abril 17, 2014
Jesús concluyó Su trabajo al momento de morir en la cruz. Las Escrituras así lo confirman. Él ya había pactado nuestra salvación cuando dijo: «Consumado es»[1]. ¡Consumado es!
Cuando María Magdalena se acercó a tocarle luego que se le apareciera junto a la tumba, Él le dijo: «Suéltame, porque aún no he subido a Mi Padre»[2].
Jesús no tuvo que mover la piedra para salir del sepulcro. Su cuerpo sobrenatural le permitía atravesarla. En dado caso, ¿por qué removió el ángel la piedra?[3] Para que Sus discípulos —y el mundo entero— fueran testigos de que Él ya no estaba allí. El ángel no removió la piedra para que Jesús pudiera salir. Habría podido atravesar la montaña entera de ser necesario. La piedra fue removida para que los demás vieran que Él ya no estaba muerto y que verdaderamente había resucitado.
Jesús conocía el enorme amor que le profesaba María Magdalena, por lo que esperó a que ella lo viera. María estaba llorando junto a la tumba cuando vio a un hombre que creyó era el hortelano. Le dijo: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Él le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras?» Volviéndose ella, lo miró fijamente y se dio cuenta que era el Señor. Se acercó a abrazarlo, pero Él le dijo: «Espera, porque aún no he subido a Mi Padre»[4].
Desconocemos el motivo por el que Jesús debía reunirse primero con Su Padre. Quizá se debía a que el Padre quería ser el primero en abrazarlo, en darle la bienvenida y en honrarlo. Desde luego que fue al cielo para honrar al Padre en Su morada celestial. Pero cuando regresó —poco después— a la tierra, abrazó, comió y bebió con Sus discípulos. Les leyó las Escrituras, habló con ellos y cocinó para ellos[5]. Fue visto por más de 500 personas en el curso de 40 días[6].
Imaginen el amor y la compasión de Cristo. Habría podido quedarse con Su Padre en el cielo, pero escogió regresar para animar a Sus discípulos y demostrarles que verdaderamente había resucitado de entre los muertos. Se apareció a Sus discípulos varias veces, y un total de más de 500 personas lo vieron después de Su resurrección, para que quedara totalmente confirmado que no estaba muerto y que había resucitado. Lo hizo para que la gente tuviera certeza de ello y lo creyera.
Jesús incluso se tomó la molestia de tratar de convencer a los que discutían en el camino a Emaús, los cuales continuaban haciéndose preguntas sobre las Escrituras. Intentó demostrarles que Él realmente era el Mesías. Les explicó las Escrituras mientras caminaban. Salta a la vista que podía ocultar Su identidad para convencerles que Jesús era el Mesías. Ellos no se dieron cuenta de que era Jesús quien caminaba junto a ellos. Luego lo invitaron a cenar, y como era costumbre invitar al visitante a partir el pan y orar, Él lo hizo, y en ese momento se manifestó ante ellos. Quedaron boquiabiertos[7].
Jesús pasó 40 días y 40 noches en la tierra. Se pasó esos días animando a Sus discípulos, enseñándoles y fortaleciendo su fe. Les demostró que había resucitado de los muertos para que no quedara ninguna duda al respecto. Atravesó puertas. Apareció y desapareció. Viajó por el tiempo y el espacio. Realizó numerosos milagros al regresar de los muertos, estando en Su cuerpo de resurrección. Hizo grandes maravillas, pero también demostró ser muy humano. Comió con Sus discípulos, bebió con ellos y hasta cocinó para ellos.
Además atravesó puertas macizas para demostrarles que era realmente un Señor resucitado y que tenía un cuerpo sobrenatural y milagroso. También creo que Su intención fue animar y mostrar a todos los creyentes cómo vamos a ser cuando resucitemos de los muertos[8]. David Brandt Berg
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Lo que sucede en el momento de la muerte de un cristiano no es cuestión de especulación, sino de una certidumbre absoluta. La Historia presenció un evento maravilloso que ha llevado el concepto de la vida después de la muerte del terreno de las conjeturas al de los hechos verificables. El apóstol Pablo afirma abierta y claramente el motivo de su confianza cuando escribió: «Sabemos que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Él, y nos presentará juntamente con vosotros»[9]. La resurrección de Jesucristo sienta un precedente para la resurrección de todos los que estamos en Cristo. En otras palabras, nuestra resurrección se basa en los hechos de Su resurrección. La resurrección del Salvador no es un tema superficial, sino crucial para la fe cristiana. […] El hecho de que Jesús está vivo y que hace Su hogar en nosotros no solo cambia nuestra perspectiva del más allá, sino también de la vida actual, porque hasta el momento que estamos listos para enfrentar la muerte, nunca conoceremos la vida en absoluta libertad. La fe cristiana no ofrece escapismo, sino vida aunada al amor, la fortaleza y la presencia de Cristo en nosotros. En ello obtenemos la confianza en que Aquel que resucitó de entre los muertos nos llevará con Él a nuestra morada eterna. Charles Price
