Dolores de parto de las virtudes cristianas

abril 8, 2014

Recopilación

«Despierta, viento del norte, y ven, viento del sur; hagan que mi huerto exhale fragancia, que se esparzan sus aromas»[1].

Piensa por unos momentos en el significado de esa frase. Su raíz está en el hecho de que así como aromas deliciosos pueden permanecer escondidos en un árbol aromático, así también las virtudes cristianas pueden estar sin ejercitarse en el corazón del cristiano. Hay muchas personas —como una gran variedad de plantas—, pero de ellas no procede la fragancia del amor divino ni de las obras piadosas. El mismo viento sopla sobre el cardo y sobre el árbol aromático, pero solo uno de ellos despide olores agradables.

Algunas veces, Dios envía grandes pruebas a Sus hijos a fin de que lleguen a tener virtudes. Así como las antorchas tienen mayor brillo al moverlas a uno y otro lado, así como el enebro da un olor más agradable cuando se arroja a las llamas, así también las mejores cualidades de un cristiano en muchos casos proceden del viento del norte, el del sufrimiento y de la adversidad. A menudo los corazones heridos despiden el perfume que a Dios le agrada percibir.  Sra. Charles E. Cowman[2]

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Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella.  Hebreos 12:11[3]

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El dolor está lleno de resultados valiosos. No «parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después […]»[4]. La palabra después está llena de sentido. ¿Quién calcularía que por cada momento de dolor tendría cien veces más bendiciones? Los Salmos son lágrimas cristalizadas. Las Epístolas en muchos casos se escribieron en la prisión. Los maestros más destacados que ha conocido la humanidad sacaron sus enseñanzas más útiles de la escuela de la tristeza. Las personas más nobles se han forjado en un horno. Hechos que se recordarán siempre, obras maestras de arte, música y literatura, se han originado en épocas de tormenta y tempestades, de agonía desgarradora. Y eso también ocurre con nuestra disciplina terrenal. Los mejores resultados han nacido de la tristeza. «Únicamente la senda del pesar conduce a la tierra donde no se conoce el pesar».

La santidad es producto de la tristeza cuando esta última se santifica por la gracia de Dios. No es que la tristeza por sí sola forzosamente nos convierta en santos, porque eso es prerrogativa del divino Espíritu; y en realidad, muchas personas que sufren son duras, se quejan y son desagradables. En cambio, la tristeza nos predispone a apartarnos de las distracciones de la Tierra a fin de recibir las influencias de la gracia de Dios; y dichas influencias son más eficaces cuando el alma está tranquila y en silencio, sentada en un cuarto a oscuras, mientras el sufrimiento está presente en el cuerpo o en la mente. ¿Quién de nosotros no está dispuesto a sufrir si únicamente eso dará el valioso resultado de que «participemos de su santidad»?

Otro producto es el fruto. Si quieres, cuenta la variedad de fruto valioso. Hay paciencia, que soporta la voluntad del Padre; y confianza que ve la mano del Padre detrás del rudo disfraz; y paz, que se queda quieta, contenta con el plan del Padre; y rectitud que se aviene a los requisitos del Padre; y amor que se aferra más que nunca al corazón del Padre; y benignidad, que trata a los demás con indulgencia, debido a lo que hemos aprendido de nosotros mismos.  F. B. Meyer[5]

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Por naturaleza no somos gentiles con todas las personas. Hay en nosotros una aspereza que debe suavizarse. Tenemos tendencia a hacer caso omiso de los sentimientos de los demás, a olvidar el dolor de muchos corazones y las pesadas cargas que llevan. No somos tiernos [con otras personas], porque nuestro corazón no se ha preparado, como un campo se prepara para el cultivo. Las mejores universidades no nos pueden enseñar el arte divino de la compasión. Nosotros mismos debemos andar por valles profundos a fin de guiar a otros. Debemos sentir la tensión, llevar la carga y soportar la lucha y entonces podemos conmovernos y ayudar a los que pasan por momentos difíciles y dolorosos.  Sra. Charles E. Cowman[6]

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Señor, Tú eres nuestro Padre; nosotros barro, y Tú el que nos formaste; así que obra de Tus manos somos todos nosotros»[7].

En este y otros pasajes de la Biblia, se compara al Señor con un alfarero, y a nosotros con la arcilla en Sus manos, la cual Él se propone modelar para formar una vasija que le sea útil[8].

El alfarero comienza con un trozo de arcilla y lo coloca en el torno. A medida que la rueda hace girar la arcilla, el artesano le va dando forma, modelando la hermosa vasija que aspira crear. Todo ese tiempo la arcilla tiene que ceder y amoldarse a los movimientos de las manos del ceramista. Toma tiempo.

 A veces el alfarero descubre un defecto. En ese caso, toma el mismo barro, lo aplasta, le añade un poco de agua para ablandarlo y vuelve a trabajarlo y modelarlo hasta hacer una nueva vasija, una vasija mejor.

Imaginemos por un momento que la vasija tiene sentimientos: probablemente no le resulte nada agradable que su hacedor la aplaste, la golpee, la desfigure y la rehaga. Pero a la larga, gracias a ello se convertirá en una vasija mejor.

Sigamos alegorizando: cuando ya la arcilla piensa que ha pasado lo peor, la meten en un horno de altísima temperatura con la finalidad de endurecerla. Así se vuelve más resistente.

«La vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla [...] “¿No podré hacer Yo de vosotros como este alfarero?”, dice el Señor. “He aquí, que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en Mi mano.”»[9]

¿Tiene acaso la arcilla derecho a poner en duda el criterio del ceramista? «¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: “Por qué me has hecho así?” ¿No tiene potestad el alfarero sobre el barro?»[10]

Recuerda lo ya dicho anteriormente: Todo lo que Dios hace, lo hace con amor. Él te está convirtiendo en una hermosa vasija, única y especial para Él. Hace de ti una vasija útil, capaz de contener el agua de Su amor, la cual anhela verter por medio de ti para refrescar a otros. No podrías estar en mejores manos. Confía en Él.  Shannon Shayler[11]

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Las personas son como los vitrales. A la luz del sol brillan, pero al caer la noche su verdadera belleza se revela únicamente si hay luz en el interior.  Elisabeth Kübler-Ross

Publicado en Áncora en abril de 2014. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] Cantar de los cantares 4:16; NBLH.

[2] Streams in the Desert, Volume 1 (Zondervan, 1965).

[3] NVI.

[4] Hebreos 12:11.

[5] The Way Into the Holiest (Fleming H. Revell, 1893).

[6] Streams in the Desert, Volume 2 (Zondervan, 1977).

[7] Isaías 64:8.

[8] 2 Timoteo 2:21.

[9] Jeremías 18:4, 6.

[10] Romanos 9:20–21.

[11] Cada obstáculo, una oportunidad (Aurora Production, 1999).

 

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