El bebé que cambió el mundo

diciembre 25, 2013

Recopilación

Tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna.  Juan 3:16

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Jesús vino a este mundo como una tierna criatura —tranquila, débil, indefensa— y adoptó nuestra condición. Era humano. Se cansaba, sentía hambre y agotamiento. Estuvo sujeto a todo eso, así como lo estamos nosotros, para transmitirnos mejor el amor de Su Padre y comunicarse con nosotros a un nivel que fuera comprensible para nuestro limitado entendimiento humano[1].

Al final, por el amor que sentía por nosotros accedió a hacer un sacrificio bárbaro. Le escupieron, lo maldijeron, lo condenaron como a un criminal y murió despreciado. Sin embargo, mientras pendía de la cruz, sufría en total ignominia y moría por los pecados de los mismos que lo habían crucificado, manifestó amor al mundo entero. «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos»[2]. Jesús es el amigo que nos amó tanto que entregó Su vida para que nos salváramos. Y todo empezó con el nacimiento de un niño en un establo.  David Brandt Berg[3]

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Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (que significa  «Dios con nosotros»).  Mateo 1:22-23[4]

 

Dios con nosotros». ¡Ese es un hecho maravilloso! Dios, el Infinito, una vez moró en el frágil cuerpo de un niño, y habitó en la forma de un hombre humilde que sufre. […] Observen, en primer lugar, la gran condescendencia que contiene el hecho, que Dios —que hizo todas las cosas—, asumiera la naturaleza de una de Sus propias criaturas. Que quien no fue creado se uniera al ser dependiente y carenciado, que el Todopoderoso se vinculara al débil y al mortal. En este caso, el Señor se humilló al máximo, e hizo una alianza con una naturaleza que no ocupa el lugar principal en la escala de la existencia. Ya habría sido muy condescendiente que el infinito e incomprensible Jehová hubiera asumido la naturaleza de un noble ser espiritual, como por ejemplo un serafín o un querubín. La unión de lo divino con un espíritu creado habría sido rebajarse de manera inconmensurable, pero que Dios fuera uno con el hombre, es mucho más.

¡Ah, la condescendencia que eso conlleva! Lo dejo para que lo mediten en sus momentos de quietud. Reflexionen en ello con cuidado. Estoy convencido de que nadie tiene la menor idea de la gran condescendencia que fue el que Dios habitara en carne humana, y que fuera «Dios con nosotros». […]

Al ver la maravilla que es que el amor divino se haya rebajado de esa manera, todo lo que podemos decir es que es algo muy profundo.  Charles Spurgeon[5]

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Buscamos la gloria de la vida de Jesús en Sus años de adulto. Entonces hizo grandes milagros y reveló Su poder divino. Entonces pronunció Sus estupendas palabras que han conmovido el mundo con su influencia de bendición. Entonces hizo el bien, manifestó el amor de Dios en el curso de Su vida común y en Su cruz. No buscamos revelaciones sobrenaturales en la infancia de Jesús. Somos cautos al decir que Jesús no obró milagros ni hizo revelaciones de Su deidad hasta que había sido ungido con el Espíritu Santo.

Sin embargo, en la vida de Jesucristo no hay mayor gloria que en Su nacimiento. Nada más hizo ver un mayor amor por el mundo que el que se dignara a nacer en este mundo. Deberíamos decir que el corazón del Evangelio fue la cruz, pero el primer acto para redimirnos fue la encarnación, cuando el Hijo de Dios se despojó de Sus atributos divinos y tomó vida humana con toda la fragilidad e indefensión de la niñez. Al revelar amor y gracia, la cuna de Jesús es tan maravillosa como su cruz.  J. R. Miller[6]

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El nacimiento de Jesús es el amanecer de la Biblia. Las aspiraciones de los profetas y los poemas de los salmistas se dirigían a ese punto como las flores se vuelven hacia el alba. Desde ese punto empezó a salir muy silenciosamente un nuevo día en el mundo: un día de fe y libertad, un día de esperanza y amor. Al recordar el significado tan profundo y a la vez elevado que ha llegado a la vida humana y la luz clara que sale abundante y suavemente desde el pesebre-cuna de Belén de Judea, no nos sorprende que el ser humano haya aprendido a contar la historia desde el nacimiento de Jesús y a datar todos los acontecimientos por los años antes o después de ese nacimiento.

Sí, y además, con respecto al niño, no hay nada de pompa y solemnidad, solo la sencillez de lo divino.

Es esa sencillez lo que hace que la Navidad sea algo prodigioso.

Aquí podemos llegar todos suplicantes. No a un trono de exaltación humana, sino a un trono de sencillez divina.

Aquí podemos adorar, reconociendo en la sencillez del Niño el significado del amor redentor de Dios.

Aquí podemos traer nuestras dichas y tristezas; nuestras alegrías serán santificadas y se aligerarán nuestras tristezas.

Aquí podemos recibir fuerzas para los días venideros, luz para el futuro. Y la luz que brilla desde el humilde pesebre es lo bastante potente como para llegar al final de nuestros días.

Aquí, entonces, llegamos —jóvenes y viejos, ricos y pobres, poderosos y sirvientes— a adorar la belleza de la sencillez divina, a maravillarnos de su sencillo amor.

Ese es el prodigio de la Navidad[7].

Publicado en Áncora en diciembre de 2013.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] Hebreos 4:15.

[2] Juan 15:13.

[3] Nuevas fuerzas para cada día (Aurora Production AG, 2012).

[4] NVI.

[5] Tomado de http://spurgeongems.org/vols19-21/chs1270.pdf.

[6] Bethlehem to Olivet (Hodder and Stoughton, 1905).

[7] Streams in the Desert, Volume 2 (Zondervan, 1977).

 

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