enero 2, 2014
La eternidad importa porque somos seres eternos (que nos regimos temporalmente conforme al reloj). No es de sorprender que la eternidad informara prácticamente acerca de todo lo que Jesús dijo en Su paso por la Tierra. Al igual que nosotros, todos esos granjeros, pescadores y amas de casa que lo escuchaban junto al lago vivían obsesionados con el ahora, con la justicia, la curación y la libertad del momento. Sin embargo, para ayudarlos a entender su presente, Jesús insistía en hacerlos enfocarse en su futuro.
—Bienaventurados son ahora, dijo Jesús, cuando procuran soportar y buscan redimir toda clase de males porque entonces, cuando lleguen a Mi reino, su vida será hermosa y eterna. Pueden, incluso festejar ahora mismo —les dijo— porque grande es su recompensa en el Cielo.
¿Recuerdan las épocas en que avanzaban penosamente para terminar la universidad o la secundaria? Cada clase era un esfuerzo monumental, se mataban haciendo tareas, se quedaban estudiando hasta cualquier hora para pasar los exámenes. Pero cada tanto, se distraían pensando en alguna imagen esperanzadora: se veían caminando por el estrado con el atuendo de la graduación, una sonrisa de oreja a oreja y las manos extendidas para recibir el diploma. Ya había pasado la parte difícil y les aguardaba la recompensa.
Si eres un seguidor de Cristo, la imagen de tu recompensa futura es el Cielo. Es lo que por fin dará sentido a todo. Y es real: tan real como lo es en este momento la lucha diaria. El Cielo es algo que puedes esperar con ilusión con cada fibra de tu ser porque allí todo el trabajo y el esfuerzo quedarán atrás, y por delante no habrá más que recompensas. Rick McKinley[1]
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Aun en las peores situaciones que parecen sobrepasar nuestras capacidades, Dios sabe cuánto es capaz de soportar nuestro corazón. Yo me aferro a la convicción de que nuestra vida en la Tierra es temporal, y que es una preparación para la eternidad. Ya sea que llevemos una buena vida o no tan buena, nos espera el Cielo prometido. En los momentos de dificultad siempre tengo la esperanza de que Dios me dará las fuerzas para soportar los retos y el sufrimiento, confiando en que me esperan mejores días, si no aquí en la Tierra, sin lugar a dudas en el Cielo. Nick Vujicic[2]
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David Livingstone, llamado el apóstol de África, nació en la pobreza y desde pequeño tuvo que esforzarse mucho para hacerse de unos estudios mientras mantenía a su familia. Ya de joven, cuando decidió dedicarse de lleno a las misiones, fue objeto de burlas y escarnios. Hasta sus seres queridos intentaron disuadirlo. Al llegar finalmente a África, enfrentó un escollo tras otro. No solamente las dificultades de la existencia cotidiana y los peligros naturales, sino también muchas pruebas espirituales. Sin embargo, puso la mirada más allá de su coyuntura, como reflejan las siguientes palabras que dirigió a un grupo de alumnos de la Universidad de Cambridge: «La ansiedad, la enfermedad, el sufrimiento, los ocasionales riesgos y la nostalgia de las comodidades de la vida podrán de vez en cuando entorpecer nuestra marcha, hacer que nuestro espíritu vacile y nuestro ánimo decaiga. Pero solo por breves momentos. Esas cosas no son comparables en nada con la gloria que más adelante ha de ser revelada en nosotros y para nosotros [en el Cielo]. Jamás he realizado sacrificio alguno.» David Brandt Berg[3]
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«He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe»[4]. Pablo asemeja esta vida… a una carrera. Delante está la meta y el juez espera para coronar a quien compita bien. A los lados de la pista se encuentran los testigos, que siguen de cerca la carrera y alientan a sus favoritos. Pablo ya había corrido casi toda la carrera. Delante de él estaba la meta y veía la corona resplandeciente que aguardaba a ser colocada en su frente. El corredor le exige a cada uno de sus músculos y pone todas sus fuerzas en la carrera. Así había vivido Pablo. Si queremos ganar la carrera de la vida, siempre debemos esforzarnos al máximo.
