Abre tu corazón a la misericordia y el perdón
Recopilación
La misericordia de Dios es infinita, ¡es desde la eternidad y hasta la eternidad! Su amor, compasión, perdón y salvación no se agotan jamás. Nunca deja de amarnos, hagamos lo que hagamos. Nunca nos rechaza, nunca nos niega Su amor. Siempre tiene esperanza en nosotros, por mucho que nos descarriemos[1].
Cualesquiera que hayan sido nuestros tropiezos, fallos, fechorías o delitos, la sangre de Jesús cubre todos nuestros pecados, habidos y por haber. Si dejamos nuestros pecados y nos volvemos al Señor, Él es generoso para perdonarnos[2]. La Biblia dice: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados»[3], independientemente de lo que hayamos hecho. El único pecado imperdonable es negarse a creer en Jesús, rechazarlo como Salvador.
Dios es tan magnánimo que nos perdona no solo nuestros errores, ¡sino nuestros pecados! Siempre lo ha hecho y siempre lo hará, por los siglos de los siglos. Su amor y misericordia fluyen continuamente, como un torrente, como un río, ¡sean cuales sean las circunstancias! David Brandt Berg
*
¿Conoces la historia del encuentro que tuvo Jesús con un adinerado funcionario público de Jericó? [4]
Zaqueo, el personaje de esta historia, era un sujeto de muy mala fama, especialmente si se le compara con la multitud de hombres piadosos y las altas personalidades eclesiásticas que se paseaban por las calles de Jericó, «la ciudad de los sacerdotes».
Zaqueo era el acomodado director de una importante agencia de recaudadores de impuestos del gobierno romano. Para los judíos, estos funcionarios (o publicanos, como también los llamaban), eran lo más bajo y detestable de la sociedad, comparables únicamente con las prostitutas callejeras. Famosos por ser tramposos, extorsionadores y ladrones de los pobres, a estos hombres se les consideraba también traidores de sus hermanos, pues aunque eran judíos, trabajaban para el odiado gobierno romano.
He aquí un hombre a quien el gobierno había conferido autoridad para sacarle a la gente todo el dinero que pudiera en impuestos; y lo que le lograra exprimir por encima de eso iba a su propio bolsillo.
Un día, sin embargo, ocurrió algo que cambió todo eso en la vida de Zaqueo. Ya había oído hablar de Jesús y de los muchos milagros que hacía, pero lo que más le intrigaba era el hecho de que Jesús, al igual que él, también tenía mala reputación y fama de ser amigo de publicanos y pecadores. Es más, uno de los mismos discípulos de Jesús, Mateo, ¡había sido cobrador de impuestos en Capernaum!
Hacía tiempo que Zaqueo quería conocer a aquel excarpintero, convertido en profeta. Se preguntaba: «¿Se atrevería Jesús a ser amigo mío?» No tenía más amigos que sus familiares más íntimos, y últimamente empezaba ya a sentirse bastante insatisfecho. Se venía dando cuenta de que el dinero no bastaba, que no brindaba ese calor del alma y esa satisfacción que tanto anhelaba. Al fin y al cabo, poseía casi todo lo que se puede adquirir con dinero, pero algo le faltaba. No sabía a ciencia cierta qué.
Un día Jesús pasaba por Jericó. Cuando Zaqueo se enteró de que estaba en su ciudad, dejó todo, cerró la oficina y se fue corriendo a verlo con sus propios ojos. Una gran multitud se desplazaba lentamente por el camino y rodeaban a Jesús. Como el pobre Zaqueo era tan bajito, no podía ver nada. De pronto, descubrió que más adelante en el camino, a cierta distancia del gentío, se alzaba un enorme árbol sicómoro. A lo mejor si se encaramaba en el árbol, cuando Jesús pasase por allí, podría verlo. Zaqueo echó a correr dejando atrás a la multitud y rápidamente trepó al árbol.
Cuando Jesús llegó hasta el árbol donde se hallaba Zaqueo, le dijo: «¡Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose Yo en tu casa!»
«¿Qué... qué fue lo que me dijo?» ¡Se preguntó Zaqueo asombrado! «¡Sabe mi nombre! ¿Y quiere posar en mi casa?» Zaqueo le respondió:
—¿Por supuesto, es un honor! ¡Cómo no! ¡Ven a mi casa! ¡Eres bienvenido!
Y así, contentísimo, llevó a Jesús a su casa.
Cuando llegaron a la casa, la multitud que le seguía permaneció afuera indignada y murmurando:
«¿Cómo puede Jesús venir a nuestra espléndida ciudad, centro de formación religiosa, y alojarse con un sinvergüenza como Zaqueo?»
