Cristo en nosotros

abril 15, 2014

Virginia Brandt Berg

Que la belleza de Cristo se vea en mí,
en Su esplendorosa pasión y pureza.
Que Su Espíritu divino refine mi vida,
hasta que la belleza de Jesús se vea en mí.

Hace poco realizamos un viaje por un camino sumamente abrupto. Era muy incómodo. Empezamos a conversar sobre las carreteras de hace muchos años, cuando viajábamos de un país a otro y no existían las autopistas que tenemos hoy en día. Eran muy difíciles de transitar. Nos veíamos en la obligación de cambiar continuamente de ruta.

El destino de ese periplo era un pueblecito donde pasaríamos la noche en casa de un amigo. Pero nos perdimos y tuvimos que detenernos a solicitar direcciones. Un granjero nos indicó direcciones muy complicadas y terminamos perdidos. En la siguiente granja conocimos a otro caballero de la localidad. Las direcciones que nos dio también eran muy vagas.

—Recorran el camino a la derecha y giren a la izquierda en el granero. Continúen derecho hasta ascender una colina. Una vez lleguen a la cima, circúlenla para descender a tiro de piedra. Luego giren a la izquierda y tomen la ruta a tiro de piedra.

Las direcciones incluían una colina y un granero de color gris.

A decir verdad, pasamos junto a bastante graneros de color gris y numerosas colinas, y el término a tiro de piedra puede interpretarse de diversas maneras. En resumidas cuentas, nos perdimos irremediablemente. Continuamos conduciendo por bastante tiempo hasta encontrarnos con un granjero muy inteligente y amable a quien pedimos que nos indicara el camino.

Nos explicó:

—La verdad es que resulta muy difícil indicarles direcciones en esta parte del país, y algunos caminos se encuentran en estado deplorable. ¿Les gustaría que los acompañara y les indicara el camino?

Nos alegramos muchísimo.

Se subió al automóvil, se sentó a nuestro lado y nos indicó los recodos que debíamos tomar. Fue un gran alivio. Que bendición.

Nos sentimos sumamente aliviados. Abandonamos nuestras preocupaciones y permitimos que el granjero nos guiara. En ese momento pensé lo maravilloso que es que esa sea la victoria de la vida cristiana.

Muchas personas preguntan:

—¿Por qué algunas personas que aseguran ser cristianas no siguen el modelo de vida del cristianismo?

A decir verdad, el hombre no puede alcanzar ese ideal a base de esfuerzo, fuerzas y voluntad propios.

Pero Dios guarda un secreto: Cristo puede entrar a nuestra vida, sentarse en el trono de nuestro corazón y decirnos qué hacer y qué no hacer. Él toma allí Su lugar y nos brinda indicaciones personalizadas.

La vida cristiana no es más que la vida de otra persona —Jesucristo— por medio de uno. El apóstol Pablo explica en el primer capítulo de Colosenses que es «el misterio que había estado oculto desde los siglos y las edades, pero que ahora ha sido manifestado a Sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria»[1]. El misterio de todo es que Cristo vive en uno. Es muy cierto. Nosotros sencillamente nos rendimos a Su voluntad. Nos entregamos por entero, y Él hace el resto. Él vive por medio nuestro.

Uno de mis amigos pastores llevaba predicando varios años, cuando me dijo:

—Nunca olvidaré el día que descubrí que ese es realmente un misterio. Un misterio maravilloso. Me fue revelado que Cristo vive en mí. Él literalmente vive Su vida por medio mío.

El apóstol Pablo escribió en otra epístola, Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí». No vivo yo, sino Cristo que vive en mí.

Jesús también dijo: «He estado con ustedes, pero ahora viviré en ustedes». La rendición y entrega de nuestra vida a fin de que Jesús viva en nosotros me recuerda la anécdota de una niña de cinco años que relataba en una reunión la manera en que se había salvado y permitido a Jesús entrar a su vida.

Un pragmático anciano de la congregación no podía concebir que una niña de tan corta edad conociera el tema del que hablaba, por lo que dio un paso al frente y le preguntó:

—¿Cómo sabes que estás salvada?

Ella contestó:

—Le pedí a Jesús que entrara a mi vida y Él lo hizo.

—Pero, ¿cómo estás segura?

—Sé que Él vive en mí porque me habla y lo siento en mi interior.

El anciano pensó que podría atraparla con ese comentario, y replicó:

—¿Qué harías si Satanás entrara a tu corazón para tentarte?

—Pues, enviaría a Jesús a responder la puerta —contestó la pequeña—. Yo no haría nada. Enviaría a Jesús a abrir la puerta, y cuando Satanás viera quién reside ahí, diría: Lo siento, señor. He tocado en la puerta equivocada.

Al anciano no le quedó más remedio que alejarse calladamente. No tenía nada más que añadir.

Cuán cierto es. Cuando Cristo entra en nosotros vive Su vida por medio nuestro. Nosotros capitulamos nuestra vida por entero a Él. La Palabra de Dios nos asegura que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria. Él vive en nosotros. Sigamos Su voluntad. Él continúa en el trono y puede sentarse en el trono de nuestro corazón, donde cambiará todas las cosas.

Adaptación de una transcripción de Momentos de Meditación. Publicado en Áncora en abril de 2014. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.


[1] Colosenses 1:26-27.

 

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