Gangas caras

agosto 12, 2013

David Brandt Berg

Lo más barato no es siempre lo mejor. A menudo, las «gangas» no valen la pena y puede resultar que es una estafa aún peor que si se hubiera adquirido algo caro, pero auténtico. Es posible que se haya pagado menos por lo que se adquirió en una ganga, pero se haya obtenido mucho menos que si se hubiera pagado un poco más por algo de calidad.

Es como lo que decía mi madre de los lugares donde se come: ¿Por qué ir a un restaurante de mala muerte o de ínfima categoría donde se sirve comida basura que ni siquiera se sabe que es limpia, solo para ahorrar un dólar o dos? ¿Para qué ir allí a que te sirvan comida chatarra, barata, insípida y grasienta para ahorrar unos cuantos centavos, cuando la vida vale más que eso? Mientras que si se paga un poco más, por lo menos se obtiene algo que vale lo que se ha pagado. ¡En el lugar barato no aprovechas bien tu dinero!

Lo mismo pasa con otras adquisiciones: lo más barato no necesariamente es la mejor compra. Quizás no se le saque jugo al dinero. Compramos un juego de herramientas baratas y ahora casi todos los destornilladores se han roto; y ni siquiera podíamos abrir los alicates. Eran artículos de poco valor en los que solo habían cuidado la apariencia externa. Al final descubrimos que no eran de acero. En cuanto se hacía una muesca en una de aquellas herramientas, el baño barato que tenía se rallaba o desprendía, y lo que había debajo parecía plomo. Eso no es ninguna ganga.

Mientras que si se paga un poco más se pueden conseguir herramientas buenas, bien hechas, de acero templado, que funcionen bien y que sean útiles. Eso se puede aplicar a casi todo: la ropa, las joyas, la comida, las caravanas, los autos, lo que sea. Lo que cuesta menos no necesariamente es lo más barato.

Es posible que vayas a un establecimiento de reventa de autos y compres un vehículo barato, que luego resulte ser un auto chatarra, que sea necesario hacerle reparaciones de inmediato porque de lo contrario no se sostendría o no avanzaría más, y que al poco tiempo descubras que has pagado más en reparaciones y mantenimiento por la carraca que compraste a mitad de precio que si hubieras adquirido un auto mejor, un poco más nuevo, menos gastado y en mejor estado, un modelo un poco más reciente que cueste más. ¡Por lo menos aprovechas bien tu dinero!

En cambio, al comprar cachivaches o trastos a mitad de precio, tal vez estés tirando el dinero. Eso se puede aplicar a casi todo en la vida: Lo que cuesta menos no necesariamente es lo más barato. A la larga puede llegar a costar más.

Me recuerda lo que decía mi madre de las religiones de oportunidad: no te cuestan mucho. David dijo que no ofrecería al Señor lo que no le costara nada[1]. Su religión tenía que costarle algo; tenía que valer algo, costarle algún sacrificio.

Si no cuesta nada, es una religión barata, por así decirlo, en la que no te cuesta creer, pues solo se te pide que vayas unos cuantos minutos a la iglesia el domingo, y con eso crees que ya has pagado la deuda que tienes para con Dios y que no hace falta que lleves una vida acorde, que no necesitas vivir para Dios ni testificar.

Muchas iglesias que conozco afirman que ofrecen a la gente artículos valiosos, ¡cuando en realidad se trata de una estafa! Pero la gente está dispuesta a comprar lo que ofrecen porque no le cuesta mucho; no requiere mucho sacrificio. Puede vivir de una forma egoísta, para sí misma, sin testificar nunca, sin prestar asistencia a los demás, sin ayudar nunca a los misioneros, sin dar nunca, sin hacer nada de veras para Dios, en tanto que le dedique al Señor un poco de su tiempo.

Esas personas piensan: «Es una religión muy económica. No me cuesta mucho. No me toma mucho tiempo, no tengo que pagar mucho dinero por ella; así y todo se ve fenomenal». Hay muchos que dan dinero para su religión y su iglesia porque les parece que es una ganga, que es barato y que en realidad no tienen que sacrificarse ni servir a Dios, ni renunciar a nada, que no les cuesta mucho comparado con todo lo que obtienen.

Como los ricos que echaban sus grandes tesoros en el arca del templo. Dios no los juzgó según lo que dieron, sino según lo que les quedaba. Y comparado con lo que les quedaba, pensaron que les salía barato. Mientras que la viuda solo tenía una blanca; pero eso era todo lo que poseía y dio mucho más que todos los otros juntos. Ellos trataban de comprar una religión de oferta, pero Jesús no les creyó[2].

Desde luego, la peor estafa es que se ofrezca una salvación de oportunidad, que no salva; y al final la persona se va al infierno cuando pensaba que iría al Cielo y que lo había pagado con dinero, penitencia, asistencia a la iglesia o como sea.

Tomemos el ejemplo del fariseo y del publicano[3]. El Señor preguntó: «¿Cuál de los dos creen que fue justificado? ¿Cuál de los dos fue perdonado?» Se salvó el publicano, el pecador, el malo; y en cambio el fariseo fue condenado porque confiaba en su propia bondad y rectitud. Tenía una religión de oferta. Se creía que su bondad lo salvaba, ¡pero nuestra bondad es insuficiente!

La salvación tiene un valor inestimable, y ese precio lo pagó Jesús y Su sangre; y lo único que salva es recibir a Jesús y la salvación que ofrece. Ese es el regalo más caro que se puede recibir, el precio más alto que se podría pagar por la salvación, y solo Jesús pudo pagarlo. Lo que sea menos que eso es una religión de oferta que no salvará, y ni siquiera vale lo que se paga por ella, porque no cumple lo prometido. No brinda la verdadera salvación.

