A través del dolor
Iris Richard
¿Será que detrás de cada nube siempre brilla el sol?, me pregunté.
Para ilustrarlo, debo retroceder en el tiempo, cuando me hicieron un examen físico en el colegio y el diagnóstico arrojó escoliosis de la columna cuando tenía nueve años. Ni mis padres ni yo estábamos al tanto de esta condición porque no se notaba mucho, pero desde que me diagnosticaron, la palabra «escoliosis» se convirtió en una realidad profunda y amenazante que se quedó conmigo el resto de mi vida.
Durante toda mi adolescencia, la escoliosis siguió empeorando hasta que mi columna vertebral tenía la forma de una S; afectó mi postura y me creció una joroba en un lado de la espalda. En aquellos tiempos, el procedimiento habitual era una cirugía en la que colocaban unas varas a lo largo de la columna para estabilizarla. Esa operación tenía sus riesgos y mis padres decidieron no llevarla a cabo. En un esfuerzo de frenar el empeoramiento, me recomendaron sesiones de fisioterapia regulares y empecé a usar un incómodo corsé de plástico.
La perspectiva de tener hijos con mi tipo de escoliosis no era prometedora. Me dijeron que el embarazo pondría demasiada presión en mi espalda, sobre todo si la escoliosis seguía avanzando. Mi adolescencia estuvo plagada de lamentos y ansiedad, y además una perspectiva sombría sobre mi futuro.
El sueño de convertirme en azafata se desmoronó debido a mi salud, y tuve que interrumpir los estudios que había iniciado en la universidad de enfermería, porque el trabajo en el hospital era demasiado extenuante.
Llegaron los años 70, la esplendorosa era de los hippies se propagó como un incendio forestal por toda Europa y nuestro pueblo no se quedó atrás. Mi condición física y mi bronca contra las perspectivas sombrías fueron el inicio de una transición de mi vulnerabilidad a la rebeldía.
Mi entorno desplegaba un nuevo estilo de vida; libertad, pelo largo, modas bohemias, protestas y un liberalismo vigorizante. Esos conceptos me atrajeron de inmediato y alimentaron una sensación de imprudencia, porque sentía que la vida me había hecho una mala jugada. Cada vez estaba más desilusionada, y las drogas me ofrecieron una vía de escape y de recreación que recibí con los brazos abiertos para alejarme de los juicios y las críticas. Me sedujo un nuevo mundo intrigante que quería ser descubierto.
Fue entonces que conocí a mi alma gemela y juntos emprendimos un viaje en busca de nuestro destino que nos llevó más de 20.000 kilómetros, a través de partes de Europa, Medio Oriente y más allá. Avanzamos con dificultad por muchos senderos polvorientos en una peregrinación de paz y propósito, un viaje que a menudo me llevó al límite y al final me dejó vacía.
Pero Dios tenía un plan para mí y estaba a punto de reparar los trozos rotos de mi vida cuando puso en mi camino a un grupo de jóvenes misioneros en un pequeño pueblo del norte de la India. Después de recibir a Jesús como mi Salvador, decidí dar mi vida al servicio de quien lo necesitara. Me uní a la misión, lo que marcó un punto de inflexión y mejora en mi vida. Esperaba que mi nueva fe en Dios me ayudara a recibir la curación que tanto deseaba. Repetidamente oré por una curación completa, con la esperanza de que algún día despertaría con la columna recta, como algunas de las curaciones milagrosas sobre las que había leído en la Biblia. Estaba impaciente por recibir esta bendición y sólo más adelante comencé a darme cuenta de que Dios tenía otros planes para mí. Es decir, un recorrido paso a paso para aprender valiosas lecciones de paciencia, agradecimiento y tenacidad, así como de empatía por quienes padecen enfermedades crónicas.
Aunque la escoliosis dejó de progresar, aun así me dejó con la espalda muy torcida, lo cual era angustioso, incómodo, agotador y doloroso. Sin embargo, contra todo pronóstico, pude tener siete hijos, todos con parto natural, lo que fue verdaderamente un milagro en mi estado.
Con el tiempo, aprendí a manejar mi problema de espalda con la ayuda de ejercicios específicos, analgésicos ocasionales y masajes, pero recientemente tuve un contratiempo que me dejó devastada.
Me caí y me lastimé gravemente la espalda. Casi no podía caminar ni nadar ni hacer mi rutina habitual de ejercicios; en pocas palabras, apenas podía arreglármelas. Una visita a un quiropráctico confirmó que tenía una lesión en los tejidos blandos y que algo en mi espalda se había dislocado. El tratamiento fue doloroso e inicialmente no produjo ningún alivio, por lo que no tuve más remedio que tomar analgésicos a diario. Estaba desesperada. Mi fisioterapeuta seguía diciéndome que debía tener paciencia y que el proceso de curación llevaría tiempo.
Efectivamente, tomó tiempo y mi paciencia fue puesta a prueba durante las seis semanas antes de que comenzara a sentirme mejor. Hubo días en los que estuve tentada a ceder a la frustración, el dolor y el desánimo, pero aprendí a superar todas esas emociones negativas a través de la oración e invocando las promesas de Dios en Su Palabra. Tener que reducir la velocidad me dio tiempo para reflexionar y modificar mi forma de operar: aprender a confiar más en el Señor para que obre a mi favor, en lugar de depender tanto de mis propias fuerzas, lo cual soy propensa a hacer.
¡Mi vía crucis con la enfermedad crónica ha sido un proceso de crecimiento para convertirme en una vasija mejor, más apta para el uso del Maestro! En retrospectiva, ahora veo que, después de todo, cada una de mis nubes oscuras tenía un lado positivo y que Dios consideró oportuno ayudarme a superar cada prueba y desafío de vivir con un problema de salud crónico. Aunque no he recibido una curación total, estoy agradecida por todas las lecciones y los tesoros que he descubierto a lo largo del camino, que, si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez nunca los hubiera encontrado.
* * *
«Podemos optar por amargarnos por nuestra enfermedad o podemos optar por utilizarla como catalizador para el crecimiento. Podemos optar por concentrarnos en lo que no podemos hacer o podemos buscar oportunidades para usar las habilidades que tenemos para honrar a Dios. Podemos optar por creer que las etapas más significativas de nuestra vida ya pasaron, o podemos optar por creer en la Palabra de Dios, que Él se deleita en valerse de los débiles para confundir a los sabios y que Su poder se perfecciona en nuestra debilidad». Mary J. Yerkes
«Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce perseverancia, y la perseverancia produce carácter probado, y el carácter probado produce esperanza. Y la esperanza no acarrea vergüenza porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». Romanos 5:3–5
«Te basta con Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad». 2 Corintios 12:9
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