Cada detalle
Recopilación
«El Señor dirige los pasos de los justos; se deleita en cada detalle de su vida». Salmo 37:23[1]
Dios conoce cada detalle de ti: lo que te gusta y lo que te desagrada, características personales, ubicaciones, familia y mucho más. Es un experto sobre ti. Podría escribir un libro sobre ti. Podría escribir el libro acerca de ti.
En la Tierra hay más de 7.660 millones de personas, y Él te conoce personal y completamente. Dios incluso sabe cuántos cabellos tienes en la cabeza: «¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y Él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones»[2].
¿Cuántos cabellos hay en la cabeza de los humanos? Acércate a un espejo y empieza a contar. Imposible, ¿cierto? Estos son algunos datos:
- Los rubios tienen unos 150.000 cabellos.
- Los pelirrojos tienen unos 90.000.
- Si tienes el pelo negro o castaño, tienes unos 110.000 cabellos.
Así pues, en la cabeza humana hay un promedio de 100.000 cabellos. En el planeta hay aproximadamente 7.660.000.000 de personas. Eso significa que Dios conoce el estado actual de 7.660.000.000.000.000 cabellos en la cabeza de los humanos. (Sí, algunas personas son calvas, así que esto es solo un promedio.) Esos son 7.660 billones de cabellos que Dios conoce muy bien.
Y ese número es solo el de los humanos. Ni siquiera empezamos a hablar de los animales.
Hay aproximadamente 8,7 millones de especies de animales en la Tierra. Todos los animales de todas las especies (los que tienen pelo y los que no), Dios también los conoce. Pero eso no es nada. Él determina el número de las estrellas y les pone nombre[3].
Hay nueve planetas en nuestro sistema solar. Ocho si no se incluye a Plutón. Tienen su órbita alrededor del sol. El sol es una estrella de la Vía Láctea. La Vía Láctea tiene otros 200.000 millones de estrellas que son como el sol. Planetas y lunas tienen su órbita alrededor de cada una de ellas también. Dios tiene un nombre para cada uno de ellos. Además, hay 100 billones de galaxias en el universo, cada una con unos 200.000 millones de estrellas.
Mi calculadora no puede más; digamos que son muchas estrellas y muchos nombres. Hay muchas más estrellas en el cielo que cabellos en la cabeza de los humanos.
Cada cabello, cada estrella. [...] Dios los conoce todos. Así que, ¿es posible que conozca tu verdadera identidad? Alex y Stephen Kendrick[4]
Dios me conoce plenamente
«Señor, Tú me examinas, Tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando Tú, Señor, ya la sabes toda. Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de Tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo». Salmo 139:1-6[5]
¿Qué tan bien me conoce Dios? Conoce todos los detalles de mi vida, todos los lugares a donde voy, todo lo que hago, todo lo que digo, aun antes de decirlo. ¡Vaya red de seguridad! Nunca puedo perderme de Dios. Él me conoce completamente, y no solo eso, me rodea para protegerme de todo daño. Nuestro Dios es magnífico, maravilloso.
Ese conocimiento es muy tranquilizador, excepto para quien sea propenso a comportarse secretamente de manera que sabe que Dios no aprobaría. […] Lo más triste de pensar así es que esa persona tiene una idea muy pequeña de quién es Dios, el Dios que la creó y que sabe lo que haría que se sintiera una persona completa y que le daría satisfacción a él o ella.
Dios nos conoce completamente, incluso conoce los detalles más turbios de nuestra vida, ¡¡¡pero lo mejor es que de todos modos nos ama!!! Él murió por nosotros antes de que tratáramos de vivir para Él. Y Él nos protege. «Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; es muy elevado, no lo puedo alcanzar». (Sin cursivas en el original; Salmo 139:6; NBLA.)
Señor, eres tan bueno con nosotros, más de lo que podríamos merecer. Ayúdanos para que nuestro espíritu sea más sensible, de modo que nunca escojamos hacer algo que no te complazca o que perjudique nuestra testificación. Y cuando fallemos, ayúdanos a rápidamente confesar nuestro pecado, de modo que nuestra comunión contigo se restablezca y sea completa. Janice Green[6]
Los pensamientos de Dios
«¡Cuán preciosos, oh Dios, me son Tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si me propusiera contarlos, sumarían más que los granos de arena». Salmo 139:17,18[7]
Cierto día, a la caída de la tarde, iba yo paseando por la playa cuando de pronto alcé la vista y me encontré con un deslumbrante cielo arrebolado. Al ver semejante obra de arte desplegarse ante mí, todo lo demás quedó opacado. Me sentí inmersa en su belleza. Tuve la impresión de que con aquel atardecer Dios pretendía animarme y comunicarme Su amor.
