mayo 7, 2014
A mi juicio, hay varias clases de soledad y se distinguen por las circunstancias. Una clase de soledad es la que experimentamos momentáneamente al escapar del fragor de la vida, cuando buscamos un sitio silencioso y tranquilo para orar, meditar o simplemente deleitarnos en la paz que nos rodea antes de volver a la rutina del trabajo. Siempre se disfruta esa clase de soledad. Otra clase de soledad es la que ocurre debido a la pérdida de una relación física. A menudo, esta última dura más tiempo que la soledad que expliqué primero y es evidente que es la más dolorosa y desagradable de las dos.
Cuando se pierde la compañía física, en muchos casos nos agobia una sensación de vacío, dolor y soledad. No hago ese comentario basándome en información recibida de otras personas. He sufrido directamente una pérdida así y también la soledad resultante. ¿Fue doloroso? ¡Claro! Pero con esas pérdidas ha mejorado drásticamente mi relación con Aquel que puede ayudarnos en nuestro dolor como ningún otro.
Se ha dicho que la muerte es parte de la vida. La última vez que sufrí la pérdida de una relación, al principio la sentí como si alguien hubiera muerto. Me pareció como si mi corazón fuera un terreno del que se había arrancado de raíz un árbol, dejándolo vacío y herido. Sin embargo, con el tiempo quedó de manifiesto la labor del maestro jardinero, pues en mi vida hubo nuevo fruto. Se hizo patente que aquel suceso aparentemente trágico y doloroso había sido utilizado como un instrumento en las manos del Creador para llevar a cabo Su plan y voluntad perfecta.
El primer paso en el proceso curativo fue aprender a agradecer en medio del suceso doloroso. Cuando el Señor me pidió eso, me pareció impensable, que se oponía a lo que me dictaba la razón. Sin embargo, el Señor me animó a verlo como una terapia para el alma. Explicó que aunque al principio el esfuerzo sería difícil, a la larga traería la curación necesaria. Así pues, empecé a alabar con mucho empeño y para sorpresa mía, los resultados fueron inmediatos. Mi sensibilidad espiritual y mi conexión con Dios mejoraron en gran medida. Me remonté sobre mi dolor. Oí con mucha más claridad la voz del Señor en mi corazón.
Al poco tiempo me di cuenta de que días antes a ese suceso doloroso me había distanciado considerablemente de mi primer amor al ir en pos de una relación física. La búsqueda de una relación con Jesús más cercana y más profunda, que resultó de haber renunciado a la relación física, trajo cambios que yo había esperado mucho tiempo y que, sin embargo, no había logrado conseguir. Empecé a crecer espiritualmente y a deleitarme en la compañía de quien verdaderamente comprendía mi dolor y se interesaba por lo que me pasaba. Volví a aprender el arte de oír Su voz en mis pensamientos y de responderle también de esa manera. Temía que la soledad iba a devorarme; en cambio, se la llevó el amor estupendo y tierno de Jesús.
Conversar con Él me dio la curación y una nueva perspectiva, lo que me hacía mucha falta. Llegué a descubrir más acerca de los dones espirituales, lo que dio paso a una mayor utilidad para el Señor, pues poco a poco llegué a ser (y sigo aprendiendo a serlo) un instrumento de Su amor, curación, consuelo y salvación para otros.
Además, me inspiró a desenterrar mi talento de componer canciones. En mi corazón nacieron canciones de confesión, de gratitud y devoción, lo que también sirvió para animar a otros.
De niño oía con frecuencia el relato de una niñita que tenía unas perlas de bisutería que ella apreciaba muchísimo. Un día, su padre le pidió que las arrojara al fuego, sin explicarle el motivo. Aunque esa fue una gran prueba para la niña, obedeció. Seguidamente, su padre le regaló unas perlas auténticas y su tristeza momentánea rápidamente fue reemplazada por alegría. Mi experiencia fue parecida, pues aprendí a renunciar a la relación que buscaba con tanto afán para ir en busca de una relación más auténtica con el verdadero amante de nuestra alma.
Aunque todavía no puedo ver la totalidad del cuadro que pinta Dios, sin duda me identifico con el argumento de la novela La cabaña, pues aunque en ciertas partes mi vida parece compleja y difícil de descifrar, es un fractal viviente diseñado por un Creador viviente. Cuando veo las cosas desde una perspectiva de fe, la soledad resulta ser una tremenda bendición, a pesar de su dolor. En la soledad he llegado a descubrir que, en efecto, no estoy solo.
Estas palabras describen adecuadamente las experiencias que cuento en el presente artículo.
Él es todo lo que necesito
Oré pidiendo fuerzas a fin de llegar muy alto;
recibí debilidad para que aprendiese a obedecer…
Pedí salud para realizar obras mayores;
recibí padecimientos para que hiciera cosas mejores…
Pedí riquezas para ser feliz;
recibí pobreza para que adquiriera sabiduría…
Pedí poder para que me honrasen los hombres;
recibí impotencia para que sintiese necesidad de Dios…
Pedí tener de todo para gozar de la vida;
recibí vida para que gozase de todo…
Nada de lo que pedí recibí, aunque obtuve todo lo que deseaba.
Casi a pesar de mí mismo, se me concedieron los anhelos de mi corazón.
Me considero muy privilegiado entre los hombres.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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