Las estrellas y los servidores

mayo 15, 2014

Recopilación

¿Quién es el más importante?

Por ese tiempo, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
—¿Quién es el más importante en el reino del cielo?
Jesús llamó a un niño pequeño y lo puso en medio de ellos. Entonces dijo:
—Les digo la verdad, a menos que se aparten de sus pecados y se vuelvan como niños, nunca entrarán en el reino del cielo. Así que el que se vuelva tan humilde como este pequeño, es el más importante en el reino del cielo.  Mateo 18:1-4[1]

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Soy periodista y en el ejercicio de mi profesión he entrevistado a «estrellas». Entre otras personas, he entrevistado a destacados futbolistas de la NFL (Liga nacional de fútbol estadounidense), actores de cine, músicos, autores de los libros más vendidos, políticos y personalidades de la televisión. Son personas que dominan los medios de comunicación. Las adulamos, escudriñamos su vida: la ropa que se ponen, lo que comen, los ejercicios aeróbicos que practican, a quienes aman, la pasta de dientes que utilizan. Sin embargo, debo decir que en mi limitada experiencia he descubierto que es verdadero el principio de Paul Johnson: nuestros «ídolos» son uno de los grupos de personas más desdichadas que he conocido. La mayoría tiene problemas en su matrimonio o se ha separado. Casi todos dependen de la psicoterapia. La gran ironía es que al parecer esos héroes famosos viven atormentados porque dudan de sí mismos.

También he pasado tiempo con personas a las que llamo «servidores». Son médicos y enfermeras que trabajan donde se encuentran los parias, los leprosos, las personas de ínfima condición social de la India. Un egresado de Princeton que dirige un hotel de Chicago para personas sin hogar. Profesionales de la salud que han dejado empleos bien remunerados para prestar sus servicios en una ciudad atrasada en Misisipí. Socorristas que trabajan en Somalia, Sudán, Etiopía, Bangladesh y otros lugares donde hay sufrimiento humano. Personas que tienen doctorados y a las que conocí en Arizona; ellas se encuentran en diversos sitios de las selvas de Sudamérica, su trabajo consiste en traducir la Biblia a lenguas desconocidas. Estaba dispuesto a rendir homenaje a esos servidores y a sentir admiración, a considerarlos ejemplos alentadores. No estaba preparado para envidiarlos.

Sin embargo, al reflexionar ahora en esos dos grupos —las estrellas y los servidores—, veo con claridad que los servidores resultan ser los favorecidos, los honrados. Sin duda prefiero pasar tiempo con los servidores que con las estrellas, pues los primeros entre otras cualidades poseen una profundidad, riqueza y alegría sin parangón. Los servidores reciben un salario bajo, trabajan largas horas y sin elogios, se podría decir que desperdician su talento y capacidades entre los pobres e incultos. No obstante, en el proceso de perder su vida, la encuentran. En efecto, son bienaventurados los pobres en espíritu y los mansos; así lo creo ahora. Suyo es el reino de los cielos y heredarán la tierra.  Philip Yancey[2]

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Al espíritu manso y apacible no despreciará Dios.  Salmo 51:17

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En Su Palabra hay muchísimas promesas para los mansos de las que ciertamente queremos ser partícipes, para beneficiarnos de lo que les ofrece.

Jesús incluso dice de Sí mismo, siendo Él tan humilde y el Hijo perfecto de Dios: «Soy manso y humilde de corazón —modesto—; y hallaréis descanso para vuestras almas», siempre y cuando acudamos a Él: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí»[3].

Jesús dice que si somos mansos y humildes de corazón hallaremos descanso para nuestra alma, porque Su yugo es fácil y ligera Su carga. De modo que si están cansados, han estado trabajando mucho, se sienten sobrecargados y necesitan descanso, tomen sobre sí Su yugo. No el de este mundo, no su propio yugo ni el de otra persona, sino el yugo del amor del propio Jesús y Su carga de amor al prójimo. Si son lo suficientemente mansos y humildes como para ponerse ese yugo encima, comprobarán que es fácil y ligero, y así hallarán descanso para su alma.

«He aquí, tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga»[4]. Nuestro amado y tierno Jesús no entró en Jerusalén montado en un lujoso carruaje, ni en un imponente carro de guerra, ni en un altivo corcel, sino a lomos de un sencillo, manso, humilde y ridículo burrito, un borrico rebuznón, que en la Biblia, en la literatura, a lo largo de la Historia y en las comparaciones lingüísticas que se hacen con la personalidad de las personas ha sido constantemente considerado un asno, un animalillo ridículo que produce un sonido de lo más gracioso: «Hi-aaa, hi-aaa».

