Hallar serenidad

febrero 11, 2014

Recopilación

He estado en Calcuta, India. En esa ciudad hay pobreza, muerte y problemas humanos que no se pueden remediar. Allí, las monjas —que recibieron formación de la madre Teresa— sirven a los más pobres y desdichados del planeta: cuerpos medio muertos que recogen en las calles de Calcuta. El mundo contempla con asombro la dedicación de esas hermanas y los resultados de su ministerio. Sin embargo, hay algo en ellas que a mí me impresiona aún más: su serenidad. Si emprendiera una labor enorme como esa, estoy seguro de que andaría de aquí para allá, enviaría por fax mis comunicados de prensa a los que me dieran apoyo económico y les suplicaría que me enviaran más recursos, tomaría tranquilizantes y trataría de encontrar formas de soportar la creciente desesperación. Las monjas no hacían eso.

Su serenidad se remonta a lo que pasa antes del inicio de la jornada de trabajo. A las 4 de la mañana, mucho antes de que salga el sol, las monjas se despiertan al oír una campana y alguien que dice: «Bendigamos al Señor». Ellas responden: «Demos gracias a Dios». Vestidas con unos saris blancos impecables, entran en fila a la capilla. Allí se sientan en el suelo al estilo de la India; oran y cantan. En la pared de la sencilla capilla cuelga un crucifijo en el que están escritas estas palabras: «Tengo sed». Antes de ver a su primer cliente, se meten de lleno en la adoración y en el amor de Dios.

No he notado pánico en las hermanas que dirigen el hogar para los agonizantes e indigentes de Calcuta. Lo que sí he visto es interés y compasión, pero no obsesión por lo que ha quedado sin hacer. De hecho, cuando la madre Teresa comenzaba su obra, instituyó la regla de que las monjas dedicaran los jueves a orar y descansar. Explicó: «Siempre habrá trabajo aquí. Pero sin descanso y oración, no tendremos la presencia necesaria para llevar a cabo nuestra labor». Las monjas no trabajan para llenar un expediente con el número de encargos de un organismo de servicio social. Trabajan para Dios. Comienzan el día con Dios, y también lo terminan con Él. Vuelven a la capilla para las oraciones de la noche. Y todo lo que hay en medio de la jornada, se lo ofrecen a Dios como una ofrenda. Únicamente Dios determina su valor y mide su éxito.  Philip Yancey[1]

*

Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que Él actúe[2].

¿Has orado una y otra vez y has esperado largamente y aún no ves ninguna señal?

¿Te has cansado de ver que no pasa nada? ¿Estás a punto de abandonarlo todo? Podría ser que no has esperado de la manera correcta.

Espera con paciencia[3]. La paciencia quita las preocupaciones.

El Señor dijo que vendría, y Su promesa equivale a Su presencia. La paciencia se lleva tu llanto. ¿Por qué te entristeces y caes en el abatimiento? Él, mejor que nadie, sabe qué necesitas; y Su propósito en la espera es sacar la mayor gloria de todo. La paciencia quita las obras propias.El trabajo que Él desea es que creas[4], y cuando crees, entonces sabes que todo está bien. La paciencia quita todo deseo.El anhelo de lo que quieres quizás es mayor que tu deseo de que se cumpla la voluntad de Dios cuando llegue.

La paciencia se lleva todo tambaleo, toda debilidad. […] Los cimientos de Dios son firmes; y cuando Su paciencia está en nuestro interior, permanecemos firmes mientras esperamos. La paciencia adora a Dios. Algunas veces la paciencia que se expresa en alabanza, longanimidad y gozo[5] es la mejor parte. «Mas tenga la paciencia (y todas sus fases) su obra completa»[6] mientras esperas y encontrarás un gran enriquecimiento.  C. H. P.[7]

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Encomienda al Señor tu camino, y confía en Él; y Él hará[8].