Jesús exclamó, entonces, de forma que lo oyera la multitud que protestaba fuera:
—¡Hoy ha venido la salvación a esta casa! ¡Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido!
Por muy malo que hubiera sido Zaqueo antes, el amor del Señor era más que suficiente para perdonarlo. Texto adaptado de un artículo de Tesoros[5]
*
Los habitantes de Jericó estaban muy molestos porque Jesús visitó a Zaqueo en su propia casa. Todos se quejaban y decían: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador»[6]. Sin embargo, las actitudes de otros nunca evitaron que Jesús diera la bienvenida a los pecadores. Así pues, independientemente de lo que las personas piensen de ti, recuerda que Jesús siempre está a la espera de que acudas a Él. Jesús, lleno de misericordia y compasión, nunca rechaza a nadie, sin importar el pasado de esa persona. […] Jesús dijo: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»[7]. En otra ocasión, Jesús dijo que no había venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento[8]. Jesús pasó tanto tiempo con pecadores durante Su ministerio que se decía de Él que era un glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores[9].
Los dirigentes de la religión judía, los escribas y fariseos, se quejaron de Jesús por el ministerio que tenía entre los pecadores. Así pues, Jesús contó parábolas acerca de la misericordia de Dios: la parábola del pastor que buscó la oveja perdida[10], la parábola de la mujer que barrió la casa para buscar una moneda perdida[11] y la parábola del hijo pródigo a quien el padre le dio una buena acogida cuando regresó[12]. Jesús dijo que había más alegría en el Cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve virtuosos que no necesitaban arrepentimiento[13]. […] Hablemos [también] de la misericordia. «Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho»[14]. Nuestro Salmo también nos tranquiliza hablándonos de la misericordia de Dios, diciéndonos que es bondadoso y compasivo[15].
Jesús toca a la puerta de tu corazón. Al igual que Zaqueo, ¿abrirás la puerta y darás la bienvenida a Jesús? En Apocalipsis 3 hay un bellísimo versículo. Jesús dice: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo»[16]. Tú decides si le abrirás la puerta a Jesús; Él no entrará a la fuerza. Si le abres la puerta de tu corazón a Jesús, valdrá la pena.
Cuando tengas un encuentro con Jesús, no volverás a ser la misma persona. Querrás renunciar al pecado y llevar una nueva vida de gracia. […] Si realmente has tenido un encuentro con Jesús, serás diferente. Eso es lo que le pasó a Zaqueo. Ya no hizo trampas en los impuestos. Prometió: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo»[17]. Cuando recibimos el perdón de Jesús somos transformados. Recurramos a la misericordia de Jesús, seamos sanados de nuestros pecados y también renovados y transformados. P. Tommy Lane[18]
*
Jesús, eres tan paciente y amoroso con todos nosotros. Nos has tratado con mucho amor. Somos como un tizón arrebatado del incendio, levantado del polvo y de la nada. Te damos gracias por Tu amor, Señor, por lo mucho que nos has amado. Tú no nos fallaste. No desististe con respecto a nosotros aunque parecíamos un caso perdido.
«Por un poco de tiempo te abandoné, pero te he recogido con amor, bondad y grandes misericordias»[19]. «Porque Mi misericordia es desde la eternidad y hasta la eternidad, y así tendré misericordia de ti». «Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar»[20]. «Si vuestros pecados fueren como la grana, vendrán a ser como blanca lana; y si fueron rojos como el carmesí, ¡como la nieve serán emblanquecidos!»[21]
«¡Cristo ya pagó, se lo debo a Él! ¡Y como nieve dejó las manchas de mi ser!» La misericordia de Dios parece ser ilimitada. Su amor es infinito. ¡Gloria a Dios! David Brandt Berg
Publicado en Áncora en agosto de 2015.
[1] Salmo 103:3-14.
[2] Isaías 55:7.
[3] 1 Juan 1:9.
[4] V. Lucas 19:1-10.
[5] Publicado por La Familia Internacional en 1987.
[6] Lucas 19:7
[7] Lucas 19:10.
[8] Lucas 5:32.
[9] Lucas 7:34.
[10] Lucas15:3-7.
[11] Lucas 15:8-10.
[12] Lucas 15:11-32.
[13] Lucas 15:7.
[14] De la Biblia Latinoamericana.
[15] Salmo 145:8.
[16] Apocalipsis 3:20.
[17] Lucas 19:8.
[18] http://www.frtommylane.com/homilies/year_c/31.htm#confession.
[19] Isaías 54:7-8.
[20] Isaías 55:7.
[21] Isaías 1:18.
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