enero 20, 2014
Hace poco me enteré de algo que me conmovió. Supe que una joven había ahorrado dinero para tomar un curso que la ayudaría en su labor misionera y a conseguir más ingresos. Sin embargo, el Señor puso en ella el deseo de dar una gran parte de ese dinero a una compañera misionera. Esa persona no le había pedido el dinero, pero la joven sabía que lo necesitaba. Es más, sabía que a los misioneros le hacía falta que le infundieran ánimo.
En algún momento de nuestra vida, todos nos hemos desanimado mucho. ¿Te sacó de ese desaliento la nota de alguien que te decía que se interesaba por ti, que oraba por ti, o que haría lo que estuviera en sus manos por ayudarte? ¿O tal vez en un tiempo de grandes pruebas de repente viste un rayo de luz, e inexplicablemente saliste de la desesperación que sentiste, y tuviste fe de nuevo en que el Señor haría que todo saliera bien? ¿Tal vez porque alguien oró por ti?
Hay muchas personas a nuestro alrededor que pasan apuros y que necesitan que un amigo o un compañero de trabajo les dé estímulo, un incentivo. ¿Habrá alguien a quien Jesús espera que tú des algo, que le escribas, que hagas amistad u ores por esa persona que Él te indique? Eso me recuerda un himno que dice: «Señor, señálame a alguien y ama a esa persona por medio de mí. Y que yo con valentía haga mi parte para conquistar esa alma para Ti». Al hacer lo que el Señor nos indique que hagamos, podemos animar, incentivar y ayudar a otros. No tiene que ser mucho; un poco llega lejos, si Dios y Su amor están en ello.
Es posible que a veces nos sintamos abrumados por la necesidad de quienes nos rodeen y, claro, ninguno de nosotros puede auxiliar a todos los que quisiéramos. Pero hay algo que puedo hacer, que tú puedes hacer, que todos podemos hacer, y eso es orar.
La mayoría de nosotros nos encontramos muy ocupados encargándonos de los desafíos de la vida cotidiana. Hay tanto en que pensar y orar, tanto que hacer. Es posible que estés cambiándote de casa o que inicies una nueva aventura de la misión, o que busques empleo, o que escolarices a tus hijos, o que te esfuerces por mantenerte al corriente con todos los detalles de la vida, o que intentes hallar tiempo para pasarlo con tu cónyuge o familia. O tal vez pienses que ya estás bajo mucha presión, tanta que te cuesta pensar en otra cosa que no sea en el trabajo que tienes que hacer.
Es posible que te preguntes cómo podrías socorrer a alguien, si tú necesitas tanta ayuda. Tal vez te sientas como la viuda de Sarepta, que ni tienes suficiente para ti y los tuyos. Enfrentarte con las necesidades de otra persona, cuando apenas tienes suficiente para ti tal vez sea algo muy parecido a cuando Elías pidió a la viuda que le diera lo poco que tenía[1].
Muchas veces he pensado en esa señora y en cuánta fe debe haber tenido para poner las necesidades de alguien antes que las suyas y las de su hijo, cuando ella y su hijo pasaban por una gran necesidad. La petición de Elías debe haberle parecido absurda y nada realista. Sin embargo, me anima pesar en que la bondad de Dios es muy grande hacia quienes dan esos pasos de fe. El principio de dar lo que puedas —incluso cuando tienes poco— y que Dios recompensa por hacerlo, es tan cierto como siempre.
El Señor no pide lo imposible; solo espera que nosotros hagamos lo que esté a nuestro alcance a fin de amar, cuidar y apoyar a los demás, incluso en épocas en que hace falta una gran medida de fe y amor para hacerlo. El Señor nos bendecirá si oramos unos minutos por otras personas, ofrecemos palabras de ánimo o ayudamos a alguien. No nos pide forzosamente que dediquemos mucho tiempo o que entreguemos una gran suma de dinero, pero se regocija cuando damos lo que podemos a los demás. Tal vez no tengamos mucho, pero un corazón lleno del amor de Jesús siempre tiene algo que dar.
Tenemos el privilegio de llevar a cabo Su misión, que en realidad se trata de poner el amor en acción. Parte de llevar a cabo la misión tiene que ver con enseñar a la gente a vivir conforme a las palabras de Jesús y manifestar a otros Su amor. Sabemos que una de las formas más eficaces de enseñar a otros a amar es dar un ejemplo vivo nosotros mismos. Un antiguo adagio reza: «La caridad bien entendida empieza en casa». Podemos probar que las palabras de Jesús se pueden poner en práctica en la vida y que Su amor puede estar presente en nuestro corazón y vida por medio de las decisiones personales de apoyar a los demás, de dar y de llevar los unos las cargas de los otros.
Si socorremos a alguien que necesite ayuda o que quizá esté mal de salud, habremos dejado que el amor de Jesús cobre vida en nosotros y que otros vean que el amor se manifiesta por medio de nosotros. Si tenemos un don, podemos manifestar nuestro amor al enseñar a otros algo que sabemos bien. A medida que cada uno ponga atención a la guía de Jesús con respecto a las necesidades de los demás, creo que verterá Sus bendiciones. A cambio, proveerá lo que sea que necesites.
Imagínate lo que se puede lograr si cada uno dedica tiempo a ser consciente de lo que necesiten las personas que estén presentes en nuestra vida y preguntamos al Señor qué podemos hacer para ayudarlas. Quizá podemos orar por quienes necesiten ayuda de una forma u otra. Tal vez podemos escribir una nota o dar palabras de ánimo a quienes se encuentren desanimados. A lo mejor podemos enseñar a alguien algo que le ayude en su labor misionera. Pudiera ser que alguien necesite un lugar donde quedarse, y que tengamos un cuarto que ofrecerle. Es posible que una familia necesite alguien que los ayude a cuidar de sus hijos mientras se preparan para mudarse. Esa clase de ayuda llega lejos.
A medida que hacemos lo que nos es posible, también se satisfarán nuestras necesidades. El Señor ha prometido: «Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir»[2]. «Y cualquiera que os dé un vaso de agua en Mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa»[3].
Dios es fiel y cuida de los Suyos. Nos ha dado el privilegio y la bendición de ayudarlo a cuidar de los Suyos al ser Sus ojos, Sus manos y Sus pies para los demás. ¿Le pedirás que te revele hoy lo que puedes hacer por alguien que tenga una necesidad, o cómo transmitirle ánimo y el amor de Jesús?
Artículo publicado por primera vez en octubre de 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2014. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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