julio 15, 2013
Tengo un amigo que compró un terreno y plantó como cien árboles frutales, hace cosa de un año. Tras adquirir la propiedad tuvo que despejarla y quitar las rocas que tenía, tarea no pequeña. Después, compró y sembró árboles jóvenes. Para regar los árboles, tiene que ir y volver en auto a la propiedad constantemente.
Los árboles frutales demoran unos siete años en dar fruto por primera vez. Pero una vez que lo dan, siguen dándolo periódicamente durante años. Por ejemplo, un manzano da fruto como por treinta y cinco años; un peral puede llegar a dar fruto durante más de cien años.
Esta mañana, pensaba en mi amigo y sus árboles, y comparaba lo suyo con la jardinería, a la que yo también me dediqué una vez, hace como veinte años, cuando vivía en Canadá. En aquel entonces vivíamos en una propiedad de dos hectáreas. Se me ocurrió sembrar una huerta para hacer algo de ejercicio (requería cavar y remover bastante). Era la primera vez que me dedicaba a esa actividad, así que me informé todo lo que pude y llegué a sembrar y cosechar durante dos años, antes de mudarme definitivamente de allí. El segundo año, la huerta dio como quinientos kilos de papas, cientos de kilos de calabaza italiana (calabacín) y enormes cantidades de alcauciles (alcachofas), maíz, frijoles, tomates, zanahorias, cebollas, ajos, rabanitos y muchas otras verduras. Dio trabajo pero fue entretenido y gratificante, y con eso pude preparar unas buenas comidas saludables.
Comparada al huerto de árboles frutales de mi amigo, mi huertita dio resultados más rápidos y a corto plazo. Pero en unos años más, su huerto le dará fruta para el resto de su vida. Su visión es trabajar y esforzarse ahora para tener unos ingresos fijos en el largo plazo. La verdad es que admiro su disposición y el compromiso que requiere invertir siete años de trabajo para lograr su meta a largo plazo, aun cuando mientras tanto no vaya a rendirle nada.
Cuando tuve mi propia huerta, leí acerca de los canadienses que fueron pioneros en la industria de la manzana, en la provincia de Columbia Británica. Sembraban sus manzanos bastante separados unos de otros para darles suficiente espacio para crecer. Durante los siete años antes de que dieran fruto aprovechaban el espacio que dejaban entre los árboles para sembrar verduras, que luego cosechaban y vendían para ganarse la vida. Una vez que los árboles comenzaban a dar fruta, iban abandonando el cultivo de verduras, y de ahí en más pasaban a vivir de las ganancias que les dejaban los manzanos[1].
Me pareció una manera interesante de equilibrar el trabajo que puede hacerse para sobrevivir a corto plazo —ocuparse de las necesidades actuales— mientras se trabaja simultáneamente en un plan a largo plazo. En cierto sentido, es un principio del éxito: hacer lo necesario para sobrevivir en el presente mientras se trabaja en pos de una meta futura. Ambos planes y metas son necesarios. Ciertos proyectos o inversiones toman más tiempo en prosperar, pero valen la pena. Da trabajo y requiere esfuerzo, pero si uno está dispuesto a hacerlo, rinde.
El objetivo de los granjeros que sembraban verduras entre sus manzanos era contar con huertas productivas durante muchas décadas. Por otra parte, tenían claro que alcanzar esa meta no sucedería de la noche a la mañana, y que mientras tanto tendrían que encontrar la manera de sobrevivir y alimentar a sus familias. Planificaban y trabajaban en pos de su meta final, pero no les daba vergüenza ocuparse de otras cosas en la espera.
Otra cosa de la que puedo dar fe, y que también aprendí cuando sembré aquella huerta grande en Canadá, es de que uno tiene que ser bastante flexible en esto de sembrar y cosechar, y saber adaptarse a las condiciones locales: el clima, el tipo de terreno (su nivel de acidez, si es arcilloso o no, etc.), y el tiempo que demoran en crecer los diversos cultivos. Algunas verduras se podían sembrar cuando el clima aún estaba frío; otras, había que esperar hasta que la tierra estuviera más calentita. Con el paso de las estaciones, cambiaba lo que podía sembrarse. Algunos cultivos sencillamente no podían sembrarse en ese tipo de tierra. A algunas plantas las atacaban áfidos u otros bichos. Algunas se enfermaban mientras que otras se ponían rozagantes. Para lograr cosechas exitosas tenía que tomar en cuenta toda una serie de factores.
En cierto sentido, la vida también es así. Algunas cosas dan fruto y otras no. Hay éxitos y hay fracasos. Algunas ideas no llegan a prosperar en determinadas circunstancias. Puede que uno se vea obligado a fijar sus metas inmediatas teniendo en cuenta la necesidad económica del momento pero que al mismo tiempo se proyecte y fije objetivos a futuro.