Llegó, pues, Jesús sentado en un burrito —al parecer aún no estaba del todo desarrollado, era un animal joven, un pollino—, ¡de la forma más humilde en que podía haber entrado en la ciudad de Jerusalén a lomos de una cabalgadura! No sé cómo podría haber ido montado en una bestia más pequeña, ridícula, mansa y tranquila.

El Señor dice que la solución no está en la fuerza del brazo de carne, sino en tener «un espíritu manso y apacible, que el Señor no desprecia». Dicho de otro modo, Dios lo bendice.

A Dios le encanta un espíritu manso y apacible. Él no lo desprecia, sino que lo bendice. Y a ustedes los bendecirá por tener un espíritu así.

Sean mansos y apacibles. Avancen con tranquilidad lo mejor que puedan, encomiéndenselo todo a Dios, y Él se encargará de ello. ¡Gloria a Dios! Si tienen ese espíritu manso y apacible que el Señor no desprecia, Él prometió que lo bendecirá.  David Brandt Berg[5]

 

La belleza de lo común

Bienaventurados los pobres en espíritu.  Mateo 5:3

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En el Nuevo Testamento se hacen notar elementos que desde nuestro punto de vista no parecen tener importancia. «Bienaventurados los pobres en espíritu» literalmente significa: «Bienaventurados los indigentes». ¡Algo muy común! […]

En la base del reino de Cristo se encuentra la sencilla belleza de lo común. Al ser pobre he recibido una bendición. Si sé que no tengo fuerza de voluntad ni soy de carácter noble, entonces Jesús me dice: «Eres bienaventurado», pues debido a esa pobreza puedo entrar en Su reino. No puedo entrar gracias a mi bondad. Puedo entrar solo como un indigente.

[…] Cuando Jesús obra lo sabemos porque Él hace de lo común un motivo de inspiración.  Oswald Chambers

 

El reino de un mendigo

A cambio de nuestra […] voluntad de aceptar la caridad de Dios, recibimos un reino. Y el reino de un mendigo es mejor que la falsa ilusión de un hombre orgulloso.  Donald Miller

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Adondequiera que miramos, vemos personas que se dedican a construir supuestos reinos de poder e influencia. Se esfuerzan y se sacrifican a fin de abrirse camino. En un afán de probar su independencia, se agotan en la búsqueda del éxito mundano y la autosuficiencia. […]

Dios nos ofrece muchísimo más que la falsa ilusión del éxito, nos ofrece Su reino y según Sus condiciones. Debemos acercarnos indefensos y humildes, sabiendo que no podemos ganar Su reino por nuestros propios méritos; únicamente lo obtenemos cuando con humildad aceptamos el amor de Cristo y el sacrificio que hizo por nosotros. Llegamos como mendigos y luego Dios nos da un lugar valorado en Su reino, en calidad de hijos adoptivos.

[…] Solo al convertirnos en mendigos llegaremos a experimentar las riquezas de la gracia de Dios.  Anónimo[6]

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El Señor ha prometido: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman»[7]. Así pues, sabemos que el Señor nos tiene preparadas algunas maravillas que ni nos imaginamos, soñamos o esperamos.

Es alentador recordar que a pesar de las pruebas y dificultades de la Tierra y los sacrificios que hemos hecho en nuestra vida al servicio del Señor, Él tiene reservada una recompensa que hará que todo valga la pena. Una vez nos dijo: «Cuando les devuelvo tanto que ya no les parece que fue un sacrificio, eso no es más que un uno por ciento de su recompensa. Prometo devolverles el ciento por ciento. ¡Así que todavía queda mucho más!» Aunque los idiomas humanos terrenales y las limitaciones verbales no permiten describir la recompensa celestial que nos espera, pensar en nuestra corona de vida, en la recompensa que Él ha prometido, puede motivarnos y darnos la gracia para afrontar los desafíos que tenemos por delante.

El Señor los conoce mejor que nadie. Al fin y al cabo, es su Creador, y va a recompensar a cada uno con lo que más aprecie.  María Fontaine[8]

Publicado en Áncora en mayo de 2014. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] NTV.

[2] The Jesus I Never Knew (Zondervan, 1998).

[3] Mateo 11:28–30.

[4] Mateo 21:5.

[5] Publicado por primera vez en junio de 1975.

[6] Every Day with Jesus (Worthy Publishing, 2011).

[7] 1 Corintios 2:9.

[8] Publicado por primera vez en octubre de 2005.

 

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