Por otra parte, la vida también es un préstamo, algo que se nos da para que lo guardemos y usemos, y para que en última instancia devolvamos intacto, en perfectas condiciones. «Me he mantenido en la fe». La vida de todos es un préstamo, algo por lo que deberemos responder. Lo que sea que Dios nos dé, nos lo da en calidad de préstamo. La parábola de los talentos lo ilustra bien. Los jóvenes deberían considerar la vida y sus privilegios como algo que no les pertenece, y darse cuenta de que todo lo que tienen y lo que son procede de Dios, quien se lo da no para que lo utilicen para beneficio propio sino para bendecir a otros y luego responder por ello, y no por los meros talentos que recibieron originalmente sino por lo que con ellos lograron. El relato del hombre que recibió un solo talento es un eterno recordatorio para todos los que no sacan partido de sus dones y oportunidades.
«Por lo demás me espera la corona». No era otra cosa que una corona de laureles que recibía el primer concursante en alcanzar la meta, sin embargo la que a cada corredor cristiano le espera es una corona de gloria incorruptible. De modo que ahí tienen algo más por qué vivir que el placer de alcanzar el éxito en esta vida. Quienes viven la vida de fe recibirán una corona. Puede que uno incluso sucumba ante las dificultades de esta vida y fracase en este mundo —al menos según los parámetros humanos del éxito— y que no obstante sea magníficamente exitoso en el verdadero sentido de la palabra, y se gane la recompensa celestial. Si vivimos bien en el tiempo presente, acumularemos a nuestro favor tesoros en el Cielo. J. R. Miller[5]
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Moisés consideró que el oprobio por causa de Cristo era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa[6]. Vio más allá de su día y todos sus problemas y tentaciones, y puso los ojos en Jesús. Tenía la mirada puesta en la eternidad y sus grandes recompensas, y consideró que las riquezas de Cristo eran superiores a todas las riquezas de Egipto, que era en aquella época la nación más acaudalada y poderosa de la Tierra, y de la cual pudo haber sido faraón[7]. David Brandt Berg[8]
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Jesús dijo que donde estén tus tesoros, allí también estará tu corazón[9]. Algunas personas dicen que, más bien, «donde esté tu corazón, allí también estará tu tesoro». Sin embargo, no va a así la cosa. El Señor dijo que donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón.
Y el siguiente pasaje, todos lo conocemos bien, pero de igual modo, leámoslo otra vez: «No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en Mí.En el hogar de Mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar». Es Juan 14:2. Y Mateo 6:19-21 dice: «No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen». Pudo haber dicho: «Y donde el fuego quema». O «y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón».
Te pregunto, ¿qué es lo que más atesoras? ¿Dónde está tu tesoro? ¿Has acumulado tesoro en el Cielo? Puede que seas pobre y tampoco tengas tesoros en el Cielo. Esto no tiene que ver con pobreza ni riquezas, se trata de si has acumulado o no tesoros en el Cielo. Virginia Brandt Berg[10]
Pubicado en Áncora en enero de 2014. Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] This Beautiful Mess (Multnomah Books, 2006).
[2] Life Without Limits (Doubleday, 2010).
[3] Cada obstáculo, una oportunidad (Aurora Production, 2010).
[4] 2 Timoteo 4:7 NVI.
[5] Paul's Message for Today (El mensaje de Pablo para la actualidad, Hodder and Stoughton, 1904), adaptado.
[6] Hebreos 11:26.
[7] Hebreos 11:24–27.
[8] Fuerzas para cada día (Aurora Production, 2004).
[9] Mateo 6:21.
[10] http://virginiabrandtberg.org/meditation-moments/mm132_the-mansion-just-over-the-hill.html.
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