Mayores victorias

noviembre 14, 2013

David Brandt Berg

Jamás se obtiene una victoria sin librar batalla. Hay algunas batallas que se tendrán que pelear toda la vida hasta el día de la muerte. Pero no se debe dejar de obtener la victoria. No se puede «renunciar a todo» una vez y para siempre[1]. A diario hay que seguir «renunciando a todo». No se puede ser mártir un día y nada más; se es mártir toda la vida. Es algo que hay que hacer casi todos los días: «cada día muero»[2].

Vivir para el Señor no es algo de lo que simplemente se pueda decir: «Pues, ¡aleluya! Logré esa victoria. Gané la batalla y la guerra ha terminado; ahora voy a echar raíces, a ser egoísta y a vivir para mí».

David dijo: «No ofreceré al Señor lo que no me cueste nada»[3]. En otras palabras, decía: «Lo que tiene valor debe costarme algo. Ha de ser un sacrificio». ¿Qué es un sacrificio? Algo que se ofrece en el altar; algo que se mata.

Probablemente el Señor te hará sacrificar un poco más cada día para ver si puede confiarte más responsabilidad, para ver si llegas a fortalecerte, a volverte más fuerte y a combatir mejor. El Señor te dará más y te confiará más si ve que eres capaz de renunciar a más, si ve que no te apegas tanto a ello que te niegas a dejarlo.

Cuando renuncias a algo por el Señor, y después es bueno para ti, algún día Él te lo devolverá cuando te lo pueda confiar. Pero si eres egoísta y no lo quieres renunciar, o si no tienes la disposición de ofrecerlo voluntariamente al Señor, entonces tal vez en algún momento Dios se lo lleve.

A diario se debe combatir al Diablo y al antiguo yo. Eres una nueva criatura, claro que sí. ¡Pero cómo le gusta al antiguo «yo» volver a asomarse! Pablo dijo: «He peleado la buena batalla». Y probablemente una buena parte de ella la libró contra su antiguo yo[4]. Es una batalla diaria sobre todo contra pecados asediantes, «los pesos y pecados que te asedian», como el egoísmo, pereza y celos[5].

Algunos creen que la vida cristiana empieza con las mayores batallas, como sería aceptar a Jesús y la salvación. Ese es solo el comienzo. Una vez que has pasado las pruebas pequeñas, el Señor comienza a darte unas más grandes. Y si crees que porque una vez obtuviste la victoria la tendrás para siempre,  sin duda descubrirás que te equivocas.

Algunas personas creen que una vez que se salvan, que eso es todo. Le entregan el corazón al Señor, pero siguen viviendo para sí mismas. Creen que ya hicieron su sacrificio, y que ya no tienen que sacrificarse más.

Lo cierto es que todos los días haces más sacrificios; a diario mueres a ti mismo. El Señor continúa probándote con mayores sacrificios, más difíciles y mejores, de modo que con cada batalla crezcas, te vuelvas más fuerte y logres mayores victorias constantemente.

Nunca se deja de combatir, nunca se deja de conseguir victorias ni de progresar; o habrá un retroceso. No se puede permanecer inmóvil. La victoria sobre un pecado asediante no se obtiene de una vez y para siempre; hay que seguir combatiéndolo. Sin embargo, mientras más se venza, se vuelve más fácil, con la ayuda de Dios.

Debes seguir progresando, seguir sacrificándote, seguir renunciando, continuar a diario la buena batalla de la fe.

¿Crees que has «renunciado a todo»? Todavía no he conocido a nadie que hubiera renunciado a todo para siempre... ¡hasta que renunció a su vida! Todos los días hay algo a lo que se renuncia.

Por lo visto, algunos creen poder obtener la victoria sobre algo de una vez para siempre y que nunca tendrán que librar otra batalla. Sin embargo, es ahí precisamente donde el Diablo querrá probarte más, en tu punto débil, tu talón de Aquiles, tu mayor flaqueza, tu pecado asediante, tu mayor tentación. O lo que más estimas, o aquello de mayor importancia para ti.

El problema con la mayoría de los cristianos es que dicen: «Señor, toma a mi querido Isaac, mi sacrificio. Voy a ofrecerlo en el altar ahora mismo. Ves, Señor, es todo Tuyo». Y luego lo recogen y se marchan con él.

Asimismo, algunas personas van a la iglesia el domingo por la mañana y cantan: «Tal como soy, sin ningún pretexto, lo entrego todo». Luego se levantan y tal como entraron salen con ello y no lo «entregan todo» en absoluto.

