septiembre 9, 2013
Estudiaba unos mapas y buscaba compañías navieras y parques de caravanas en preparación para un futuro viaje; estuve bastante ocupado con eso todo el día, y pensé: «Señor, ¿por qué sencillamente no me lo indicas con una revelación repentina? ¿Por qué tengo que hacer toda esta ardua labor?»
Se cuenta la anécdota en la que alguien quería tocar el acordeón y decía: «El Señor me va a enseñar a tocar el acordeón». Así que ni siquiera se consiguió un libro ni estudió. Decía: «El Señor simplemente va a hacer que toque». Yo era un poco como él. Quería una revelación relámpago en lugar de tomarme el trabajo de estudiarlo: adónde vamos a ir, qué vamos a hacer, cuál es la mejor forma, lugar y método.
Me tomaba un descanso, emitiendo un suspiro de cansancio, y dije: «Señor, ¿por qué no me indicas todo esto sin que tenga que esforzarme y estudiarlo?» Y de inmediato recordé este versículo: «Quitad la piedra»[1], de cuando el Señor fue a resucitar a Lázaro:
Conmovido una vez más, Jesús se acercó al sepulcro. Era una cueva cuya entrada estaba tapada con una piedra.
—Quiten la piedra —ordenó Jesús.
Marta, la hermana del difunto, objetó:
—Señor, ya debe oler mal, pues lleva cuatro días allí.
—¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios? —le contestó Jesús.
Entonces quitaron la piedra. Jesús, alzando la vista, dijo:
—Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Ya sabía Yo que siempre me escuchas, pero lo dije por la gente que está aquí presente, para que crean que Tú me enviaste.
Dicho esto, gritó con todas Sus fuerzas:
—¡Lázaro, sal fuera!
El muerto salió, con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario.
—Quítenle las vendas y dejen que se vaya —les dijo Jesús. Juan 11:38–44[2]
Por lo visto, el Señor nunca hace nada por alguien que esa persona no pueda hacer por sí misma. Espera que la persona en cuestión se ocupe de ello. Y que trabaje en ello. Jesús hizo lo que no podían hacer: resucitar a Lázaro. Aún así, Él esperaba que ellos hicieran lo que podían.
Aunque quitar la piedra requería trabajar duro, Jesús no iba a hacerlo. Ellos lo podían hacer. Era muchísimo trabajo, en un clima cálido, y debían hacer un gran esfuerzo para empujarla; y probablemente hicieron falta unos cuantos de ellos para quitar la enorme piedra que estaba frente al sepulcro. Jesús no levantó un dedo para quitarles la piedra. Les dijo: «Quitad la piedra». Eso era algo que ellos podían hacer. Y entonces hizo lo que ellos no podían: resucitar a Lázaro.
Así que supongo que todo el día de ayer estuve quitando la piedra, en un intento de encontrar dónde estaba enterrado Lázaro. Y cuando llegue el momento, el Señor lo levantará. El Señor dará la respuesta a todo y obrará el milagro que requerirá. Es como si el Señor dijera: «Quiten la piedra. Hagan lo que puedan y Yo haré el resto, lo que no pueden hacer. Pueden estudiar los mapas, ver los lugares a donde ir y todo lo demás, y cuando ya no puedan hacer más, entonces Yo haré el resto».
Debemos ocuparnos de todo eso nosotros mismos. Esas son las cosas que podemos hacer; y cuando llegue el momento, el Señor hará lo que no podemos hacer. Nosotros hacemos lo posible, ¡y Él hace lo imposible! Pareciera que el Señor siempre hace que tratemos de discurrir los asuntos y pasemos por un proceso de eliminación, que estudiemos las diversas posibilidades, que probemos, comprobemos y tanteemos. Mediante ese proceso no siempre se descubre cuál es la voluntad de Dios, pero sin duda se descubre qué no lo es.
Algunas veces he encontrado la voluntad de Dios simplemente al probar puertas, al buscar, preguntar, hasta que por lo menos descubrí qué no era la voluntad de Dios, antes de que al final Él me revelara cuál era Su voluntad. Entonces, ¡sí que la aprecié! Si trabajamos muchísimo en ello, si nos hemos esforzado y finalmente llegamos a un punto en el que no podemos hacerlo, entonces se aprecia la ayuda del Señor.
En Su Palabra, Dios siempre le ordenó al hombre que hiciera algo antes de satisfacer sus necesidades. Dios le dijo a Moisés que golpeara la peña y luego Él sacaría de ella agua. Moisés pudo haber dicho: «Pues, Señor, no creo que haya agua en esa peña. ¡Es algo así como una locura! Además, Señor, prefiero ver que Tú lo hagas». Sin embargo, Moisés prosiguió con fe. Tomó una vara vieja y golpeó la peña, a la espera de que Dios hiciera el resto. Y Dios lo hizo[3].
El Señor les dijo a los sacerdotes que fueran hasta el agua del Jordán y comenzaran a cruzar con el arca, y que entonces Él detendría el río, que estaba en su punto más alto, desbordándose. El Señor iba a detenerlo y dejarlos pasar como por tierra seca. Ellos pudieron haber dicho: «¡Qué locura! Nos vamos a ahogar mientras llevamos esa vieja arca pesada hasta el otro lado. Quedémonos aquí y esperemos a que Dios divida las aguas; entonces cruzaremos». Pero no, Él les dijo que fueran, y así lo hicieron. Y cuando sus pies tocaron el agua, las aguas se dividieron[4].
Dios quiere vernos obedecer primero. La obediencia precede a las bendiciones. La obediencia viene antes que la recompensa. La obediencia viene antes que el ungimiento. La prueba es ver si vas a obedecer o no. Y en cuanto empieces a obedecer y a trabajar, Dios hará Su parte sin falta. Dios bendecirá. «Quitad la piedra».
Artículo publicado por primera vez en mayo de 1980 y adaptado en septiembre de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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