse por un tiempo en el «arroyo de Querit, al este del Jordán» (1 Reyes 17:3). Su provisión de agua provenía del arroyo y el Señor envió cuervos para que le llevaran comida cada día. Pero a raíz de una severa sequía, el arroyo al final se secó. De modo que el Señor le dijo a Elías:
«Ve ahora a Sarepta de Sidón y permanece allí. A una viuda de ese lugar le he ordenado darte de comer». Así que Elías se fue a Sarepta. Al llegar a la puerta de la ciudad, encontró a una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo:
—Por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber.
Mientras ella iba por el agua, él volvió a llamarla y le pidió:
—Tráeme también, por favor, un pedazo de pan.
—Tan cierto como que el Señor tu Dios vive —respondió ella—, no me queda ni un pedazo de pan; solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre!
—No temas —le dijo Elías—. Vuelve a casa y haz lo que pensabas hacer. Pero antes prepárame un panecillo con lo que tienes y tráemelo; luego haz algo para ti y para tu hijo. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: «No se agotará la harina de la tinaja ni se acabará el aceite del jarro, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra».
Ella fue e hizo lo que le había dicho Elías, de modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías (1 Reyes 17:9–15).
La pobre viuda tenía bastantes razones para ignorar las palabras de Elías. A fin de cuentas era un completo extraño haciéndole una gran petición, una que podía costarle su última comida y la de su hijo. Hizo falta una gran fe de su parte para darle a él el último poco de comida que tenía, pero lo hizo. Y fue abundantemente recompensada por su generosidad.
¿Y el muchacho que le dio a Jesús los dos peces y los cinco panes? (V. Juan 6:5–13.) Seguramente se preguntó dónde iba a encontrar algo para comer una vez que hubiera entregado su almuerzo. Pero lo hizo de corazón, confiando en Jesús con una fe infantil, y recibió a cambio más que suficiente junto con el resto de la multitud.
Puede ser más fácil dar con más liberalidad cuando no nos cuesta mucho. Pero el rey David se negó a «dar al Señor algo que no le costara nada» (v. 2 Samuel 24:24).
Hace unos años oré específicamente por una guitarra Ovation. Apenas la conseguí, sentí que el Señor me animaba a que se la diera a otra persona que necesitaba una guitarra. Aquello me sorprendió y me pregunté cómo iba a poder ahorrar para conseguir otra para mí. Sin embargo, no tenía ninguna duda sobre lo que el Señor me estaba pidiendo que hiciera.
Como una semana después de haber regalado la guitarra, me invitaron a cantar en la iglesia de un músico amigo mío que tenía una tienda de música. Cuando le dije que no tenía guitarra para tocar, me dijo: «No hay problema. Voy a escoger una de mi tienda para que la uses.» Y resultó que era una guitarra Ovation. ¡Yo estaba encantado!
Al terminar el servicio, busqué a mi amigo para agradecerle y despedirme. Me dijo:
—Ey, no olvides tu guitarra.
—¿Perdón? —le dije con incredulidad.
Me respondió:
—Mientras cantabas el Señor me dijo claramente que te bendijera a ti y a tu obra misionera con esta guitarra.
Cuando me fui de aquella iglesia me sentía en el séptimo cielo.
Si bien puede que no siempre cosechemos bendiciones materiales por dar, nunca queda sin recompensa, aunque en ese momento las recompensas no sean tangibles.
Escuché un relato dramatizado de un anciano llamado Jake. Tenía una fe sencilla y fuerte en Dios y sabía tocar la armónica. Vivía en una residencia de ancianos. Cierto día, recibió una carta de su sobrina en la que le decía que ella y su esposo habían hecho arreglos para que se fuera a vivir con ellos. El dinero para su pasaje estaba incluido en la carta. Quedó encantado.
Al poco tiempo, otro residente del asilo, llamado Ed, recibió un telegrama que decía que su nieta había fallecido. Para remate de aquella desgarradora noticia, Ed no tenía dinero para viajar y asistir al funeral, así que Jake le dio el dinero que había recibido de su sobrina.
Después Jake decidió hacer autostop para llegar a su destino. Lo recogió un joven llamado Clemente. Durante el viaje, el auto se averió y Clemente caminó hasta el pueblo más cercano en busca de repuestos. Dejó el auto al cuidado de Jake. Mientras Jake estaba sentado en el auto tocando su armónica, atrajo la atención de un hombre que vivía cerca. El amable señor lo invitó a su casa y le ofreció algo de comer, y Jake se hizo amigo de él y de su familia. Transcurrieron tres días y Jake pasaba la hora de las comidas con sus nuevos amigos, enseñándoles acerca del Señor y cómo orar.
Clemente finalmente regresó con los repuestos del auto y una vez que volvieron a la carretera, se disculpó por haberse demorado tanto. Dijo que no pudo conseguir los repuestos de inmediato, así que mientras esperaba, se emborrachó. Luego le contó que su mujer y niños lo habían dejado a raíz de su problema con la bebida y que estaba en camino para tratar de conquistarlos nuevamente. Pero el licor le había ganado la partida y no sabía cómo sería capaz de dejar de tomar. Jake le habló acerca de Jesús y de Su poder sanador y oró con él. Clemente sintió un cambio sobrecogedor.
Cuando Jake finalmente se reunió con su sobrina, se dio cuenta de lo feliz que estaba por cómo habían salido sus planes de viaje. Regalar su dinero le permitió darle una mano a un amigo necesitado y compartir su fe con las personas que encontró en el transcurso del viaje. Sabía que había hecho lo correcto al darle a Ed su dinero del viaje y a cambio había obtenido una bendición mucho más valiosa: almas conquistadas para el Señor.
¿Vale la pena sacrificarnos y dar a los demás? Por supuesto que sí. Jesús nos dijo: «Den y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida con que midan a otros, se les medirá a ustedes» (Lucas 6:38).
Si das, no perderás. Aunque puede que no haya ninguna recompensa inmediata o aparente, algún día reconocerás las bendiciones —sean físicas o espirituales— que tu generosidad trajo a tu vida y a la de otras personas, y te alegrarás de haber dado.
Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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