La vida es un fondo de inversión

marzo 25, 2014

Recopilación

Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.  1 Corintios 4:2[1]

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Jesús solía referirse a la vida en la Tierra como un fondo de inversión; la mayoría de Sus historias o parábolas nos enseñan sobre nuestra responsabilidad hacia Dios. La parábola de los talentos retrata a un comerciante que confía sus riquezas a sus siervos mientras viaja. Al regresar exige resultados de cada uno y los recompensa en conformidad. A quienes se desempeñaron bien, les dijo: «Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor.»[2]

La vida en la tierra es evaluada y recompensada en el Cielo de manera proporcional a la inversión hecha con las habilidades confiadas por Dios. En otras palabras, todas las acciones —incluso las tareas más sencillas—, acarrean consecuencias para la posteridad. Dios promete tres recompensas eternas a quienes invierten en su vida como si fuera un fondo de inversión. Primero, la afirmación de Dios: Bien hecho. ¡Buen trabajo! Segundo, la concesión de mayores responsabilidades en el curso de la eternidad: Sobre mucho te pondré. Y por último, honores y celebraciones: Entra en el gozo de tu Señor.  Rick Warren

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A veces el Señor puede ser bastante exigente como capataz, como en el caso del hombre que enterró el único talento que tenía y lo perdió, mientras que los que habían ganado más talentos —habiendo empezado con más talentos— fueron los que terminaron teniendo más[3]. Él dijo: «Al que tiene se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aún lo poco que tiene se le quitará»[4].

Dios es partidario acérrimo del sistema de méritos a la hora de establecer quién merece algo; no necesariamente de acuerdo a la necesidad. En ese punto, el Señor disiente un poco del viejo adagio «de cada uno según su habilidad y a cada uno según su necesidad». Dios no da necesariamente a todo el que lo necesite. Únicamente da a quien se lo merece, aunque en realidad no lo necesite tanto como otra persona. 

El sistema que emplea el Señor se basa en las acciones de cada persona y la confianza que deposita en cada uno. A quienes son fieles en lo poco, Él les da mucho. Pero si ni siquiera son fieles en lo poco, lo más probable es que no les dé más.

Dios recompensa el esfuerzo, y a los que han hecho méritos y se lo merecen, y no recompensa a los perezosos que entierran el poco talento que tienen. Dios cuida de los Suyos, y de manera especial de los que son fieles, diligentes y trabajadores, de los buenos administradores que se esfuerzan por desarrollar e invertir sus talentos en lo que hará más bien y les reportará más beneficios. Dios ayuda a los que hacen todo lo que pueden por su parte y a los que no pueden hacer nada, pero se siente menos inclinado a ayudar a aquellos que pudiendo hacer algo, no lo hacen.

Dios siempre bendice el esfuerzo, la diligencia, la fidelidad y las inversiones prudentes. Él recompensa a quienes hacen acopio de esas virtudes confiándoles más. Quienes demuestran fidelidad en lo poco —o en las pequeñeces— también serán fieles en lo mucho y sobre muchas cosas. Pero quienes descuidan lo poco que tienen, podrían llegar incluso a perderlo[5].

El siervo que enterró el talento y no obtuvo ningún dividendo ni le sacó ningún beneficio, porque no lo puso a producir ni lo invirtió y no ganó nada con él, y que —cuando lo desenterró y se lo devolvió a Dios— dijo: «Aquí está, tuve miedo de perderlo, así que lo guardé», fue expulsado por el Señor. Y le dio el talento a otro que sabía invertirlo y producir dividendos con él. El Señor tomó el único talento de ese siervo, que lo había enterrado y desperdiciado en vez de invertirlo para ganar más dinero, y se lo dio al que tenía más talentos porque sabía que lo invertiría bien y que hasta tendría más éxito.

Nada triunfa como el éxito, y Dios bendice a los que llevan fruto y logran resultados, a los diligentes y laboriosos, a los que de verdad confían y obedecen sinceramente. Nunca he visto que Dios le fallara a alguien que se esforzara verdaderamente por salir a trabajar con empeño para ganarse el pan o que deposita su confianza en Dios.

Pero algunas personas se han hecho a la idea de que vivir por fe es holgazanear y no hacer nada. Tienen una idea totalmente errada de lo que es vivir por fe. Por lo visto creen que vivir por fe significa vivir de nada o vivir para nada o vivir sin nada. Están equivocados.

