Pensamientos acerca del Sermón del monte

enero 15, 2014

David Bolick

Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:3–10[1]

Leí una interpretación del Sermón del monte, de Scot McKnight. En ella, él señalaba lo siguiente:

En su sermón, Jesús bendice a tres tipos de personas:

• a los humildes y pobres
• a quienes buscan la integridad y la justicia
• a los que hacen la paz

Me pregunto si no convendría volver a examinar qué clase de personas viven conforme a nuestros estándares. ¿Cómo medir la devoción? ¿Cómo determinar el nivel de espiritualidad? ¿Cómo se juzga la autenticidad del cristiano?

Jesús lo hace determinando si una persona ama a Dios, si se ama a sí misma y si ama a los demás. Ve esas cualidades en los humildes y pobres, en aquellos que procuran la integridad y la justicia y que persiguen la reconciliación. A menudo Sus estándares y los nuestros se contraponen. En mi experiencia con las iglesias, veo que se juzga a los feligreses conforme a patrones más bien de este tipo:

• los que leen la Biblia y oran diariamente
• los que asisten a la iglesia con regularidad
• los que diezman
• los que tienen mucho conocimiento de la Biblia
• los que tienen aptitudes para predicar
• los que ejercitan los dones espirituales
• los que se ciñen a las disciplinas espirituales
• los que evangelizan
• los que cuentan magníficos relatos de conversiones
• los que escriben libros
• los que se separan del mundo
• los que tienen éxito en los negocios
• los que procuran cargos públicos
• los que sirven en el ejército

La mayoría de nosotros coincidiría —a excepción de un par de nimiedades, quizás— en que todas esas son cosas que hacen los cristianos. Sin embargo, he aquí el problema: ¿Conforme a qué patrones medimos la espiritualidad? ¿Conforme a lo que se ve o a las cualidades interiores que Jesús parece estar enseñándonos? Dicho de otro modo, ¿consideramos espirituales a aquellos cuyo amor por Dios y por el prójimo han pasado a formar parte de su ser a tal punto que son humildes a pesar de su pobreza y de las injusticias que sufren, y que justamente a raíz de ello abogan por la justicia en este mundo y se esfuerzan por lograr que se reconcilien quienes están enemistados? ¿Son nuestros patrones los mismos de Jesús?

Las beatitudes de Jesús no son nada menos que una revolución de evaluación. Vemos en aquellos a quienes Jesús bendice al auténtico pueblo de Jesús en este mundo, y lo que Él nos señala sobre esas personas claramente no son los elementos que incluimos en nuestros métodos de evaluación.

 

La divergencia entre las personas a las que Jesús llama bienaventuradas y las que convencionalmente consideramos exitosas me dio mucho que pensar. Poco después de aquella lectura, mi esposa me puso al día sobre una muchacha a la que ambos (más ella que yo) veníamos testificando a lo largo de varios años. Como fuimos misioneros a plena dedicación durante mucho tiempo, y llevamos mucho tiempo estudiando las enseñanzas de Jesús, y como además somos sus superiores, automáticamente en nuestras interacciones los que impartían las enseñanzas hemos sido nosotros. Pero ahora siento que el que está en el lugar del alumno soy yo.

Para muchas compañías se ha vuelto una práctica bastante difundida la de explotar a sus fuerzas laborales, contratarlos de tal manera que se vean obligados a darles la menor cantidad de beneficios posible —o en algunos casos ningún beneficio—, pagarles el salario mínimo y luego deshacerse de ellos antes de que alcancen la cantidad de años en la empresa que obligaría a los dueños a subirles el sueldo o darles mejores prestaciones. Tras graduarse de la universidad, esta brillante jovencita había montado un negocio con varios de sus compañeros de estudios. Les había caído un contrato con una corporación importante, pero al poco tiempo se dio cuenta de que el papel que le tocaría era el de la persona con mano dura, la encargada de implementar las políticas que acabamos de mencionar en representación de dicha empresa.

Si tomaba el empleo y hacía lo que le pedían, se aseguraba un buen sueldo, una trayectoria laboral prometedora y cosas por el estilo. Sin embargo, decidió que eso no era para ella y se puso a trabajar por su cuenta con una compañía más pequeña. No obstante, como no estaban dispuestos a adoptar esos métodos, sencillamente no pudieron competir y tuvieron que cerrar. Al verse desempleada, se puso a buscar trabajo en el sector de recursos humanos, ya que eso es lo que estudió y en eso se especializó, pero los únicos puestos que le han ofrecido suponen la implementación de ese tipo de políticas despiadadas. Y como no se ve haciendo ese tipo de cosa a cambio de un sueldo, nos dijo que va a buscar trabajo en áreas completamente distintas, aun si eso significa que ganará menos.

¡Qué mujer más valiente… en pos de la justicia a pesar de las desventajas que eso le reporta! No es que el dinero le sobre. Le urge conseguir empleo, pero sus principios son más importantes para ella que su propio bienestar material.

Me pareció destacable haberme enterado de su situación justo un par de días después de haber leído esa interpretación del sermón del monte. Lo puso en términos actuales, una aplicación con la que puedo identificarme en el mundo de hoy.  Y aguzó mi propio apetito de la justicia, me dio aún más hambre y sed de ella. Y también me hizo querer ser más ese tipo de persona.

Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.


[1] RV60.

 

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