Enamorarse de nuevo de la Biblia

marzo 26, 2014

John W. Schmidt

Desde hace tiempo el Señor me indicó que debía ponerme al día en la lectura de Su Palabra y dedicarle más tiempo a Él. Sin embargo, el flujo constante de trabajo hacía que me resultara difícil. Después de que me dio bronquitis que me dejó débil, por Su gracia logré tomar días libres para pasar tiempo con Él y leer Su Palabra.

Algo más que Él me había revelado hace ya un tiempo fue que leyera Su Palabra de manera directa, sin comentarios de otras personas, sino directamente de Su propia boca: de la Biblia. Por fin lo hago ahora, ¡y qué alegría me da! Empecé con los Evangelios. Consulté el diccionario para ver el significado de las palabras que no entendía, identifiqué lugares que no reconocía y viajé con Jesús. Hice un recorrido por Su vida en la Tierra con Sus discípulos: Sus batallas y victorias hasta que logró la victoria final sobre la muerte. ¡Es un relato asombroso! Y narrado por cuatro autores desde distintos ángulos.

La primera vez que leí toda la Biblia fue hace décadas, cuando empecé a servir al Señor. Desde entonces, en vez de leer por mi cuenta, me he apoyado en enseñanzas y escritos de otras personas acerca de la Biblia. Aprecio las diversas enseñanzas, publicaciones y sermones de otros profesores y predicadores, pues me ayudan a entender mejor ciertas partes, pero también estoy feliz de leer la Biblia directamente, por mi cuenta, y pedir a Su Espíritu Santo que me dé entendimiento. Me parece muy sencilla y clara. He oído decir que la razón por la que algunos no leen más la Biblia no se debe a que no la entiendan, sino a lo que sí entienden y les remuerde la conciencia. En efecto, hay algunos versículos que no entiendo, pero en comparación con lo que sí entiendo, no me preocupa el resto. Al fin y al cabo, «ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido»[1].

Al leer esas palabras y meditar en ellas, hay algo mágico. Si me desconecto de lo terrenal que me rodea, puedo transportarme directamente al lugar donde eso sucedió. De verdad es un festín para el alma leer esos bellos versículos, relatos, parábolas y alegorías. Ver cuántas de Sus promesas extraordinarias se han cumplido en mi vida me hace querer dar más pasos de fe para ver mayores milagros.

Por ejemplo, este pasaje de nuestras recompensas: Jesús nos dice que nos será devuelto cien veces más si dejamos casas, hermanos, hermanas, padre, madre, esposa, hijos o tierras por Su nombre, con persecuciones y en el mundo venidero, vida eterna[2]. Si pienso en cómo Él ya cumplió ese versículo en mi vida, sé que también cumplirá la parte que corresponde a la próxima vida. También me gusta el sermón del monte[3]. Es como beber agua fresca de la montaña; no es fácil leerlo, es un desafío, hasta lo fundamental, pero cuando me someto a lo que dice, me eleva hasta la cumbre de la montaña.

De lo que he leído elegí los versículos más alentadores y que edifican la fe para repasarlos más y también algunos versículos excepcionales que quiero examinar más adelante. Hay algunos que son asombrosos, como el que dice que a los discípulos les tomó tiempo llegar a entender cosas que Jesús les explicaba[4]. Incluso después de que vieron el milagro de alimentar a las multitudes, en un momento determinado ellos «aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones»[5]. Eso me animó a no sentirme muy mal si cometo un error o no entiendo algo o tengo dudas a veces, mientras siga adelante, como hicieron los discípulos que tuvieron defectos, errores, etc. Fíjense en lo que Jesús logró al final por medio de ellos. Transformaron el mundo; y fueron fogosos testigos después de que se llenaron del Espíritu Santo.

Lo principal que he rescatado de esas lecturas es que se ha renovado la relación afectuosa que tengo con Jesús. Me alentó a procurar acercarme más a Jesús y ser más como Él. Mi fe en Su poder también se ha renovado conforme leo acerca de cómo sanó a la gente por todas partes, de los grandes milagros de provisión que hizo, lo amoroso que fue, que consoló a quienes habían perdido a un ser querido y hasta lo resucitó. Me animó a no dejar de defender la verdad, por muy extraña que parezca. Jesús no tenía miedo de enfrentar el peligro. Tenía valor frente a Sus adversarios. Sin duda no fue de este mundo, no tenía posesiones terrenales, pero amaba a Su Padre y fielmente se comunicó con Él y lo obedeció, incluso hasta la muerte.

Sus discípulos siguieron Su ejemplo lo mejor que pudieron, e hicieron una labor estupenda al llevar el Evangelio al mundo, sin formación universitaria, sin riquezas, solo salieron con fe, siguieron al Maestro a donde los dirigiera. Me hace querer seguir a Mi maestro y el ejemplo que dieron nuestros antepasados en la fe[6].

Hasta ahora he disfrutado el camino. No quiero perder nada de su emoción. Anhelo más aventuras con Él, ayudar a otros a conocerlo y a que también disfruten del viaje. Espero con ilusión leer más de Sus tesoros nuevos y viejos. Es un libro que puede resistir mil lecturas, y que siempre revela nuevas cosas al lector. ¡Me enamoré de nuevo de la lectura de la Biblia! De ahora en adelante, ¡será una parte estable de mi dieta de lectura!

A modo de nota final, les cuento que cuando estuve enfermo de bronquitis y por varios días leía durante casi toda la jornada, sentí cuando mi enfermedad llegó al límite, aunque pasó un tiempo antes de que sanara completamente. Su Palabra tiene poder curativo, ¡para el espíritu y para el cuerpo! «Envió Su Palabra y los sanó»[7].

Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] 1 Corintios 13:12.

[2] Véase Marcos 10:29–30.

[3] Véase Mateo 5–7.

[4] Mateo 16:6–12.

[5] Marcos 6:52.

[6] Véase Hebreos 11.

[7] Salmo 107:20.

 

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