Más allá del deber

diciembre 11, 2013

Lilia Potters

En octubre de 2006 mi vida cambió de manera inesperada cuando me llegó un correo electrónico preguntándome si podía viajar a los EE.UU. de inmediato para ayudar a cuidar al bebé de seis meses de mi hijo. Con la ayuda de amigos y familiares, en una semana pude dar el salto transatlántico. En breve ya estaba inmersa en el cuidado de mi adorado nieto 24 horas al día, 7 días de la semana, a la vez que ayudaba a mi hijo en un sinfín de asuntos legales y de otro tipo relacionados con su divorcio.

Una noche, poco más de un mes después de mi llegada, cansada y agotada luego de otro día intenso con mi nieto, llamadas telefónicas y otros quehaceres, me desplomé en la cama con lágrimas en los ojos. Se acercaba rápidamente la Navidad y me acordé de los planes que tenía para esa temporada y lo que no haría por no estar en «casa» en el Medio Oriente, donde he trabajado los últimos nueve años y pico. Lo resentí un poco y luego recordé el comentario que alguien me había hecho a comienzos de la semana cuando me preguntaron: «¿No estás tratando de hacer demasiado y de responsabilizarte de demasiado

Yo estaba comenzando a preguntarme lo mismo, y me sentí tentada a tirar la toalla y decirle a mi hijo que yo también tengo mi vida. Pero sabía que si me apartaba de la situación aun mínimamente, pondría a mi hijo en un gran aprieto y mi nieto no tendría quien lo cuidara. No, nunca haría algo así. Susurré otra oración pidiendo ayuda y fortaleza. Le pedí a Dios que me ayudara a echar mis cargas sobre Él y que cumpliera Su promesa de que como mis días serían mis fuerzas[1].

Luego, como si estuviera parado a mi lado, escuché Su voz diciendo: «En cuanto lo hiciste a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hiciste»[2].

Se me llenaron los ojos de lágrimas al recordar el pasaje del evangelio de Mateo en el que Jesús describe con detalle por qué seremos juzgados cuando nos paremos frente a Su trono. Lo verdaderamente importante es lo que hayamos hecho por los necesitados, los hambrientos o sedientos, desorientados y solitarios, enfermos o en prisión. Todas mis preocupaciones y deseos egoístas se me hicieron ínfimos, y me dio vergüenza haber pensado en darme por vencida.

Volví a apreciar el verdadero significado de la Navidad con la claridad de una estrella brillante en medio de una noche obscura. La diversión y la convivencia son extras maravillosos, pero la esencia de la Navidad es que Jesús dejó Su hogar en aquella primera Navidad para ayudarnos y salvarnos, cuando estábamos en las últimas. Le costó todo, y me imagino que en algún momento Él también sintió la tentación de darse por vencido a medio camino, agotado por toda la presión, pero no abandonó. Siguió hasta el último instante por nosotros, hasta la cruz.

«Gracias, Señor», susurré. «Tengo pocas fuerzas, pero por favor ayúdame a seguir Tu ejemplo y perseverar brindándole amor a mis seres queridos y a quienes se crucen en mi camino. Gracias por darme la oportunidad de dar más allá del deber.»

Como era de esperar, aquella Navidad fue diferente a las demás, pero fue muy especial. Fue una Navidad llena del gozo de saber que al dar todo de mí, no solo estaba atendiendo una necesidad genuina en la vida de mis seres queridos, sino que además le estaba devolviendo a Él.

Ya pasaron siete años desde aquella Navidad. Sigo ayudando a cuidar de mi nieto que tiene ya casi ocho años y le diagnosticaron autismo en 2010. Cuando lo veo sonreír, mi corazón se llena de gozo y gratitud al recordar lo que me enseñó el Señor aquella primera Navidad en EE.UU. Sé que esta Navidad será igual de especial que aquella, y que las que le seguirán en los próximos años, porque todo lo que di de mí, Él me lo devolvió con creces en alegría y satisfacción inigualable.

Sin duda, es más bienaventurado dar que recibir[3] y cuando damos, nos regresa en medida buena, apretada, remecida y rebosando[4].

¡Feliz Navidad a todos!

«Cuando el Hijo del hombre venga en Su gloria, con todos Sus ángeles, se sentará en Su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de Él, y Él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a Su derecha, y las cabras a Su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a Su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron.” Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos?¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por Mí”.»  Mateo 25:31–40

Traducción: Rody Correa Ávila y Antonia López.


[1] 1 Pedro 5:7; Deuteronomio 33:25.

[2] Mateo 25:40.

[3] Hechos 20:35.

[4] Hechos 20:35.

 

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