Solo Jesús pudo pagarlo, porque el precio era demasiado alto para ti. Jamás podrías permitírtelo. Por eso Él tuvo que pagarlo y luego dártelo, porque no te lo podías permitir. Con tus obras no lo podías pagar. No tenías lo que hacía falta. No pagaste suficiente.

La salvación tiene un precio tan elevado que ninguno de nosotros la podía pagar. Solo Jesús pudo comprarla para nosotros pagando con Su propia vida. Cualquier otra religión no es ninguna ganga. Tal vez parezca que es una ganga y que es barata, pero no lo es. Aunque la consigas a precio de ganga, habrás pagado más de lo que vale, porque no vale nada. ¡No te salvará!

Como ves, se aplica a todo. En todos los aspectos de la vida, no te fíes de las «gangas». Puede que ni siquiera valgan lo que se paga por ellas, en particular si no valen nada, como una salvación a precio de oferta, que en realidad no es salvación. La gente se la lleva a casa y no dura; seguro que no dura toda la vida; y desde luego que no lleva al Cielo. Esa no es ninguna ganga; ¡sale bastante cara si no da el resultado que se espera!

Solo Jesús tenía lo que hacía falta. Únicamente el amor de Dios es lo bastante grande como para pagar eso. De modo que aunque des todo lo que tienes, incluida la vida, con eso no basta; no puedes pagarlo. El precio es demasiado elevado, no te lo puedes permitir. Simplemente hay que aceptarlo como un regalo del Señor.

Si servimos al Señor, nos sacrificamos por Él y llevamos Su vida al prójimo, Su Palabra dice que obtendremos coronas de vida eterna que son mejores que el oro, con diamantes y piedras preciosas que resplandecerán como estrellas, por las almas eternas e inmortales que se hayan salvado para el reino de Jesucristo, y además tendremos vida eterna en una ciudad celestial que supera todo lo que nos podamos imaginar[4]. Cuando lo entregamos todo a Dios, a la larga nos daremos cuenta de que para las recompensas que vamos a obtener en realidad hemos pagado un precio muy económico. Y la salvación que tenemos es un regalo absoluto. ¡No tuvimos que pagar nada a cambio, porque es inestimable! En cambio, la recompensa que recibiremos será tan valiosa que lo que hayamos dado ni siquiera se podrá comparar con lo que recibiremos a cambio.

Así que en realidad somos nosotros los que conseguimos una ganga. ¡A nosotros sí que nos sale barato!

Eso me recuerda lo que respondió el Dr. Moody —que era un hombre muy ocupado—, una vez que le pidieron que fuera a hablar en una reunión. Le dijeron: «Dr. Moody, solo serán diez minutos. No le hará perder mucho tiempo, no le exigirá mucho. No le costará nada, solo unos cuantos minutos». Y respondió: «Si no me cuesta nada, no quiero ir. Si no tomará una parte suficiente de mi valioso tiempo como para que valga la pena, no voy a ir».

El tiempo perdido se fue para siempre, y aunque haya sido fácil perderlo, puede que salga muy caro. Es posible que el tiempo bien empleado haya costado mucho esfuerzo, fuerzas, sacrificio y amor; pero cuando consideramos la recompensa que tendremos aquí en la Tierra y en la otra vida, ¡es una ganga! Eso es lo que yo llamo una ganga; aunque te cueste todo lo que tienes, es una ganga. Verás que la recompensa que recibirás será una ganga, porque no habrás pagado ni la mitad del valor que tiene.

Probablemente nos daremos cuenta de que muchas de las cosas que hicimos y el tiempo que perdimos no fueron ninguna ganga. Pagamos varias veces el valor real de ese placer o ese tiempo perdido, porque nos salió caro. ¿Verdad que es un hecho? Y en cuanto a la religión que siguen algunos, ¡se van a dar cuenta de que es bastante cara! Creen que no les cuesta mucho, pero cuando se den cuenta de todo lo que se pierden con esa religión cómoda, esa fe cómoda, verán que en realidad es una religión bastante cara.

En cambio, aquellos a quienes les costó todo, cuando vean lo que reciben a cambio, pensarán: «¡Vaya, qué ganga! Lo dimos todo, pero lo que recibimos a cambio vale mucho más que lo que jamás habríamos podido dar». A eso le llamo una ganga, cuando se recibe a cambio mucho más de lo que se pagó y algo de mucho más valor que lo que pagaste. Es una ganga si se entrega todo por algo y a cambio se recibe más que todo lo que se invirtió; y no es una ganga si por algo no se ha pagado nada, o se ha pagado poco, y a cambio se recibe aún menos.

Que Dios te bendiga y te ayude a seguir viviendo para Jesús. Las almas son gangas inestimables. «Vuestro galardón es grande en los Cielos»[5]. Estar eternamente en el Cielo y con Jesús es la mayor ganga de todas. Es gratis para nosotros, ¡pero Él pagó un precio muy alto! ¿Te sientes tan agradecido que a cambio quieres servir a Jesús y a los demás?

Artículo publicado por primera vez en diciembre de 1980 y adaptado en agosto de 2013. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.


[1] 2 Samuel 24:24.

[2] V. Marcos 12:41–44, Lucas 21:1–4.

[3] Lucas 18:9–14.

[4] Daniel 12:3.

[5] Mateo 5:12.

 

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