En 2 Timoteo 2:3 dice: «Sufre penalidades como buen soldado»; y cuanto más soldado seas, ¡más duro te vuelves! Podrás resistir más, entregar más, renunciar más, sufrir más, sacrificarte más, podrás aguantar más heridas y dolor, y te volverás un soldado más fuerte.

Probablemente Él hará que te sacrifiques un poco más cada día para ver si puede confiarte más responsabilidad, si puedes llegar a ser más fuerte y combatir mejor. Te dará más y te confiará más si ve que eres capaz de renunciar a más, si ve que no te apegas tanto a ello que te niegues a renunciarlo.

Como la historia del rico que recogió una gran cosecha y obtuvo grandes riquezas, que en lugar de compartirlas con otros resolvió edificar graneros más grandes para guardar más para sí mismo[6]. Su pecado no fue la gran cosecha que Dios le había dado. Ser rico no es pecado; lo es no querer compartir ni dar esas riquezas a los pobres. Su pecado no fueron los graneros, sino que desde allí habría podido repartir alimento entre los pobres, pero no lo hizo. Su pecado fue la avaricia, el egoísmo.

Dios confía riquezas a algunos a fin de que las compartan con quienes las necesitan. Algunos cristianos, magnates de la industria, sintieron una gran responsabilidad de dar empleo a los pobres. Si sus empresas fracasaban, miles de personas quedarían desempleadas.

En cambio, compartían con otros sus riquezas y los frutos de éstas, su industria, su fábrica y sus negocios. En algunos casos, daban empleo a miles. En tanto que fueran diligentes en sus obligaciones y no dejaran de  compartir ni de hacer posible que otros recibieran la parte que les correspondía, Dios les confiaba más. Cuanto más se da, más dará Dios.

Dios está molesto con los industriales de riqueza excesiva y los capitalistas egoístas que lo codician todo y que quieren más de lo que legítimamente les corresponde, que retienen de los pobres y el jornal de los obreros que cosechan sus tierras.

Dice que el moho de su oro y plata testificará contra ellos[7]. Es decir, su herrumbre, la corrosión por desuso, será prueba fehaciente de que no se empleó ni se compartió con los demás.

He oído decir a algunas personas: «El Señor me dio esta casa. El Señor me dio este negocio. ¡No podría renunciarlo ahora! Dios me dio todo este dinero. ¡Por supuesto que Él no me exigiría que lo renunciara ahora!»

Por esa razón te lo dio... ¡para que lo compartieras! Para Su voluntad, o para que lo dieras a los pobres o dejaras que Dios lo empleara de algún modo. Aquella mañana en que Jesús ayudó a los pescadores a atrapar una gran cantidad de peces, la mayor que habían pescado jamás, les dijo: «Venid en pos de Mí y os haré pescadores de hombres».

Y si ellos hubieran respondido: «Pero Señor, si nos acabas de dar esta enorme pesca, algo milagroso. ¡Nos la diste! No debemos irnos y renunciarla». En cambio, ellos «dejándolo todo, lo siguieron»[8].

Abraham pudo haber dicho lo mismo acerca de Isaac: «Pero Señor, Tú me lo diste. Este es el niño prometido, ¡el que me diste por un milagro! No esperarás que renuncie a este niño». Pero no, cuando Dios pidió a Abraham que se lo devolviera, él obedeció. Veamos lo que Dios hizo después: Devolvió Isaac a Abraham, lo bendijo e hizo que su descendencia se multiplicara como las estrellas del cielo y la arena del mar[9].

Así pues, «no nos cansemos de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos»[10], «para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar»[11].

Muchas personas desfallecen camino a la victoria. Flaquean, se cansan de sacrificarse y de dar, se cansan de morir a sí mismas diariamente, se cansan de luchar y se rinden.

¡El Diablo gana únicamente si te rindes! No puede ganar siempre y cuando no dejes de luchar. «Resistid al Diablo y huirá de vosotros»[12]. Siempre que sigas resistiéndolo, él seguirá huyendo. En cambio, cuando dejas de resistir, él se vale de sus mentiras, tentaciones y persuasiones para ganar.

Morir a uno mismo es algo que debe hacerse cotidianamente; termina solo con la muerte. Edificar la obra del Señor es algo que solo termina el día de la muerte. Se termina de edificar una vida cuando llega la muerte. Siempre hay algo más que hacer.

No se puede avanzar sin esfuerzo apoyándose en las victorias y logros del ayer. No puedes dormirte sobre los laureles del ayer y decir: «Señor, ¡mira lo que hice por Ti ayer!» Probablemente te responderá: «Pero ¿qué has hecho por Mí hoy?»

