Dios de toda consolación

mayo 6, 2014

Recopilación

«Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación…»  2 Corintios 1:3[1]

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«Dios de toda consolación». En Dios se encuentran toda clase de consuelos. Sea lo que sea que requieras para sobrellevar tus aflicciones, Dios cuenta con la clase de alivio que necesitas. ¡Y está más que dispuesto a brindártelo! De eso no te quepa la menor duda, ten por seguro que te lo concederá si se lo pides. ¡Qué nombre tan alentador para todos los que se han desanimado con las pruebas de la vida, los obstáculos con que se han topado en este enorme y terrible desierto! Dios es el Dios de toda consolación; no de alguna, sino de toda consolación. Aunque necesites todos los tipos de consuelo que se han concedido jamás a los hombres, Dios los tiene guardados y te los dará. Todo consuelo que puedan hallar los hijos de Dios cuando se encuentren enfermos o en prisión, necesitados o en medio de la depresión, el Dios de toda consolación se los dispensará conforme a su necesidad.  Charles Spurgeon[2]

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Así que no temas, porque Yo estoy contigo; no te angusties, porque Yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con Mi diestra victoriosa.  Isaías 41:10[3]

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Yo les he dicho estas cosas para que en Mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo.  Juan 16:33[4]

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Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque Tú estás a mi lado; Tu vara de pastor me reconforta.  Salmo 23:4[5]

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La paz les dejo; Mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden.  Juan 14:27[6]

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Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y Yo les daré descanso. Carguen con Mi yugo y aprendan de Mí, pues Yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma.  Mateo 11:28–29[7]

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Hay muchas personas que reciben innumerables bendiciones de parte de Él y que descansan en Sus promesas, y sin embargo no llegan a conocer al propio Dios de manera personal. También hay muchos que confiaron por un tiempo en Cristo y encontraron gran consuelo en la seguridad de Su amor, y que a la larga, en épocas de prueba llegaron a experimentar una amistad mucho más íntima con Él. En esos momentos conocieron Sus tesoros de amor, de comprensión y de consuelo que sobrepasaron con creces lo mejor que habían experimentado hasta el momento. Por lo tanto, al buscar ayuda en momentos de necesidad, jamás deberíamos contentarnos únicamente con los dones de Dios ni con los consuelos que nos reportan Sus promesas; deberíamos ir más allá de todo eso y buscar satisfacción en la infinita bendición de Su amor.

Es así como las Escrituras representan a Dios: lo muestran siempre generoso, dispensando Sus misericordias y beneficios, sin embargo queriendo que no nos conformemos únicamente con eso. «Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos». No obstante, desea manifestarse a Sus hijos de una manera en que no lo hace con el mundo. Los grandes santos de la Biblia hallaron su satisfacción y su ayuda no en las dádivas de Dios sino en el propio Dios. De ahí la sublime declaración de David, que dice: «Nada me faltará». No lo decía pensando en las grandes cantidades de bendiciones divinas que había acumulado, sino en que el Señor era su pastor. Su confianza no estaba depositada en las riquezas que Dios le había concedido, y con las que le alcanzaba para cubrir todas sus necesidades en vida, sino en Dios mismo. En otro salmo, el intenso deseo del autor no es por las meras prendas de la bondad de Dios ni por ningún favor o beneficio de Su mano, sino por Dios mismo. «Así te busca, oh Dios, todo mi ser». La única manera de aplacar esa sed de Dios era comulgando con Él. Nada de lo que Dios era capaz de darle de Su inmensa abundancia, ninguna de las dulces bendiciones provenientes de Su mano, podría haberlo satisfecho. Lo que todo su ser anhelaba era el Dios vivo. El alma humana fue creada para Dios, y solo Dios es capaz de satisfacer esa necesidad.

Así pues, el único consuelo capaz de satisfacer el corazón en tiempos de necesidad es el consuelo que se encuentra en el propio Dios. Y es así, justamente, como desea bendecirnos nuestro Padre; nos pide que confiemos completamente en Él, y se nos revelará de las maneras más tiernas y personales. Tras la muerte de Horace Bushnell, se encontraron escritas con el tenue trazo de su lápiz, las siguientes palabras: «El instinto amoroso de mi madre procedía de Dios, y Dios me amó primero en ella. Ese amor fue aún más profundo que el de ella, y más prolongado. Ella murió hace muchos años, mientras que Dios permanece aún a mi lado, consolándome en mi vejez con la ternura y el cuidado con que lo hizo ella durante mi infancia; y revelándose a mí como mi gozo y la principal gloria de mi vida, permitiéndome conocerlo, ayudándome, con total confianza, a que lo considere mi Padre».

