Dios tiene Sus razones

agosto 26, 2013

María Fontaine

«¿Alguno está enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia, para que vengan y que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. Una oración ofrecida con fe, sanará al enfermo, y el Señor hará que se recupere».  Santiago 5:14-15 (NTV)

Los ministerios de curación brindan el amor de Dios y Su poder a la vida de otras personas tanto en el aspecto físico como en el espiritual, por lo que quedan muy agradecidos. Ser el conducto de ese amor puede ser muy animador, y hasta puede cambiarnos la vida. Todos nos animamos al escuchar testimonios de la curación que da el Señor.

Por más extraordinaria que sea la emoción de ver a alguien que se sana milagrosamente, un gran dilema con el que cualquier cristiano sincero puede toparse al orar por la curación de alguien es la posibilidad de que esa persona no se cure de inmediato. Si esto sucediera y tú eres quien oró por la persona, tal vez te veas tentado a sentir condenación, o sientas que le fallaste a la persona. Si bien puede ser que a veces las condiciones no hayan sido las adecuadas, y que tal vez sí hubo una falta de fe de tu parte o de parte de la persona por la que oraste, o ambas cosas, debemos tener en cuenta que los caminos de Dios son más altos que los nuestros, y que Él no siempre hace las cosas de la manera en que las pedimos o que pensamos que deberían ser[1]. Hay casos en los que el Señor opta por no sanar a la persona en cuestión. ¿Por qué? Solo Dios conoce las razones. Cada situación es distinta, es algo particular de la persona por la que se ora y de lo que el Señor obra en su vida.

Tal como muchos de nosotros experimentamos, existen muchas buenas razones para que haya dolencias o pérdidas. Eso también es evidente en la vida de grandes personalidades cristianas como Fanny Crosby, Louis Braille, Helen Keller, John Milton, Amy Carmichael, Samuel Schereschewsky, y muchos otros. Si se fijan en la forma grandiosa en que Dios se valió de tantos hombres y mujeres cristianos y el fruto que dio en su vida dichas dolencias, es fácil ver por qué Dios permitió que tuvieran esos impedimentos físicos, ya sea que haya sido por un tiempo o a veces de por vida. Las dolencias en la vida de cualquier persona, sea ésta cristiana o no, pueden hacer que llegue a tener más compasión, madurez y comprensión; y Jesús puede utilizar todo eso para abrir nuestro corazón a Su Espíritu de amor.

He oído hablar de sanadores evangélicos que han llevado a cabo ministerios de curación impresionantes, pero quienes a la vez sufrían debido a dolencias muy debilitantes. Oraban repetidamente por alivio, pero jamás fueron sanados. El Señor, en Su misericordia, puede a veces valerse de casos así para ayudarlos a equilibrar la tentación del orgullo que acarrean la fama y la admiración al hombre. En otros casos, tal vez el Señor se valga de ello para que sea una mayor manifestación de su fe y confianza, como se expresa en esta declaración de Job: «Aunque me matare, en Él confiaré»[2]. Hasta el apóstol Pablo dijo que oró varias veces por la liberación del «aguijón en la carne» que tenía, y según parece se le negó su pedido[3]. Declaró: «Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo».

Eso me recuerda la historia de un joven tartamudo. Era magnífico en su tarea de llevar el Evangelio, pero deseaba librarse de aquel tartamudeo que le daba vergüenza; y habían orado por él muchas veces. Sin embargo, no recibió el milagro que deseaba y esperaba. En cambio, descubrió algo mucho mejor. Lo explicó de esta manera: «Supongo que el Señor quiere que me valga de este tartamudeo para Su gloria, porque cuando testifico a las personas, se compadecen tanto de mí, ¡que siempre se detienen a escucharme!» Si bien no se libró del tartamudeo, aprendió a aprovecharlo tanto para él como para la gloria de Dios. Se dio cuenta de que en su caso, lo que él consideraba un obstáculo, en realidad era un instrumento de testificación.

Otro ejemplo es el de Nick Vujicic, que nació sin brazos ni piernas, y sin embargo lleva a cabo un increíble ministerio. Viaja por todo el mundo y lleva el mensaje del Señor a muchas personas. Debido a su discapacidad, ha alentado a millones de personas que se han visto atraídas por su fe y amor a Jesús, y por su perseverancia y actitud positiva a pesar de su impedimento físico.

La lista es interminable. Si nos detenemos a reflexionar en los motivos por los que el Señor permite esas aflicciones en la vida de Sus hijos y no los libera de inmediato —y tal vez no lo haga en esta vida—, creo que hallaremos algunas razones valiosas e importantes.

La fe no es una cuestión de confiar cuando todo va bien; la fe entra en acción cuando parece que las cosas van mal. Y nuestra reacción debería ser la de tener confianza cuando la situación parece contraria a lo que esperábamos o pedimos. Nuestra confianza en el Señor, en que Él sabe lo que más conviene, les demostrará a los demás que servimos a un Dios magnífico, uno que es merecedor de nuestra confianza y servicio. Gracias a Dios, Él sabe más que nosotros, y gracias a Dios, ¡Él hace lo que sabe que es lo mejor!

No es nuestro deber decidir quién recibe la curación y quién no. Sin embargo, sí es nuestro cometido tener el amor suficiente como para arriesgarnos a ser vistos como un fracaso a medida que obedecemos al Señor y hacemos lo que sea que Él nos indique. Si oramos por la curación de otras personas porque queremos glorificar al Señor, solo por un genuino amor a Él y a los demás, no estaremos tan preocupados por lo «exitosos» que nos consideren los demás. Confiaremos en el Señor, independientemente de de que la situación salga como pensábamos que debería ser o no.

Las respuestas del Señor llegarán si oraron por ellas. De la manera en que más hagan falta y en el momento que el Señor considere más indicado; creo firmemente que llegarán. No siempre llegarán envueltas de la manera que esperamos o deseamos; y en eso tenemos que confiar en Él. Nos ha pedido que entreguemos Su amor al prójimo, lo que incluye orar con fe por su curación cuando Él así nos lo indique. Luego, podemos confiar en que Él dará las respuestas en el momento y la manera en que le parezca más conveniente, ya sea que se trate de curación para la mente, el corazón, el espíritu o el cuerpo.

«Creo en un Dios omnipotente. Sin embargo, si Él decidió no darme brazos ni piernas, tengo la certeza de que es para bien. Y aunque tal vez yo no lo entienda, todo lo que necesito saber es que Él me sacará adelante, que hay un propósito en ello.

»No podemos, y no debemos, comparar los sufrimientos. Nos reunimos como una familia de Dios, vamos de la mano. Entonces, juntos llegamos y nos apoyamos en las promesas de Dios, con la certeza de que independientemente de quién seas y sea lo que sea que te ocurra, que Dios lo sabe, Él está contigo y te ayudará a salir adelante.

»Los desafíos de nuestra vida tienen por objeto fortalecer nuestras convicciones. No están ahí para atropellarnos».  Nick Vujicic

 

Artículo publicado por primera vez en marzo de 2011 y adaptado en agosto de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] Isaías 55:8–9.

[2] Job 13:15.

[3] 2 Corintios 12:7–10.

 

Copyright © 2024 The Family International