septiembre 24, 2013
El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Gálatas 5:22–23[1]
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En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera. Santiago 3:17
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Ya se te ha declarado lo que es bueno. Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios. Miqueas 6:8
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Pero ustedes, así como sobresalen en todo —en fe, en palabras, en conocimiento, en dedicación y en su amor hacia nosotros—, procuren también sobresalir en esta gracia de dar. 2 Corintios 8:7
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Huye de todo eso, y esmérate en seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad. 1 Timoteo 6:11
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Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. Colosenses 3:12–15
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Si algún cristiano, incluso el más devoto, deseara orar pidiendo una nueva gracia, un rasgo adicional que realce su personalidad, que pida mansedumbre. Es la virtud de virtudes, la más deseable de las cualidades cristianas.
La Biblia nos deja entrever en varias ocasiones a la mansedumbre como atributo divino. Tenemos la impresión de que las leyes de Moisés son un vasto compendio de estatutos rígidos que aluden a una serie de observancias religiosas, rutinas de culto y deberes píos. No se nos ocurriría acudir a ellos en busca de ternura. No obstante, quien estudia cuidadosamente los capítulos que contienen dichas leyes encontrará en ellos una importante medida de mansedumbre, como quien halla una tierna flor en un peñasco.
Equiparamos al Sinaí con el asiento de la ley en todo su rigor, con voces en medio de truenos y relámpagos cegadores. En torno al monte solo hay nubes oscuras y las cosas más aterradoras. Las personas guardan sus distancias ante la impresionante santidad del lugar. Nadie esperaría escuchar palabras suaves en el Sinaí. Sin embargo, ni siquiera en el Nuevo Testamento se revela de manera tan magnífica el corazón divino como se deja entrever en las palabras que proceden de ese monte humeante. «Y pasando el Señor por delante de él, proclamó: Señor, Señor, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado».
Otro relato que revela claramente la mansedumbre de Dios es el de Elías en Horeb. Un fuerte vendaval azotó las montañas e hizo pedazos las rocas, sin embargo, el Señor no estaba en el viento. Tras la tormenta, un terremoto y todo lo que lo acompaña; no obstante, el Señor no estaba en el terremoto. Le sigue un fuego arrasador; pero el Señor no estaba en el fuego. Tras el fuego se oye en el aire un suave susurro, una voz mansa y apacible, un sonido de dulce calma. Y ahí sí estaba Dios. Dios es suave. Con todo el poder; poder que creó el universo y que hace que todas las cosas sean, no hay madre en el mundo entero que posea la suavidad de Dios.
Todos los seres humanos anhelamos esa ternura. Fuimos creados para amar… y no solo para amar, sino para ser amados. La severidad nos duele. La no suavidad afecta nuestro tierno espíritu como la escarcha quema la flor. Atrofia el crecimiento de todas las cosas bellas. La mansedumbre es a nuestra alma como un verano inolvidable a nuestra vida. Bajo su influencia cálida y reparadora afloran en nosotros cosas bellas.
Muchas personas necesitan muy particularmente de esa ternura. Nos es imposible saber qué cargas secretas llevan muchos de los que nos rodean, qué dolores ocultos arden en los corazones de quienes interactúan con nosotros cotidianamente. No todo sufrimiento se viste de congoja; a menudo un rostro alegre esconde el más profundo dolor. Muchas personas que no imploran compasión de manera explícita en el fondo anhelan ternura —y ciertamente la necesitan aunque no la pidan—, y se doblegan bajo su carga. Un anhelo así no sugiere debilidad. Recordemos que nuestro propio Maestro anheló oír expresiones de amor cuando atravesó sus experiencias de más profundo sufrimiento, y la amarga desilusión que sufrió cuando Sus amigos le fallaron.
No podemos equivocarnos si obramos con mansedumbre. Jamás está fuera de lugar; no hay ocasión en que un gesto de mansedumbre no halle cabida. No le hará daño a nadie, y puede que salve a alguien de caer en la desesperación. J. R. Miller[2]
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Esta palabra [la benignidad] tiene buenos significados en el diccionario. Ser benigno es ser afable, agradable y suave en el trato. También significa tener cortesía y una actitud honorable. Es amabilidad, consideración y un espíritu de equidad y compasión. No cabe duda de que nos recuerda a Jesús, ¿verdad? Alguien amable, cortés, honrado, que manifiesta consideración y un espíritu de equidad y compasión. Vale la pena aspirar a tener esas cualidades, ¿no? ¿Verdad que les gustaría que se dijera de ustedes que las tienen?
Desde luego, así es Jesús. Y si estamos unidos a Él y llenos del Espíritu Santo, si nos desvivimos por llenarnos de Él y dejarnos poseer por Él, ese fruto de la benignidad se manifestará en nuestra vida y los demás lo notarán y apreciarán. Peter Amsterdam[3]
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La mansedumbre no es apatía sino una expresión agresiva de la manera en que vemos a las personas. Las consideramos tan valiosas que las tratamos con mansedumbre, temiendo hacer daño a alguien por quien Cristo murió. Ser apático es exponer a las personas a elementos destructivos; amarlas genuinamente es motivo de que las tratemos con agresiva suavidad. Gayle D. Erwin[4]
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Tanto la mansedumbre como la humildad proceden del poder, y no de la debilidad. Está esa seudo suavidad que es afeminada, y está la equiparable a la cobardía. Sin embargo, un cristiano puede procurar la mansedumbre por ser esta cualidad propia de Dios. Por tanto, jamás debemos temer que la mansedumbre del Espíritu denote debilidad de carácter. Hace falta fortaleza —la fortaleza de Dios— para ser auténticamente manso. Jerry Bridges
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Cuando te topes con dificultades y contradicciones, no procures quebrarlas: dóblalas con tiempo y con suavidad. Francis de Sales
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La mente humilde se da a conocer en sus obras de mansedumbre. Pues nada traiciona más a un hombre que sus modales. Edmund Spenser
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El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. 1 Corintios 13:4–5
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Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como Yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son Mis discípulos, si se aman los unos a los otros. Juan 13:34–35
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Carguen con Mi yugo y aprendan de Mí, pues Yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Mateo 11:29
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Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en Sus brazos; los lleva junto a Su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas. Isaías 40:11
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Tú me cubres con el escudo de Tu salvación, y con Tu diestra me sostienes; Tu bondad me ha hecho prosperar. Salmo 18:35
Publicado en Áncora en septiembre de 2013.
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] Todos los pasajes de las Escrituras que aparecen en este artículo fueron tomados de la Nueva Versión Internacional (NVI).
[2] A Gentle Heart (Un corazón manso, Thomas Y. Crowell & Company, 1896).
[3] Publicado por primera vez en febrero de 2009.
[4] Spirit Style (Yahshua Publishing, 1994).
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