No hay persuasión, argumento ni promesa, por genuino, precioso y divino que sea, capaz de proporcionar paz verdadera a un corazón en su angustia. Podemos escuchar a los más expertos consoladores terrenales hablarnos incluso de los consuelos de la palabra de Dios, sin embargo nuestro espíritu solitario seguirá sintiéndose desamparado. Quizás incluso aceptemos lo que se nos dice, y nuestra mente dé su consentimiento hallando así una medida de serenidad, pero en el fondo de nuestra alma seguiremos desconsolados. Algo falta. Mientras que, si nos arrimamos suavemente al regazo de Dios y nos acurrucamos ahí como lo haría un niño cansado en brazos de su madre, y si dejamos que el amor de Dios nos rodee y nos abrace, y fluya hacia nuestro corazón, por profundo que sea el dolor que sintamos, hallaremos consuelo y solaz. E incluso si se nos hubiera negado toda fuente de gozo humanamente concebible y se nos dejara completamente desolados, aun así podríamos encontrar en Dios todo lo que necesitamos.

La verdadera compasión humana es una bendición. Dios nos envía amigos para darnos pequeñas porciones de Su propio amor, pequeños sorbos de Su gracia. Pero Él mismo es el único consolador verdadero. Su amor y nada más es lo bastante grande como para satisfacer nuestro corazón y Su mano es lo suficientemente diestra como para vendar nuestras heridas.  J. R. Miller[8]

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Cuando todas nuestras esperanzas nos abandonan y todo parece fallar, incluso cuando todos nuestros sueños se frustran y nuestros barcos arriban con las velas desgarradas, ¡todavía tenemos a Jesús! ¡Y Él es lo único que necesitamos!  David Brandt Berg

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Dios mío, Tú alumbras mi vida, Tú iluminas mi oscuridad.  Salmo 18:28[9]

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Tú eres mi refugio; Tú me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación.  Salmo 32:7[10]

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¿A dónde podría alejarme de Tu Espíritu?
¿A dónde podría huir de Tu presencia?
Si subiera al cielo, allí estás Tú;
si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí.
Si me elevara sobre las alas del alba,
o me estableciera en los extremos del mar,
aun allí Tu mano me guiaría,
¡me sostendría Tu mano derecha!
Y si dijera: «Que me oculten las tinieblas;
que la luz se haga noche en torno mío»,
ni las tinieblas serían oscuras para ti,
y aun la noche sería clara como el día.
¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz!  Salmo 139:7–12[11]

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Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.  Apocalipsis 21:4[12]

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La palabra de Dios es siempre una fuente de consuelo, y la voz de Su espíritu siempre nos alienta en la hora de mayores dificultades.  David Brandt Berg

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Echa sobre el Señor tu carga. Échala sobre Jesús y tú date la vuelta y échate a dormir; ¡deja que sea Él quien vele toda la noche! ¡No te preocupes! ¡Déjale la preocupación al Señor! Sus hombros son bastante anchos como para llevar cualquier carga, todas las cargas juntas, incluida la Suya.  David Brandt Berg

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Mantén los ojos en Mí en todo momento. Es posible que los cielos sean oscuros, que los vientos soplen, que las aguas sean profundas y turbias, que las olas hagan un estruendo a tu alrededor. Es posible que, aparentemente, no haya una vía de escape. Pero Yo soy tu vía de escape. Soy tu brillo de sol que hace huir las nubes oscuras. Mi voz calmará las olas embravecidas. Mis rayos de sol harán que las aguas sean claras, de modo que veas el extraordinario esplendor que yace bajo la superficie del océano de la vida.

Así pues, si todo lo que te rodea parece oscuro y sombrío, vuelve tus ojos hacia Mí, que soy tu brillo de sol eterno. Brillaré en gran medida en tu vida. Calmaré los mares. Te ayudaré a encontrar paz y seguridad.  Jesús, hablando en profecía

Publicado en Áncora en mayo de 2014. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.


[1] NIV.

[2] Palabras de Spurgeon en el Metropolitan Tabernacle, Newington; 15 de junio de 1882.

[3] NVI.

[4] NVI.

[5] NVI.

[6] NVI.

[7] NVI.

[8] The Ministry of Comfort (Hodder and Stoughton, 1901).

[9] TLA.

[10] NVI.

[11] NVI.

[12] NVI.

 

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