Mi madre acostumbraba decir: «En esta guerra, a nadie se da de baja». Se combate hasta el día en que se muere en ella, y se muere por la causa. El Señor quiere fortalecerte más cada día de modo que seas capaz de dar un poco más, que te sacrifiques un poco más, que sufras un poco más, que luches un poco más, que crezcas un poco más.

El objetivo final es que el Señor quiere que te prepares para la próxima vida, pues en el Milenio tendrás que aprender a dirigir todo el mundo[13].

Dios quiere que crezcas hasta alcanzar la plena estatura de un cristiano maduro, que seas de verdad un luchador por el Señor, un soldado, capaz de tener mucha responsabilidad, de soportar mucho sufrimiento, de mucha entrega, y de llevar a cabo una gran labor, no solo tareas pequeñas.

A través del sufrimiento, Jesús aprendió lo que es la obediencia[14]. Cada día aprendemos una nueva obediencia, igual que un niño.

Mi madre solía decir: «El peor lugar del mundo para un cristiano es un lugar cómodo». Debe doler un poco o no es un sacrificio.

¿Qué hace que el amor de una madre por su bebé sea tan maravilloso? Que es muy abnegado. Se entrega por completo. Sufre por su hijo. Se entrega, da su tiempo, sus fuerzas y su sueño. Cuesta algo; es un sacrificio.

En una ocasión, querían que doctor D.L. Moody hablara durante un almuerzo; era un hombre de muchas ocupaciones. Le dijeron: «Dr. Moody, solo tendrá que hablar unos diez minutos; no le costará mucho». Respondió: «Entonces, no podré aceptar, porque si no me va a costar mucho, no vale la pena que lo haga».

Lo que de verdad vale la pena, cuesta algo. Esta no es una religión de oferta. ¡No es algo que promete precios reducidos y un atajo al Cielo! Hay que tomar el camino difícil y escabroso, soportar golpes, hacer sacrificios, morir diariamente a uno mismo, sufrir; y todo eso cuesta.

No solo hay que morir a uno mismo cotidianamente. También a diario hay que amar, sacrificarse y pagar el precio. Hasta duele todos los días. Sin embargo, mientras más intensa sea la batalla, mayor será la victoria.

A mayor sacrificio, mayor recompensa. Es posible que hoy tengamos suficiente victoria, pero llegará el mañana y tendremos mayores batallas y mayores victorias, siempre que no dejemos de correr la carrera que tenemos por delante[15].

«Obras… aún mayores hará»[16]. A fin de tener mayores victorias se deben librar mayores batallas; para tener mayores recompensas se deben hacer mayores sacrificios, y para tener mayores alegrías, se deben padecer mayores dolores. Para recibir más a cambio, hay que entregar más, renunciar a más. Si sigues renunciando a más todos los días, el Señor seguirá dándote más a cambio.

Por el amor de Dios, aprendamos hoy nuestra lección, de modo que nos la sepamos de memoria; así no tendremos que aprenderla otra vez mañana. Pero no me malinterpreten. Algunas cosas sí se vuelven más fáciles. Normalmente no se tienen que pelear las mismas batallas si se ha logrado la victoria. De lo contrario sería demasiado difícil y un juego perdedor.

¡Que Dios te bendiga y te ayude a ganar mayores victorias cada día! Es muy emocionante considerar el pasado y ver tus progresos… mirar hacia abajo, por la escarpada senda montañosa que acabas de atravesar y ver que de verdad conquistas terreno. Pero es aún más apasionante mirar hacia adelante y hacia arriba, hacia las cumbres que pronto alcanzarás y los panoramas que en breve te estremecerán si no dejas de luchar, de escalar y de triunfar, y si no te rindes.

Artículo publicado por primera vez en agosto de 1978 y adaptado en noviembre de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] Lucas 14:33.

[2] 1 Corintios 15:31.

[3] 2 Samuel 24:24.

[4] 2 Timoteo 4:7.

[5] Hebreos 12:1.

[6] Lucas 12:16–21.

[7] Santiago 5:3.

[8] Lucas 5:9–11.

[9] Génesis 22:17.

[10] Gálatas 6:9.

[11] Hebreos 12:3.

[12] Santiago 4:7.

[13] V. Apocalipsis 20:4,6; 22:4–7.

[14] Hebreos 5:8.

[15] Hebreos 12:1.

[16] Juan 14:12.

 

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