Finalmente, luego de unos quince minutos —que a mí me parecieron apenas unos instantes—, aquel majestuoso panorama comenzó a desvanecerse. Su gloria fue diluyéndose apaciblemente en las brumas de la noche, refugiándose allí para volver a pintar el mundo al día siguiente. Sumida cada vez más en la penumbra, de pronto se me ocurrió que aquel tremendo despliegue de belleza y poder, tan glorioso, imponente y complejo, no era más que un pensamiento, un destello en los ojos de Dios. No era más que una minúscula motita en la inmensidad de Su capacidad. Si aquella escena efímera había conmovido tanto mi alma, al punto de dejarme boquiabierta ante tal esplendor, ¿cómo podía llegar yo a comprender o imaginar siquiera a su Creador, capaz de salpicar el cielo de esa magnificencia y en un momento volver a limpiarlo? Casi como si todo aquello no fuera más que Su aura o la estela que hubiera dejado al pasar.
A veces nos enfrascamos mucho en lo terrenal, nos afanamos y nos preocupamos de que estamos solos en el mundo con nuestros ahogos y desventuras, y nos convencemos de que tenemos que salir de ellos por nuestros propios medios. Sin embargo, en momentos así me vuelvo consciente de la innegable realidad de que somos amados profundamente por Alguien capaz de hacer estallar el cielo en una escena de incomparable belleza con tan solo un pensamiento, y recuerdo en quién he puesto mi esperanza. Lo que me dijo Dios por medio de tan sublime obra de arte fue: «Puedo sustentarlo todo. Puedo resolver cualquier problema. Soy la belleza misma. Soy poder. Soy amor. Y esto lo hago por ti».
Momentos así me hacen ver que el Todopoderoso, el mismo que plasma semejante grandeza momentánea por consideración a Sus criaturas, está en estrecha sintonía con nuestras más insignificantes necesidades y deseos, y nos guía y vela por nosotros en situaciones ya triviales, ya trascendentales. ¿Cómo podemos preocuparnos de que vaya a olvidarse de nosotros o dejar de tener en cuenta, de manera perfecta y absoluta, hasta el último detalle de nuestra vida? María Fontaine
La chispa de vida
«Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son Tus obras. […] No estaba oculto de Ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en Tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos». Salmo 139:13-16[8]
Hay un milagro que nos resulta incomprensible y que se produce a diario. Un espermatozoide se une a un óvulo para formar una célula más pequeña que un gránulo de sal. Esa única célula contiene el complejo mapa genético y cada detalle del desarrollo de un ser humano: su género, el color de sus ojos y su cabello, su estatura, el tono de su piel y mucho más.
En apenas cuatro días, el óvulo fertilizado llega al útero. A las tres semanas se forman los rudimentos del cerebro, la médula y el sistema nervioso, y el corazón comienza a latir. Al cabo de un mes, ya empiezan a verse los brazos, las piernas, los ojos y las orejas. El corazón ya bombea sangre a través del sistema circulatorio.
Pasadas seis semanas, el cerebro —que se desarrolla a paso acelerado— comienza a controlar el movimiento de músculos y órganos.
A partir de la novena semana, ese embrión en desarrollo se denomina feto, vocablo que en latín significaba cría. A los tres meses el bebé está perfectamente formado. Ya tiene uñas en los dedos de las manos y de los pies. Puede alzar las cejas, fruncir el ceño y girar la cabeza. Cumplidas 16 semanas, el bebé ya ha alcanzado poco más de un tercio del tamaño que tendrá al momento de nacer. A los cinco meses de su concepción, le crecen el pelo, las pestañas y las uñas.
El resto del tiempo que pasa en el vientre se va preparando para el día del alumbramiento, que generalmente se produce a las 40 semanas, aunque hoy en día los bebés que nacen con apenas 22 semanas tienen posibilidades de sobrevivir. Finalmente llega el momento de abandonar la seguridad del vientre materno y salir al mundo. Se le abre entonces a ese nuevo ser humano todo un universo de oportunidades, de dichas y sinsabores.
¿Cómo es posible que en apenas nueve meses una sola célula se convierta en un bebé completamente desarrollado? Si bien es posible observar ese proceso, no alcanzo a comprender lo que lo desencadena, así como tampoco alcanzo a comprender la milagrosa resurrección de Cristo.
De todos modos, aunque no lo entendamos, podemos regocijarnos por el sublime don de la vida que el Creador nos ha concedido: vida aquí en este mundo y vida eterna en el más allá. Marge Banks
Publicado en Áncora en noviembre de 2022.
[1] NTV.
[2] Mateo 10:29-31 (NVI).
[3] Salmo 147:4 (NVI).
[4] https://www.lifeway.com/en/articles/god-knows-every-hair-on-your-head-revealed-overcomer.
[5] NVI.
[6] https://hiswhisperings.wordpress.com/2008/02/16/psalm-1391-6-god-knows-me-completely.
[7] NVI.
[8] NBLA.