Escondite

febrero 26, 2014

Steve Hearts

En los momentos tempestuosos de nuestra vida, a menudo ponemos tanta atención a la búsqueda de una forma de escape o rescate que nos olvidamos completamente de la fuente más fidedigna y verdadera de refugio y amparo.

Anoche el sueño huyó de mí totalmente. Había enfrentado momentos de desánimo, duda y frustración. Mi mente y mi cuerpo estaban inquietos. Era todo lo que podía hacer para evitar que mis pensamientos fueran a lugares donde no debían ir.

Afuera llovía bastante fuerte. Aunque estaba protegido en lo físico —en el interior de la casa no hacía frío y estaba seco—, mi espíritu sentía exactamente lo contrario. Afuera la lluvia parecía caer al unísono con los padecimientos y las dificultades que enfrentaba ya por un tiempo. En mi interior, me sentía expuesto y sin protección de los vientos fríos, empapado hasta los huesos por la lluvia que, al parecer, nunca cesaría.

Rápidamente perdía esperanza y mi fe se debilitaba. Le dije al Señor con franqueza que de todo corazón quería seguir adelante y ser fiel hasta el fin, pero que eso solo sería posible con Su ayuda. Le pedí que señalara alguna verdad importante que yo no viera actualmente. Luego, me quedé acostado en silencio por unos instantes.

La respuesta que recibí fue inesperada en cierta medida. Se me dijo con claridad que escuchara la canción Hiding Place, de Steven Curtis Chapman.

Puse la canción, sin esperar mucho. Al fin y al cabo, la sabía de memoria. Sin embargo, cada palabra parecía dar en el blanco como una taza de café caliente en un día frío y lluvioso, o como lo que se siente cuando se entra a un lugar cálido después de haber estado afuera, en el frío del invierno.

Señor, no te pido que te lleves mis dificultades.
Pues en el tiempo tormentoso aprendo a confiar más en Ti.
Pero te doy gracias por la promesa que he llegado a conocer.
Tu amor inagotable me rodea cuando más lo necesito.

Eres mi escondite,
a salvo en Tus brazos,
estoy protegido de la tormenta que ruge.
Cuando suban las aguas,
y corramos a escondernos,
Señor, en Ti encontramos nuestro escondite. 

A medida que se oía la canción, el Señor me habló: «¿Estás refugiándote en Mis promesas y en el amor que tengo por ti? ¿O estás muy ocupado buscando y esperando que haya una manera de escapar de todo esto?»

A todas luces había estado haciendo eso último. Había esperado y orado que se me rescatara de esta situación, en vez de valerme de la Palabra de Dios y el amor que Él tiene por mí como el refugio que debía ser. No es de extrañar que me sintiera tan expuesto y vulnerable.

El Señor continuó: «No es que no pueda o no quiera sacarte de esta situación. Entretanto, permíteme que sea el refugio y el abrigo que prometí que sería para ti hasta que cese la tormenta».

Con esas palabras recordé un torrente de promesas que conozco desde que tengo uso de razón:

«Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza»[1].

«En la sombra de Tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos»[2].

«El eterno Dios es tu refugio y Sus brazos eternos son tu apoyo»[3].

Ninguna de esas promesas hablan de un rescate de los problemas, aunque Dios puede rescatarnos y lo hace conforme a Su voluntad. Lo más importante es que Él es nuestro refugio cuando tenemos padecimientos y dificultades. Lo mismo ocurre cuando en una tormenta uno corre a refugiarse en el interior de un edificio; eso no hace que amaine la tempestad. Más bien, el edificio proporciona un refugio hasta que la tormenta haya terminado.

Con esa perspectiva renovada acerca de las tormentas, ahora puedo confiar plenamente y descansar en Jesús —que es mi refugio y abrigo mientras dure la tormenta—, aunque el resultado final está en Sus manos. Mientras tanto, alzaré las manos en alabanza a Dios, porque Él es mi escondite.

Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] Salmo 46:1–3; RV 1995.

[2] Salmo 57:1; RV 1995.

[3] Deuteronomio 33:27; RV 1995.

 

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