septiembre 18, 2013
En ocasiones es entretenido rezar ese tipo de oraciones «improbables» y pedir cosas que, racionalmente, parecerían imposibles de materializarse. Me gusta no ponerle límites al Señor, y a veces tengo la sensación de que a Él le ofende que pensemos que algo puede sobrepasar Sus capacidades. Saber lo mucho que se deleita en responder a nuestras oraciones y apoyarnos de todas las maneras posibles, en tanto procuramos cumplir Su voluntad, nos da una medida adicional de fe para pedir «cualquier cosa en Su nombre»[1]. Y luego, aguardo curiosa a ver cómo responde.
Sé que no puedo esperar que todo lo que pida se me conceda, ni al instante ni, en algunos casos, incluso jamás. Por eso incluyo eso en mis oraciones, y luego agrego: «…Solo si Tú consideras que es lo que conviene. De lo contrario, confío en que harás algo aún mejor que lo que te pido». Así, al menos me habré abierto a lo milagroso, ¡y es increíble comprobar lo que sucede! Como lo que pasó respecto a nuestra situación con la comida y las compras.
¿Es posible que un pedido cuyo cumplimiento es improbable sea respondido a la medida? Permítanme contarles lo que nos sucedió.
Llevaba meses orando para que «algo» cayera en su sitio. Me resultaba difícil saber, incluso, qué pedir exactamente. De modo que expliqué los retos que enfrentábamos y lo que consideraba que sería la situación ideal.
Se nos complicaba hacer la compra semanal. Por motivos de salud y por no contar con un vehículo, a mí me resulta prácticamente imposible abandonar la casa. De modo que no puedo salir a hacer las compras. La tarea recae sobre los hombros de mi pobre esposo, que ya tiene más trabajo de la cuenta. A él se le hacía muy pesado y le quitaba el poco tiempo libre de que disponía, impidiéndole aprovecharlo para pasar tiempo en familia o para descansar.
También deseaba que no tuviéramos que gastar tanto en alimentos, para que no estuviéramos tan apretados económicamente. Queríamos alimentos más frescos y saludables, directamente de las granjas locales. También valía la pena explorar cualquier otra opción que contribuyera a la buena salud: era obvio que depender de artículos empacados en plástico, que contienen conservantes y son sometidos a largos periodos de almacenamiento y preventa, no nos beneficiaba en absoluto.
¿Cómo podría responder el Señor a semejante pedido?
Cierta mañana, al despertarse, mi hijo de cinco años me dice: «Mami, anoche soñé que veía un mensaje que decía: “mañana sucederá algo especial”».
¡Y eso, ni más ni menos, fue lo que ocurrió!
Ya casi terminaba el día cuando escuchamos que llamaban a la puerta. Al abrir me encontré a un señor que me decía todo lo necesario para que mi sueño se hiciera realidad. No podía creerlo. De todas las casas, de todas las ciudades, de todos los estados de este país enorme, se había presentado en la mía el representante de un grupo de agricultores que querían hacer algo diferente: querían hacer llegar sus productos orgánicos directamente al público.
Quedé un poco descolocada por la sorpresa, pero me las arreglé para dar los pasos necesarios para inscribirme. Ahora, simplemente hago mis compras en línea, seleccionando lo que necesitamos cada semana. ¡Y todos los martes, temprano por la mañana, abrimos la puerta y ahí mismo nos encontramos con nuestros alimentos para la semana, empacados en cajas! Más frescos, sin empaques plásticos, y a un costo menor del que solíamos pagar en la tienda.
Todavía me cuesta creerlo. No hay necesidad específica que sobrepase la creatividad del Señor, que siempre halla una solución.
Ayer, cuando me pregunté si de veras nos salía a cuenta, al revisar los contenidos de las cajas comprobé que habían incluido en nuestro pedido varios artículos adicionales. Cuando sumé todos esos artículos gratuitos quedaba claro que en total tenían un valor considerable. Mi hijo me dijo: «Tengo la impresión de que el Señor nos dio esa comida adicional para recordarnos que nos ama».
