octubre 2, 2013
Una buena amiga de mi esposa le contó un sueño que había tenido en el que me había tocado la lotería. El premio gordo. El sueño de su amiga me hizo pensar: Es cierto. Me tocó la lotería.
Cierto día lluvioso encontramos en las calles de Kinshasa una recién nacida congolesa. Tenía solo un día de vida. La adoptamos y la llevamos a casa para criarla como hija nuestra. Uno de nuestros amigos nos dijo: A la niña le tocó la lotería. Sabía lo diferente que sería la vida de la pequeña. En vez de crecer en un orfanato, rodeada de pobreza endémica y sin oportunidad de aprender y desarrollarse, el Señor le dio un vuelco a su vida. Le dará todo lo que uno querrá ofrecerle a un hijo en este mundo.
Si bien podría decirse que ella obtuvo el premio gordo gracias a ese encuentro, mi esposa y yo sentimos que también nos tocó la lotería al acoger a Anissa. Es cuestión de perspectiva, ¿verdad? Podemos pensar en los problemas que enfrentamos —los cuales nunca dejan de sucederse—, o en las respuestas a la oración y los milagros que brindan solución a dichas dificultades. Al hacerlo, caemos en la cuenta de que gozamos de numerosos eventos positivos. Depende de nosotros disfrutar de ellos o preocuparnos por las circunstancias adversas.
Luego de perder la fe en Dios que tenía de pequeño, vagué rodeado de oscuridad por espacio de 10 años. El verdadero sentido de la vida me eludía. Pasé por un infierno; un pozo sin fondo y sin esperanza de salida. El mundo se me hacía irremediablemente triste y lleno de injusticia. No encontraba la manera de ayudar ni de brindar un futuro optimista a todos los desamparados en el mundo, ni siquiera para mí o mis amigos. Deseaba encontrar un propósito o sentido a la vida. Pero nadie conocía el rumbo. Me convertí al comunismo. Pensé que sería un agente de cambio, pero no fue así. Leí numerosos libros de distintas corrientes filosóficas, sin encontrar la solución o respuesta a mis interrogantes.
Finalmente encontré a Jesús. Me tocó la lotería: el premio más gordo de todos. Obtuve lo que no se puede comprar, aun con todo el dinero del mundo. Entonces empecé a vivir por Jesús y a comunicarles a otros la manera de hacerse con el premio. No existe mayor alegría que ayudar a otros a ganar el premio y sintonizar con Su amor. Hace que la vida valga la pena. Desde entonces no solo disfruto de una maravillosa vida, producto del amor de Dios en mi corazón y la bendición de comunicarlo a otros, sino que Jesús me ha bendecido con lo que el dinero no puede proveer: salud, felicidad, seres queridos con quienes compartir mi vida, un motivo por el que vivir, una manera de cambiar el mundo física y espiritualmente —aunque solo cambie una pequeña parte de él—, al ayudar a quienes tienen mayores necesidades que las mías.
En ocasiones, nos parece que necesitamos más dinero o deseamos que nos toque la lotería. Pero nunca cambiaría todo ese dinero por lo que Dios me dio en el momento en que cambió mi vida. Cabe recordar que ni siquiera menciono el fantástico futuro que nos aguarda en la otra vida. Dios nos ha dado muchísimo aquí y ahora. Somos multimillonarios. Con Jesús en nuestra vida, a todos nos ha tocado la lotería.
Los decretos del Señor son verdaderos, y todos ellos justos. Son más deseables que el oro refinado y más dulces que la miel que destila del panal. Salmos 19:9-10
Y a decir verdad, incluso estimo todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Su amor lo he perdido todo, y lo veo como basura, para ganar a Cristo. Filipenses 3:8
Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3:14
Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
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