Cuando vas a dormir, no te preocupas toda la noche de que la cama se llegue a desarmar. Tampoco te aferras a algo por temor a caerte. Si lo hicieras, descansarías muy poco. ¡No! Sencillamente confías, te relajas en la cama y duermes. Así debemos confiar plenamente en Jesús y reposar de nuestras obras, como Dios de las Suyas[9]. Los que hemos creído hemos entrado en reposo. ¿Por qué? Porque alguien se encargará de hacer [el trabajo] por nosotros. Dios requiere que seamos sumisos y confiemos en Él y en Su Palabra. Confía para todo lo que necesites. Confía de todo corazón. Confía siempre. […] ¡Comprométete! Y después de haberte comprometido, ¡confía en Su Palabra!  Sra. Charles E. Cowman[10]

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Cuando no sepamos qué hacer, ¡detengámonos! Guardemos silencio y esperemos a que Dios haga algo. Lo peor que podemos hacer cuando no sabemos qué rumbo tomar es seguir adelante. Ese fue el error del rey Saúl, que le costó el reino. Siguió como si nada, aun cuando ignoraba qué hacer. Creía que tenía que mantenerse ocupado y seguir adelante a toda costa[11].

Hacer silencio ante el Señor demuestra que se tiene fe en que Dios va a resolver la situación, en que Él se va encargar de todo por ti. Demuestra que se confía en el Señor. «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera, porque en Ti ha confiado»[12]. […] Si estamos en un laberinto, confundidos, preocupados, impacientes y alterados, es que no estamos confiando. No tenemos la fe que debiéramos. Confiar equivale a reposo, paz y serenidad total de pensamiento, corazón y espíritu. Aunque el cuerpo tenga que seguir trabajando, se tiene una actitud, un espíritu de calma.

Cuando verdaderamente se confía en el Señor, es posible tener paz en medio de la tormenta, disfrutar de calma en el ojo del huracán. Es en esos momentos cuando se pone a prueba nuestra fe: en medio de la tormenta. La tranquilidad es señal de fe.  David Brandt Berg[13]

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«No os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán»[14].

La razón que nuestro Señor da en contra de la ansiedad por el futuro es que no tenemos nada que ver con el porvenir. Dios nos da la vida por días, días pequeños y uno por uno. Cada día tiene sus deberes, sus necesidades, sus padecimientos y tentaciones, su dolor y tristezas. Dios siempre nos proporciona las fuerzas suficientes para la jornada que nos da, con todo lo que Él pone en el día. Sin embargo, si insistimos en arrastrar todas las preocupaciones del mañana y las amontonamos encima de las de hoy, no tendremos la suficiente fuerza para llevar la carga. Dios no añadirá fuerzas solo para complacer nuestros caprichos de ansiedad y desconfianza.

Así pues, la enseñanza es que cada día es algo aparte y debemos ocuparnos estrictamente de lo que el día nos traiga. Charles Kingsley dice: «Cumple con tus deberes de hoy, combate la tentación hoy, y no te debilites ni te distraigas al mirar hacia lo que está delante y que no puedes ver, y que no entenderías aunque lo vieras». De verdad no tenemos nada que ver con el futuro, salvo prepararnos para él al cumplir con nuestras obligaciones de hoy.

Siempre podemos encargarnos de nuestra carga más pesada por un día, hasta que se ponga el sol. ¿Mañana? Es posible que no tengas un mañana; tal vez estés en el Cielo. Si estás aquí, Dios también estará aquí; y recibirás nuevas fuerzas, suficientes para el nuevo día.  J. R. Miller[15]

Publicado en Áncora en febrero de 2014.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] Reaching for the Invisible God (Zondervan, 2000).

[2] Salmo 37:7 NTV.

[3] Romanos 8:25.

[4] Juan 6:29.

[5] Colosenses 1:11.

[6] Santiago 1:4.

[7] Streams in the Desert, Volume 1 (Zondervan, 1965).

[8] Salmo 37:5.

[9] Hebreos 4:10.

[10] Streams in the Desert, Volume 2 (Zondervan, 1977).

[11] 1 Samuel 13:7–14.

[12] Isaías 26:3.

[13] God Online (Aurora Production, 2001).

[14] Mateo 6:34.

[15] Come Ye Apart: Meditations on the Four Gospels.

 

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