marzo 20, 2014
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. Pues así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de Él tenemos abundante consuelo.
Hermanos, no queremos que desconozcan las aflicciones que sufrimos. […] Estábamos tan agobiados bajo tanta presión, que hasta perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte. Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos sino en Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de tal peligro de muerte. En Él tenemos puesta nuestra esperanza, y Él seguirá librándonos. 2 Corintios 1:3-5, 8-10[1]
He aquí los tesoros ocultos de las tinieblas sepultados en lo profundo de Mi mina. Como el minero se interna en las entrañas de la tierra y se priva de su deseo de salir al sol, de gozar de luz y calidez, y opta en cambio por trabajar en la oscuridad de la mina y soportar el polvo, la tierra y la mugre, los espacios reducidos y el hacinamiento, los dolores de espalda y los músculos lacerados, a fin de trajinar y excavar en busca de piedras preciosas ocultas bajo la tierra, así eres tú. Ahora te encuentras en un lugar inhóspito. Buscas el sol, ansías una bocanada de aire fresco, te sientes hacinado, sofocado. A causa del aire contaminado sufres de asfixia. Anhelas una mano de auxilio.
No desmayes ni te desanimes, porque en este lugar aparentemente oscuro hallarás los tesoros más preciados y valiosos. Estos días no durarán mucho. No serán para siempre. Se extenderán por un tiempo. No te canses, pues, de hacer el bien. No te canses del lugar en que estás al presente, ya que allí estás aprendiendo a apoyarte en Mí. Estás aprendiendo a permanecer en Mis brazos, cerca de Mí, donde encontrarás fuerzas para seguir adelante.
No te desalientes ni te desmoralices, y no creas que has fracasado. No creas que no te quiero. Eres entrañable para Mí y me preocupo enormemente por ti. Mi ojo reposa sobre ti a cada momento del día. Escucho cada uno de tus clamores y plegarias, y veo cada una de tus lágrimas. Siempre estoy contigo para fortalecerte y asistirte.
No te inquietes, pues. No te encuentras afuera del círculo de Mi Amor, sino en el centro mismo de él. Nunca te dejaré, nunca te defraudaré ni te abandonaré. Te conduciré hacia el fin que Yo persigo.
*
Criatura Mía, suelta los pesos y cargas del pasado. Perdónate por tus errores de otros tiempos y acepta el perdón de los demás. Deja de preocuparte pensando en que tal vez todo hubiera sido diferente o mejor si hubieras hecho esto o aquello. Esa confusión, esas vacilaciones, esos remordimientos y sentimientos de culpabilidad por el pasado son cargas y lastres innecesarios que acarreas.
Olvida el pasado y encuentra paz y fe, sabiendo que he cumplido Mis designios a la perfección en tu vida. Yo soy el gran Pastor y no tienes nada que temer. Me he valido de todas las experiencias que has vivido para hacer de ti la persona que eres ahora.
Has experimentado tristeza y gozo, tinieblas y luz, dolor y dicha. Has tenido la experiencia de perder y ganar, de conocer la victoria y la derrota; y todo eso te ha enseñado a tener empatía, compasión y comprensión, para que pudieras comprender a los demás, para que fueras capaz de ponerte en su lugar y decir: «Comprendo cómo te sientes. Sé lo que es. Yo mismo he pasado por eso. Sé lo difícil que puede llegar a ser».
Estás en condiciones de enseñar a otros a cobrar fe, esperanza y valor, porque has comprendido lo que es contar con Mi apoyo en tiempos tenebrosos. Sabes que al final del túnel brilla la luz, porque la has visto y has pasado por ese túnel. Sabes que vale la pena seguir luchando y no rendirse, porque tú lo has hecho.
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Comprendo la prueba de los corazones de los hombres, la profundidad del desespero, del desaliento y la desesperación. Comprendo la magnitud de la renuncia, pues Yo tuve que renunciar primero a Mi Padre para ir a la Tierra, y luego a los que tanto quería que se encontraban en la Tierra para volver a Mi Padre.
Comprendo la intensidad del dolor y del sufrimiento, pues grité de dolor cuando los clavos me atravesaron las manos y los pies. Comprendo lo que es sentirse abandonado por los que lo aman a uno, sí, incluso por Mi propio Padre. Por eso exclamé: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»[2]
También comprendo la intensidad del temor, el temor de encarar lo que se avecina, por el dolor y el pesar que traerá. Por eso dije: «Padre, pase de Mí esta copa»[3].
Comprendo asimismo la intensidad del sentimiento de perder a un ser querido, pues los que más me amaban me abandonaron en el momento en que era llevado cautivo. Sé además cuánto duele que te traicione alguien que amas, como me traicionó a Mí Judas con un beso.
¿No soy acaso un sumo sacerdote que se compadece de tu debilidad?[4] Se me parte el corazón por ti, al verte en tu dolor, en tu lucha y en el fuego de prueba que examina y purifica; cuando te sientes con tan pocas esperanzas, criatura Mía, tan perdida y abandonada, cuando tratas de aferrarte con todas tus fuerzas, y sin embargo te parece que no hay nada a qué aferrarte.
Aunque Mi Padre no dejó que pasara de Mí esa copa; aunque vi cómo huían de Mi lado Mis amados en el momento de Mi angustia; aunque me traicionó uno a quien Yo amaba; aunque los clavos me atravesaron las manos y los pies; aunque me dieron muchos azotes y tuve la sensación de que Mi Padre me abandonaba; aunque tuve que pasar por la muerte, ¡todo eso sin embargo produjo una gran victoria, una renovación y una salvación!
Aunque pareció una derrota que me azotaran, me pusieran una corona de espinas y me clavaran a la cruz, y aunque grité: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?», Mi Padre me guardó y me sacó adelante por medio de una portentosa resurrección que alteró el curso de la Historia por la eternidad.
Así reine la oscuridad y no veas nada, ten la certeza de que Mis brazos te rodean. Te pido que confíes en Mí cuando te encuentres en las profundidades, que confíes en Mí en medio de la desesperación, que confíes en Mí cuando te duela el corazón, que confíes en Mí cuando hayas renunciado a lo más querido, pues Yo lo hago todo bien y obro en tu vida con amor. Si aceptas beber de esta copa, si tienes disposición para decir: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya»[5], ¡tú también sentirás Mi presencia de formas que superarán con mucho todo lo que has conocido hasta ahora!
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Eres uno de Mis amados hijos. Te elegí antes de la fundación del mundo para que anduvieras conmigo por caminos diseñados exclusivamente para ti. Concéntrate en permanecer en sintonía conmigo en vez de que trates de adelantarte a los planes que tengo para ti. Si confías en que Mis planes son darte prosperidad y no hacerte daño, puedes relajarte y disfrutar el momento presente.
Tu esperanza y tu futuro tienen sus raíces en el Cielo, donde te espera el éxtasis eterno. Nada puede robarte tu herencia de riquezas inimaginables ni tu bienestar. A veces, te concedo que tengas vislumbres de tu futuro glorioso para animarte, para alentarte. Sin embargo, tu enfoque principal debe ser que permanezcas cerca de Mí. Yo marco la pauta en concordancia con tus necesidades y Mis propósitos[6].
Artículo publicado por primera vez en 1997, a menos que se indique lo contrario en los párrafos correspondientes. Texto adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2014. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] NVI.
[2] Mateo 27:46.
[3] Mateo 26:39.
[4] Hebreos 4:15.
[5] Mateo 26:39.
[6] Sarah Young, Jesus Calling (Nashville: Thomas Nelson, 2010).
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