La vida de fe equivale a poner la fe en acción, a actuar conforme a las oraciones y hacer todo lo que buenamente se puede, como si todo dependiese de lo que se hace, y todo dependiese de la oración. Las personas que se quedan cruzadas de brazos y esperan que Dios les traiga todo en bandeja sin que ellos pongan mucho de su parte, probablemente nunca lograrán nada. Dios no invertirá Su dinero, Sus dones ni Su ayuda en personas que Él sabe que los van a despilfarrar y que no los aprovecharán en absoluto. En ese sentido, Dios es un capataz bastante exigente. Jesús mismo narró esa historia.

El Señor incluso elogió al mayordomo infiel, porque al menos había sido un buen administrador y se había esforzado[6].

Él dice: «A quien reparte, le es añadido más»[7]. El Señor se refiere a repartirlo, no a tirar ni derrochar lo que nos ha dado, sino a invertirlo donde valdrá la pena, como «el sembrador que sale a sembrar». Al hacerlo, reparte la semilla esparciéndola sobre el suelo fértil, donde sabe que va a dar fruto, lograr resultados y producir beneficios, y así le es añadido más.

«Más quien retiene, viene a pobreza»[8]. Las personas que ni siquiera emplean de forma prudente lo poco que tienen y se aferran con egoísmo a su único talento por miedo a perderlo, y no se lo dan a Dios o a otros que lo podrían emplear de forma más provechosa, podrían llegar a perder hasta lo que tienen.

La experiencia de muchos años me ha enseñado que cuando se hace todo lo que se puede, Dios se esmera por hacer el resto. Yo creo firmemente en el antiguo refrán que dice: «ayúdate, y Dios te ayudará». Y yo añadiría que Él también ayuda a quienes no pueden ayudarse a sí mismos.

La Biblia nos enseña que algunos no tienen porque no piden o porque piden mal. Quienes piden cosas desacertadas o que no coinciden con la voluntad de Dios, no reciben nada. Dios no les suplirá cosas que no les convienen[9]. Pero a quienes producen dividendos y obtienen méritos mediante el trabajo diligente, esforzado y constante, Dios promete suplirles todo lo que les falte conforme a Sus riquezas en gloria[10].  David Brandt Berg[11]

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Desde tiempos inmemoriales, Dios nos enseñó a trabajar. La Biblia nos dice: «Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara»[12]. El trabajo proviene de Dios. Es una forma de servicio. Cuando nuestras labores son motivadas por deseos de menor importancia, no dan la talla. El apóstol Pablo escribió: «Obedezcan en todo […] por temor a Dios. Ustedes sirven a Cristo el Señor». Y se aplica a todas las esferas de trabajo.

Existen muchas personas a las que sencillamente no les gusta lo que hacen y les resulta monótono. Otros albergan frustraciones y desánimos, se sienten víctimas de prejuicios, o son incapaces de desempeñarse en las tareas que realmente les gustarían. Todos son impedimentos que imposibilitan avanzar. La clave para superar cualquier descontento en el ámbito laboral es dejar de concentrarse en las circunstancias y ocupar la mente en Jesucristo.

En el momento en que aceptamos que no trabajamos principalmente para servir a nuestros superiores ni a nosotros mismos, sino que el servicio al Señor prima en nuestra vida, Él dignifica nuestros esfuerzos. Nuestra recompensa es multiplicada. Pablo escribió: «Todo lo que hagan, háganlo […] como para el Señor y no como para la gente, porque ya saben que el Señor les dará la herencia como recompensa»[13]. Nuestra recompensa es la seguridad de que Dios tiene un propósito especial para nosotros en cualquier lugar al que nos dirija. Cuando trabajamos con el deseo de servir a Dios, Él nos brinda la sabiduría para discernir lo que desea que hagamos […] Nos permite ver nuestro trabajo desde Su perspectiva, donde nuestras tareas se convierten en una misión divina, y nuestro trabajo, en el campo de misión donde Él se hace presente. Y cuando Dios se hace presente, el tedioso trajín cambia de manera dinámica para abarcar innumerables oportunidades.  Charles Price

Publicado en Áncora en marzo de 2014. Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.


[1] Reina-Valera contemporánea.

[2] Mateo 25:23.

[3] Véase la parábola de los talentos: Mateo 25:14-29.

[4] Mateo 25:29.

[5] Lucas 16:10.

[6] Véase Lucas 16:1-12.

[7] Proverbios 11:24.

[8] Proverbios 11:24.

[9] Santiago 4:3.

[10] Filipenses 4:13.

[11] Publicado por primera vez en julio de 1981.

[12] Génesis 2:15.

[13] Colosenses 3:23-24.

 

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