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El sacrificio deja de ser una indicación de amor cuando se convierte en un mecanismo de intercambio, parte de un sistema de reciprocidad en el que las personas son compensadas por los costos incurridos. Por eso Jesús asegura que: «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga la vida por sus amigos»[10]. Al ofrecer Su cuerpo en la cruz, Jesús se ofreció como sacrificio de sufrimiento que no puede ser compensado. Al menos no por nosotros. El sufrimiento que no puede ser compensado y que no requiere serlo es la única demostración de amor en un mundo en decadencia. […] En el huerto de Getsemaní, Jesús suplicó al Padre que —de ser posible— le permitiera pasar de esa copa. Pero no había otra alternativa. Nuestros pecados demandaban un sacrificio sin igual. Fue un costo que nuestro Señor pagó gustosamente con Su muerte en la cruz. Al día de hoy, continúa llevando las cicatrices de Su calvario. William A. Dembski
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No se rindan ante la desesperación. Somos el pueblo de la Pascua y nuestra canción se entona entre aleluyas. Papa Juan Pablo II
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Un hombre completamente inocente se ofreció como sacrificio por el bien de los demás, incluyendo sus enemigos, en pago por el rescate del mundo. Fue una acción perfecta. Mahatma Gandhi
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La resurrección completa la inauguración del reino de Dios. […] Es el evento decisivo que demuestra que el reino de Dios ha sido instalado en la tierra como en el cielo. […] El mensaje de la Pascua es que el nuevo mundo de Dios ha sido manifestado en Jesucristo y que todos son invitados a participar de él. N. T. Wright
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La esperanza cristiana es la fe que aguarda el cumplimiento de las promesas de Dios, como cuando en el sepelio anglicano se depone el cuerpo del fallecido «en esperanza segura y cierta de la resurrección a la vida eterna, mediante nuestro Señor Jesucristo». La esperanza cristiana es la certidumbre que Dios mismo garantiza. La esperanza cristiana proclama el conocimiento de que cada día, y en cada momento futuro, el creyente puede asegurar —en base al compromiso adquirido por Dios— de que lo mejor aún está por venir. J. I. Packer[11]
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Nuestro Señor y Salvador, la Vida del mundo, no orquestó Su muerte por temor a sufrir un tormento mayor. De ninguna manera. El sufrimiento y la muerte que aceptó en la cruz fue la tortura escogida e infligida por Sus mayores enemigos. Aceptó la muerte que, para ellos, suponía una insufrible agonía y el peor destino de todos. Lo hizo para que mediante la conquista de Su muerte se creyera en Él como la Vida y el poder de la muerte fuera finalmente anulado. En ese momento ocurrió una maravillosa paradoja. La muerte que Sus enemigos pensaban infligirle como deshonor y desgracia se convirtió en un glorioso monumento a la conquista de la muerte. Atanasio de Alejandría
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No me interesa inquirir por qué algunos disienten de un cuerpo terrenal en el cielo, cuando la tierra misma está suspendida de la nada. Agustino de Hipona
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Ningún tabloide publicará jamás las desconcertantes noticias de que el cuerpo momificado de Jesús de Nazaret ha sido descubierto en la antigua Jerusalén. Los cristianos no guardan celosamente un cuerpo embalsamado en un marco de cristal. Su sepulcro —a Dios gracias— está vacío. La tumba vacía proclama el hecho glorioso de que nuestra vida no se acabará en el momento de la muerte. La muerte no es una pared. Es una puerta. Peter Marshall
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Qué hermoso. Cuán maravilloso es Tu amor por nosotros, querido Salvador. Estuviste dispuesto a soportar esa tortura y calvario por nosotros. No deseabas hacerlo. Pero aunque no lo querías, dijiste «no se haga Mi voluntad, sino la Tuya»[12]. No se haga Mi voluntad, sino la Tuya. Que esas sean las palabras, el sentir y la intención en el corazón de todos nosotros.
Gracias por Tu amor y por estar dispuesto a soportar todo eso. Qué gran celebración debió ser al resucitar y darte cuenta de que todo había concluido. Obtuviste la victoria. Salvaste al mundo. Habías completado Tu misión. Sufriste los horrores de la agonía, la muerte y el infierno por nosotros. Todo eso. Pero ya había concluido.
Te alzaste en victoria, gozo y libertad sobre Tus enemigos y sobre las ataduras y crueldad de los hombres, para no volver a morir nunca más. Lo hiciste para redimirnos de ese aciago destino y prevenir que sufriéramos el mismo calvario. «¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? Porque el aguijón de la muerte es el pecado. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.»[13] Gracias, Señor, por Tu gloriosa victoria. En el nombre de Jesús. Amén. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en abril de 2014. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
[1] Juan 19:30.
[2] Juan 20:17.
[3] Mateo 28:2.
[4] Juan 20:11-17.
[5] Hechos 1:3.
[6] 1 Corintios 15:6.
[7] Lucas 24:13-31.
[8] Lucas 24:30-43; Juan 20:19, 26, 30; Filipenses 3:21.
[9] 2 Corintios 4:14.
[10] Juan 15:13.
[11] Adaptación.
[12] Lucas 22:42.
[13] 1 Corintios 15:55-56; Romanos 7:24-25.
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