Corre la carrera

enero 1, 2014

David Brandt Berg

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Hebreos 12:1: «Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante».

Cabe recordar que la división de las escrituras por capítulos ocurrió mucho tiempo después de escribirse. La descripción de la nube de testigos se observa en el capítulo anterior. ¿Quiénes son los testigos? Todos los santos que han ido a casa con el Señor. No solo nos observan, sino que oran por nosotros, y en algunas ocasiones puntuales, el Señor incluso les permite descender a brindarnos su ayuda. ¡Alabado sea el Señor! Los santos podrían compararse a la tribuna del Cielo, que vitorea y aclama a su equipo. Cada vez que se gana una batalla, se regocijan y ovacionan. Los ángeles del Cielo se regocijan cada vez que se salva un alma[1].

Resulta maravilloso pensar en los millones de santos que se reúnen allí arriba. Nos observan y ruegan continuamente por nosotros. Muchos descienden a ayudarnos. La verdad es que la mayoría de la acción —la  mayor parte de las pruebas— se desarrolla aquí, en la Tierra. Una vez en el Cielo, se descubren mayores desafíos, pero las principales pruebas se dan aquí, en el plano físico. El universo entero nos observa. Se trata del gran juego, de la serie mundial. Ahora que sabemos que nos dirigen la mirada, ¿qué debemos hacer? «Liberémonos de todo peso». ¿Qué representan los pesos? Todo lo que obstaculiza o dificulta la consecución de nuestra labor. El Señor en ocasiones permite que arrastremos los pesos por un tiempo, a modo de prueba. En la antigüedad, los atletas solían entrenar arrastrando pesas. Ello les ayudaba a desarrollar los músculos con mayor rapidez. Cuando se los quitaban, casi parecían volar.

De la misma manera, el Señor a veces permite que la adversidad fortalezca nuestros músculos espirituales, sirva de prueba y vigorice nuestro espíritu. Pero una vez que las pesas cumplen con su propósito, se deben poner de lado y correr la carrera.

«Y del pecado que nos asedia». ¿Qué es el pecado? Es errar el blanco. No apuntar bien, no hacer lo más importante que Dios quiere que hagamos, que es dar en la diana de Su voluntad. Así es que «liberémonos de todo peso y del pecado», de cualquier cosa que nos impida hacer la suprema e ideal voluntad de Dios, que nos impida estar en el centro de Su voluntad.

Una vez liberados de las distracciones y los pecados, ¿qué debemos hacer? «Correr con paciencia la carrera que tenemos por delante.» En otras palabras, resulta imprescindible realizar la voluntad y la obra de Dios. Siempre y cuando llevemos a cabo Su labor y obedezcamos Su voluntad, continuamos corriendo.

La imagen de correr con paciencia evoca una buena medida de fe y confianza en el Señor. Las personas que no se arman de paciencia, terminan por desanimarse al cabo de muy poco. Algunos piensan: «Me siento agotado de realizar esta difícil tarea sin recibir elogios ni agradecimiento, y sin que nadie aprecie cuán ardua es». La tarea —o carrera— resulta casi imposible de lograr sin hacer acopio de paciencia. «No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no nos desanimamos»[2].

De manera que debemos correr con paciencia la carrera que tenemos por delante, en el lugar que nos indique Dios. La única manera de continuar en la carrera es «fijando la mirada en Jesús». Es la única forma de reunir la paciencia necesaria para cumplir la labor que Él nos encomienda. No olviden fijar la mirada en Jesús, «el autor y consumador de la fe»[3].

*

Dichoso el que hace frente a la tentación, porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha prometido dar a quienes lo aman.  Santiago 1:12[4]

 

La labor que Dios nos encomienda es la cruz. La corona es la recompensa, que reciben los vencedores. Si bien son muchos los que corren en el estadio, las mejores recompensas —la corona incorruptible y las glorias eternas— las reciben quienes demuestran lealtad, fidelidad y obediencia hasta el mismo fin.

Pero algunos flaquean poco antes de la hora final. Desisten demasiado pronto. Ese fue el pecado de Esaú. Desistió con demasiada facilidad. Menospreció su primogenitura y se conformó con lo tangible —lo que podía ver y creer con facilidad—, en vez de lo intangible, lo que no podía ver y para lo cual se necesitaba una fe muy grande.

Sean fieles hasta el fin. Quienes sean fieles, fortalecerán y sostendrán a otros en el templo de Su cuerpo, la iglesia de Cristo. El que persevere hasta el fin recibirá una corona de vida.

*

Dios te dará poder para la ocasión y gracia para cada caso. Él nunca te dejará ni te abandonará, hasta el fin del mundo. Aunque el cielo y la tierra pasen, Su Palabra nunca pasará. Jesús nunca falla. El amor nunca falla[5].

Presenta la buena batalla, guarda la fe, contiende ardientemente por la fe y no te canses de hacer el bien, porque a su debido tiempo recogerás una gran cosecha si no te das por vencido[6].

Que Dios te bendiga y te guarde, y continúe convirtiéndote en una gran bendición hasta que hayas acabado la carrera. Por lo demás, les está preparada una corona de justicia; para los que siguen hasta el fin, a ellos Él les dará una corona de vida[7] [8].

Recopilado de escritos de David Brandt Berg. Adaptado y publicado en enero de 2014. Leído por Miguel Newheart.


[1] Lucas 15:10.

[2] Gálatas 6:9.

[3] Publicado por primera vez en mayo de 1978.

[4] Reina-Valera Contemporánea.

[5] Hebreos 13:5; Mateo 28:20, 5:18; 1 Corintios 13:8.

[6] 1 Timoteo 6:12; 2 Timoteo 4:7; Judas 3; Gálatas 6:9.

[7] 2 Timoteo 4:8; Apocalipsis 2:10.

[8] Publicado por primera vez en abril de 1977.

 

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