En la vida también atravesamos distintas estaciones, nuestras versiones particulares de la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Hay épocas en que sembramos, regamos y cuidamos lo sembrado, en que invertimos tiempo y trabajo pero sin resultados aparentes. En otras épocas vemos asomar los primeros frutos, cuando apenas comienzan a dejarse ver. A su tiempo, disfrutamos de la cosecha completa. Están los otoños, en que las cosas decaen y, por supuesto, los inviernos, en que todo se congela y nada crece. Las estaciones vienen y van; son parte de la vida. Nos toca encarar las circunstancias que nos manda la vida, adaptarnos y cambiar con las estaciones lo mejor que podamos.
Nos alegra mucho ver a miembros de LFI removiendo la tierra, sembrando y cosechando según el tipo de jardín o huerta que desean cultivar, en el lugar y de la manera en que quieren hacerlo, y conforme a las indicaciones particulares que Dios les da. Algunos se encuentran trabajando en proyectos a corto plazo mientras invierten simultáneamente en sus metas a largo plazo. Otros están invirtiendo tiempo y recursos en estudios, adquiriendo experiencia laboral en algo en particular, o estableciéndose en sus respectivas comunidades, aun sabiendo que no serán tan productivos como antes, pero que lo que están aprendiendo en este momento los beneficiará más adelante. Otros están llegando a la conclusión de que lo que estaban haciendo antes ya no era la opción más fructífera que tenían, y están siguiendo la guía del Señor en nuevos campos de mayor potencial. Y otros más —a menudo aquellos que ya llevaban años o hasta décadas invirtiendo en su trabajo— se encuentran bien establecidos y dan fruto abundante continuando en sus ministerios.
Jesús habló sobre lo que debemos hacer para llevar fruto en la vida. Dijo que si permanecíamos en Él y Él permanecía en nosotros, daríamos fruto.
El discípulo que sigue unido a Mí, y Yo unido a él, es como una rama que da mucho fruto[2].
Jesús también dijo: «Y Yo le pediré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad… En aquel día ustedes se darán cuenta de que Yo estoy en Mi Padre, y ustedes en Mí, y Yo en ustedes[3].
Si Jesús y el Espíritu Santo moran en nosotros, llevaremos fruto. Si seguimos la guía del Espíritu Santo, si estamos abiertos al Espíritu, daremos fruto. Si se lo permitimos, nos moverá conforme a Su voluntad. Nos orientará. Nos indicará adónde ir, qué hacer y cómo hacerlo. Si seguimos y hacemos lo que nos indica, llevaremos fruto.
El Espíritu de Dios vive en ti en particular, y te guía, te brinda orientación a tu medida. Tienes una conexión personal con el Señor y Su Espíritu y te guiará específicamente conforme a tu fe particular y a tu grado de disposición. Y cuando eso suceda, se supone que debes seguirlo conforme a tu fe particular. No te sientas mal si te indica que emprendas algo diferente a lo que te había indicado en otras épocas de tu vida, o distinto a lo que le dice a otros que hagan en la actualidad. No te impacientes contigo mismo si no das el mismo tipo de fruto que dabas antes. No permitas que te disuadan de seguir las indicaciones de Dios.
Según lo que dijo Jesús, la productividad está ligada al hecho de que el Espíritu de Dios habite en nosotros, de lo que podemos deducir que también tiene que ver con el grado en que sigamos al Espíritu Santo según nos guíe. A nivel individual, el sitio en que más productivo serás es aquel al que te guíe el Espíritu Santo. El sitio al que te guíe Dios es el sitio al que debes ir. Cuando obedeces, el fruto aparece.
No quiere decir que vaya a ser fruto inmediato. Puede que esta etapa de tu vida vaya a ser como los primeros años de la huerta, que dará frutos mucho mayores tras un periodo de preparación y crecimiento. O a lo mejor el Señor te indique que hagas varias cosas diferentes, algunas de las cuales rendirán fruto inmediatamente y otras que quizás lo hagan más adelante, pero por mucho tiempo. Puede que haya temporadas que requieran mucho trabajo y den poco fruto, seguidas de otras en que experimentes gran productividad.
Algunos elementos clave para lograr hacer lo que Dios te tiene deparado son la fe, la confianza y la paciencia. Fe para seguir adonde sea que te guíe; confianza para tener la certeza de que, al hacerlo, Él te saldrá al paso; y paciencia para esperar hasta que llegue la temporada de cosecha.
Permanece en Él, y tu fruto llegará.
Artículo publicado por primera vez en junio de 2011 y adaptado en julio de 2013.
Leído por Andrés Nueva Vida. Música de John: Meditation 13.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
[1] Mencioné este concepto hace unos años en Boletín de la Ofensiva nº9: Colaboración, publicado en agosto de 2009.
[2] Juan 15:5 TLA.
[3] Juan 14:16–17, 20 NVI.
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