Un lugar preparado

diciembre 31, 2013

Recopilación

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.  Hebreos 11:8–10, 13–16[1]

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Desde 1906, cada dos años se ha celebrado una carrera desde Los Ángeles hasta Hawai. Se llama Transpac (de trans Pacífico).

En la Carrera Transpac hay una tradición según la cual, sin importar a qué hora uno llegue a la meta —aunque sea a las dos de la madrugada—, cuando entra a la Ala Moana Marina en Oahu, un tipo anuncia el nombre de la embarcación y de cada uno de sus tripulantes que hicieron la travesía. Hay un altoparlante enorme, y su voz atronadora irrumpe en medio de los vientos alisios para dar la bienvenida a cada persona que llega con bien.

No los aburriré con los detalles del viaje [pero] sucedió pocas horas antes del amanecer. Habían pasado dieciséis días desde nuestra partida de Los Ángeles a bordo de nuestro pequeño velero con muy pocos conocimientos náuticos. De pronto se rompió el silencio y resonó una voz anunciando los nombres de nuestra improvisada tripulación, como si se anunciara la llegada de personajes importantísimos. Uno por uno anunció nuestros nombres con tal orgullo que se le notaba en la voz, y para todos los que estábamos a bordo fue un momento muy conmovedor.

Cuando pronunció mi nombre, en ningún momento mencionó mi poca experiencia navegando ni la ruta tan irregular que había tomado para llegar hasta allí. No le contó a todo el mundo que yo ni siquiera era capaz de señalar adónde se encontraba el norte, ni ninguno de los otros errores que había cometido. Por el contrario: me dio la bienvenida tras la aventura como lo haría un padre orgulloso. Cuando terminó, hubo una pausa y luego, con el más sincero de los tonos dirigió a la tripulación las siguientes palabras: «Amigos, ha sido una larga travesía. Bienvenidos a casa».

Siempre pensé que a lo mejor llegar al Cielo sea una experiencia parecida. …Cuando cada uno de nosotros cruce la línea de llegada al final de la vida, me lo imagino como flotar hacia la marina hawaiana donde se anunciarán nuestros nombres, uno por uno. Y al final, quizás escuchemos unas palabras igualmente simples de parte de un Dios amoroso, que con gran orgullo nos diga: «Amigos, ha sido una larga travesía. Bienvenidos a casa».  Bob Goff[2]

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A veces el día se hace interminable, y nuestras penas difíciles de soportar;
nos vemos tentados a quejarnos, dudar y murmurar.
Mas Cristo pronto aparecerá y a Su Esposa arrebatará,
y ya no habrá más lágrimas en la eternidad.

Ya nada importará al ver al buen Jesús;
se desvanecerá todo pesar.
Las penas del ayer se irán al verlo a Él.
Sigue luchando, pues, sin desmayar.  Esther Kerr Rusthoi

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Cuanto más anhelamos el Cielo, menos ambicionamos las cosas terrenales.  David Brandt Berg[3]

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Pensar en el Cielo puede inspirarnos y animarnos a mantener la visión celestial y darnos cuenta de que el Cielo es un lugar real donde viviremos literalmente.  David Brandt Berg[4]

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Imagínate…
¡Pisar tierra firme
y darte cuenta de que es el Cielo!
Asirte de la mano de alguien
y darte cuenta de que se trata de la mano de Dios.
Respirar aire nuevo
y enterarte de que es aire celestial.
Sentirte reanimado
y entender que eso es ser inmortal.
Pasar de la tormenta a la tempestad
y por último a una calma imperturbable.
Despertarte un día y saber que llegaste a casa.
Autor anónimo

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Creo haber mencionado alguna vez que no soy ciudadana de este país, por haberme casado con un hombre sueco que no tenía la nacionalidad de aquí. ¡Ni se imaginaban el hombre de Dios tan magnífico que era! Sucedió en los tiempos de la guerra, en que si uno se casaba con alguien que se consideraba enemigo, eso lo convertía en enemigo también a uno. Pues bien, mi familia era de aquí; todos habían nacido en este país, desde mis bisabuelos.

Pero así y todo, me convertí en extranjera, lo que significaba que todos los meses tenía que informar dónde estaba, porque, al fin y al cabo era extranjera. Una situación sumamente absurda; no tengo tiempo de entrar en detalles, pero les puedo asegurar que era de lo más incómodo. Me tomó bastante tiempo obtener la ciudadanía.

Fue entonces que el pasaje de Filipenses 3:20 me dio gran consuelo, saber que era ciudadana del Cielo: «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos». Permítanme hacer unos breves comentarios al respecto.

Hace poco me encontré haciendo un enorme esfuerzo y todo un sacrificio por escuchar un programa que transmiten muy tarde por la noche. Era con relación a una de nuestras crisis nacionales; creo que en esa ocasión tenía lugar en África.

Quería estar bien informada, y cada vez me involucraba más en el tema, procurando estar al día respecto a cada detalle de esa situación en África. Sin embargo, no fue sino hasta esa noche que me di cuenta de que me estaba afectando espiritualmente. Me estaba dejando arrastrar por los asuntos de este mundo, aunque desde mi punto de vista no estaba haciendo nada que pudiera considerarse mundano, solo procuraba mantenerme al día con las noticias como para estar al tanto y tener tema al conversar con otras personas.

No obstante, me encontré tratando de mantenerme enterada de tantos detalles del lío en que se encuentra este mundo, que me resultaba inevitable preocuparme y hasta amargarme y frustrarme al ver la situación del mundo. Estaba socavando mi agudeza espiritual. Esa noche en particular —del programa de medianoche— me las vi cara a cara con mi alma.

No veo nada de malo a mantenerse informado, siempre y cuando se trate de información que sea necesaria y pueda emplearse para la gloria de Dios; eso es otra cosa. Claro que quiero ser una buena ciudadana, pero ante todo recordemos ese pasaje que nos recuerda que nuestra ciudadanía está en el Cielo.  Virginia Brandt Berg[5]

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¿Ubican esa sensación que le da a uno cuando está en una boda, y de pronto suena la música anunciando que está a punto de empezar la ceremonia? ¿Recuerdan la expectativa, la emoción intensa, la riqueza del significado del evento? Luego el novio y sus acompañantes se ubican al frente. Y desde atrás se inicia la procesión y desfilan por el corredor las niñas que llevan las flores, la madrina y las damas de honor. De pronto la música se acrecienta, todos se ponen de pie y se dan vuelta, se abren las puertas y por fin se ve entrar a la hermosa novia, del brazo de su padre. Todos se quedan asombrados ante la fuerza y la belleza de ese momento. Y uno sabe que está a punto de presenciar un nuevo inicio predestinado mucho tiempo atrás.

Retengan esa imagen mental del Cielo. En el futuro hay una boda, y es nuestra boda. Esperamos con ilusión ese día en que por fin Dios y Su pueblo se unirán. Aguardamos y desfallecemos ante el placer de lo que habrá de suceder.

Y así será.

Un día, se abrirán de par en par las puertas del Cielo, y los habitantes del Reino por fin estarán juntos para siempre con nuestro Rey.  Rick McKinley[6]

Publicado en Áncora en diciembre de 2013.
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.


[1] RV60.

[2] Love Does (Thomas Nelson, 2012).

[3] Vislumbres del Cielo (Aurora Production, 2004).

[4] Vislumbres del Cielo (Aurora Production, 2004).

[5] http://virginiabrandtberg.org/meditation-moments/mm061_heavenly-citizenship.html.

[6] This Beautiful Mess (Multnomah Books, 2006).

 

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