No sucedió de la noche a la mañana, y requirió varios meses de orar por ello, sin siquiera saber qué era ese «ello». No obstante, «el deseo cumplido es un árbol de vida»[2]. ¡Ahora, en lugar de sentirnos agotados, estamos encantados y cada semana pareciera depararnos un milagro navideño!
Les cuento otra historia que me relató un amigo acerca de orar por lo imposible.
John y Sarah, que llevan muchos años realizando labor misionera en Tailandia, necesitaban vivienda. Eran los últimos que habían quedado en un centro misionero que se estaba clausurando. Buscaron casa pero no encontraban nada que se amoldara a sus necesidades. De modo que volvieron donde el propietario del centro misionero y le ofrecieron quedarse a cuidar de su propiedad hasta que él encontrara nuevos inquilinos. Como el propietario admiraba las iniciativas misioneras en que ellos participaban, tuvo la bondad de permitirles quedarse en su casa por dos años, sin pagarle renta. No obstante, hacia el final de ese periodo, alguien se interesó en alquilar la propiedad.
John y Sarah acudieron al Señor y Él les prometió algo muy hermoso. Les dijo: «Los conduciré a un lugar muy especial donde podrán seguir realizando su trabajo para Mí. Sigan acudiendo a Mí y los conduciré al lugar ideal donde me ocuparé de ustedes y de todas sus necesidades. No enfrenten con temor este momento sino con gran gozo, porque seguiré cuidándolos y valiéndome de los dos. No olviden reconocerme en todos sus caminos y Yo lo haré. Y con eso no me refiero a que quizás lo haré, o a que tal vez cumpliré lo prometido, sino a que lo cumpliré. Por favor, no lo olviden. Quienes depositan su confianza en Mí hallarán un lugar de descanso. Y eso no se limita al plano espiritual, sino también al físico».
El representante del propietario vino a anunciarles que lamentablemente el dueño necesitaba que le devolvieran la casa. John y Sarah habían contado con que les avisaran con por lo menos un par de meses de antelación, para tener tiempo de buscar un lugar nuevo. Sin embargo, no fue así.
«Lo siento», dijo el representante, «el propietario necesita la casa de inmediato, así que tendrán que mudarse en una semana».
«¡Una semana!», exclamaron John y Sarah. «¿Pero cómo haremos para encontrar casa, empacar y mudarnos en una semana?»
Sin embargo, no había otra posibilidad. El representante del dueño se disculpó por darles tan corto aviso y por el inconveniente que ello representaba.
John y Sarah oraron pidiendo un milagro, y luego empezaron a hacer los preparativos necesarios y a empacar sus pertenencias.
Poco después, el representante del dueño volvió a ponerse en contacto con ellos. «La familia del dueño se reunió a discutir el asunto —explicó—. Los conocemos hace muchos años y sabemos que hacen una labor admirable. Nos sentimos tan mal de tener que pedirles que evacúen la casa de la que han cuidado con tanto esmero… —y en ese momento se inclinó hacia adelante y sonrió ampliamente— que se les ocurrió una solución. La casa del frente, que les pertenece y que estaba ocupada por una señora que vivió en ella por diez años, quedará libre porque la señora justo se está mudando. Si gustan, pueden mudarse ahí. Además —agregó, con una sonrisa—, el arreglo sigue siendo el mismo: no será necesario que paguen alquiler.
John y Sarah se quedaron totalmente sorprendidos por la manera en que el Señor lo dispuso todo de tal modo que pudieran quedarse en el mismo vecindario. Alabaron al Señor y le dieron gracias por su magnífica manera de responder a la oración.
La casa del frente se adapta mejor a sus necesidades y es mucho más fácil de cuidar. Tras varios meses de vivir sin pagar alquiler, firmaron un contrato por un precio muy razonable, a fin de no tener que preocuparse ante la posibilidad de una mudanza inminente. ¡Dios es, indiscutiblemente, un Padre maravilloso que nunca nos quita algo sin darnos otra cosa mejor!
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
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