diciembre 12, 2013
«Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor»[1].
Mi opinión personal es que en realidad nadie tiene un rostro feo si de manera constante mira el rostro de Jesús; es decir, que permanece en Su presencia y medita en Su Palabra. Recordarán lo que se dice del profeta antiguo [Moisés], que mientras oraba, su rostro cambió[2].
El corazón y el alma se transformarán al vivir en la presencia de Dios y a diario tener contacto con el Señor Jesús. Sin embargo, de algún modo la meditación es un arte que ya se ha perdido en esta generación que vive con tanta prisa. Esa «carrera desenfrenada» se acelera mucho más ahora, en plena temporada navideña; es decir, en la temporada de compras. Algunos no se detendrán a disfrutar nada de la vida hasta después de Navidad; luego se dejarán caer en la cama, darán un suspiro y dirán: «Me alegro de que se haya terminado». ¡Es una pena! ¿Por qué no nos detenemos y disfrutamos de la Navidad aunque sea una sola vez, y disfrutamos de verdad el sentido que tiene? Hablo de disfrutar la belleza, de dejar de querer hacer tantas cosas.
En esta temporada hay tantas cosas estupendas y bellas que se pueden ver. Es una lástima perdérselo todo solo para cumplir las expectativas de algunas personas o por intentar no ser menos que los demás, envolver esto y aquello, apresurarse a tener listo esto último y lo otro, e intentar cocinar tantas cosas. En esa prisa febril nos perdemos la compañía del Señor mismo.
En el Salmo 16 dice: «Al Señor he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido»[3]. Está cerca. Está a mi diestra. Está a una distancia como para poder hablarle. Sin embargo, no lo veremos cuando nos encontremos tan ocupados como para notar que está presente, y en la gran prisa de las compras navideñas ni siquiera notamos que está allí.
No escucharemos la voz del Señor, pues esta se oye únicamente al estar esperándolo en silencio santo, cuando se tiene tiempo de desentrañar Su voz entre todas las muchas voces que nos rodean. Es una voz suave y apacible que a menudo no se oye al andar con prisa. Se dice que el rocío nunca cae en una noche de tormenta. Así también las almas nerviosas que están con una prisa febril rara vez encuentran la dulzura de la presencia de Cristo. En cambio, el rocío del Cielo y las bendiciones selectas llegan al alma que guarda silencio y espera que llegue Su presencia.
Creo que tal vez hoy el Señor esté de pie en nuestros ajetreados centros comerciales con los brazos extendidos y diga: «Estad quietos, y conoced que Yo soy Dios»[4]. En una ocasión, me encontraba en la puerta de la empresa May de Los Ángeles y contemplaba un hermoso nacimiento que estaba en la siguiente ventana, cuando una madre y su pequeña hija llegaron con mucha prisa. La niña vio la belleza del nacimiento, agarró la falda de su madre y gritó: «¡Mamá, mamá, déjame detenerme un momento y ver a Jesús!» Pero la madre con tono áspero le recordó que ni siquiera había hecho la mitad de las compras que tenía en su lista y que tenía demasiada prisa como para detenerse.
Por mucho tiempo recordé aquellas palabras: «¡Déjame detenerme un momento y ver a Jesús!» Esperar en Su presencia, esperar en quietud, esperar en adoración silenciosa. Escuchar y aprender hasta que nos volvemos más como Él: al mirar somos transformados.
La vida siempre será una larga ronda de prisas y actividad febril si no se tiene una relación personal con el majestuoso Cristo. Solo Él puede traer esa paz, descanso y calma al corazón, si solo nos detenemos y se lo permitimos. Dice: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia»[5]. Romanos 5:1 dice: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Te perderás todo eso si tus ocupaciones son tantas que no puedas dar a Jesús una oportunidad en tu corazón.
Para ti hay vida abundante si por fe lo aceptas como tu Señor y Salvador. Vivir sin Él es perderse la única alegría verdadera y duradera que hay en este viejo mundo, y eso determina tu destino por el tiempo y la eternidad. Acéptalo como tu Salvador; será para ti una magnífica Navidad. Confíale tu vida y Él la cambiará, la transformará completamente y te dará vida eterna. Virginia Brandt Berg
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Sé lo que enfrentas durante la temporada navideña. Enfrentas un período de mayor ajetreo. Y en medio de todo eso te parece que se te agotó la inspiración, y te preguntas dónde estará el espíritu navideño, a dónde se habrá ido.
Recuerdas películas como Blanca Navidad (Navidades blancas) o relatos navideños en que se describen los días próximos a la Navidad como llenos de calidez y satisfacción. Sin embargo, ahora mismo no sientes nada de eso. Te gustaría que así fuera, porque no quieres sentir apatía en esta época del año que se supone que sea una celebración de alegría.
Te esfuerzas muchísimo por buscar la Navidad en lo que te rodea. Es posible que la busques en las luces intermitentes, en las decoraciones al frente de las tiendas, en los villancicos, en el ponche de huevo y otras cosas; y luego, si alguna de esas cosas falta, o si no tiene el efecto adecuado en tu corazón, te parece que en realidad no puede ser que de eso se trate la Navidad. Tienes razón, ¡porque buscas el espíritu de la Navidad en los lugares equivocados!
No se encontrará en decoraciones vistosas ni en una serie de funciones de Navidad, eventos o actividades. Si buscas el espíritu de la Navidad, no busques más allá de tu propio espíritu, porque como uno de Mis hijos, como alguien que tiene la salvación y que me conoce, eres uno de los portadores, uno de los mensajeros, uno de los embajadores del espíritu de la Navidad. En vez de buscar el espíritu de la Navidad en el exterior, busca en tu interior, porque el espíritu de la Navidad está dentro de ti, ¡soy Yo dentro de ti!
Aquí comienza. Más que decorar un árbol o la casa, si adornas tu espíritu con alegría, paz, paciencia y longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, la gente se sentirá atraída a ti, pues estarán ante el mejor árbol de Navidad, el más iluminado que hayan visto. Reconocerán en ti la verdadera alegría de Navidad, la verdadera razón de la estación. Y la calidez de la Navidad llegará con la alegría de dar Mi amor a los demás. Jesús, hablando en profecía
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Estos son días de incertidumbre para muchos, de temor y preocupación por el futuro. Hay necesidad de paz, de paz en la tierra, y también de que cada persona tenga paz de corazón, mente y espíritu.
En esta época del año celebramos el nacimiento de Jesús, que se conoce como el Príncipe de Paz. Su vida, Su mensaje, el ejemplo que dio a la humanidad, llevan paz al corazón de quienes entienden la importancia de Su vida, que reconocen que Su muerte en la cruz y Su resurrección hicieron posible que toda persona tenga paz interior, tanto en esta vida como por la eternidad.
La fe en Jesús tal vez no haga que el mundo sea menos tumultuoso o inquietante, pero puede llevar paz y seguridad a tu espíritu al darte los medios para enfrentar los desafíos de la vida. La certeza de Su amor y atención, Su promesa de vida eterna, pueden dar seguridad hasta en épocas de incertidumbre. Peter Amsterdam y María Fontaine
Publicado en Áncora en diciembre de 2013.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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