julio 1, 2013
Anoche, justo antes de dormirnos, estuvimos comentando lo que había ocurrido durante el día y los avances que habíamos hecho, así como algunas cosas que tal vez dejamos de hacer, y recuerdo haberle dicho a María: «¡Espero estar haciendo lo mejor que puedo hacer! Espero estar haciendo lo que el Señor quiere que haga y lo que es mejor para Su obra, y espero que nuestras publicaciones sean una ayuda. Quiero estar seguro de que estén inspiradas por el Señor y alineadas con Su voluntad y de que sean lo que Él quiere que sean».
Al final del día viene bien examinar lo que hemos hecho y meditar unos momentos sobre el día y los avances que hemos logrado en él, evaluar si de verdad hemos progresado algo en cuanto a la obra de Dios, Su voluntad y lo que Él quiere que hagamos.
¿Fue un día que hizo el Señor? ¿Fue un día en que cumplimos Su voluntad y lo que Él quería? ¿Fue un día por el que nos sentimos agradecidos porque estamos seguros de que le ha agradado al Señor, y por lo tanto estamos complacidos por lo ocurrido y por lo que logramos en ese día?
Al irnos a dormir por la noche conviene meditar sobre esas cosas y evaluar si estamos obedeciendo al Señor y agradándolo, para que Él pueda decir de nosotros por ese día: «Bien, buen siervo y fiel. Entra en el gozo de tu Señor». Y así podamos irnos a dormir tranquilos y satisfechos, agradecidos y contentos por haber hecho ese día todo lo que podíamos, y por poder descansar en paz.
Se parece mucho a la actitud que con frecuencia adoptamos las personas mayores a medida que nos vamos aproximando al final del día de la vida y a la noche de nuestro sueño —la muerte—, a nuestro descanso temporal de nuestros trabajos, ¡hasta el amanecer de aquel gran nuevo día, cuando venga Jesús! Pensamos en nuestras vidas, recordamos nuestras obras y nuestras palabras, y nos preguntamos si hemos hecho todo lo que hubiéramos debido hacer por Jesús.
Yo solía cantar aquella antigua canción que decía: «Me pregunto si habré hecho todo lo posible por Jesús, después de todo lo que Él hizo por mí», una hermosa canción que habla de tomar en cuenta los valores de la vida y las cosas que logramos en esas ocasiones en que nos preguntamos si habremos hecho de verdad todo lo que podíamos por Él y si habremos cumplido con lo que quería que hiciéramos.
¿Ha sido verdaderamente una vida Suya, dedicada a Él, vivida con Su poder, Su fuerza y Su guía, conforme a Su voluntad; una vida que manifieste los frutos de Su Espíritu y los frutos de Su Palabra: almas nacidas para siempre en el reino de Dios, pequeñines instruidos en Su Palabra; niños que crecen según la disciplina e instrucción del Señor, que han aprendido a servirlo y vivir por Él?
La pregunta es: «¿Qué has hecho tú con tu vida?», y ha sido con frecuencia la pregunta que me he hecho al llegar al final del día, al acostarme por la noche a dormir. Es la pregunta que nos hacemos cuando nos acercamos al final de nuestra vida, cuando nos preparamos para descansar de los trabajos de esta vida: «¿Qué he hecho con mi vida?»
Muchas personas que han tenido experiencias de vida después de la muerte han atestiguado que cuando se presentaron delante del ángel de la muerte y del juicio, cuando vieron esa luz tan viva al final del largo túnel de las tinieblas de la muerte, la pregunta que casi todos dijeron que hacen cuando se presentan delante del ángel del juicio de Dios es: «¿Qué has hecho tú con tu vida?»
Es una buena pregunta que hacerse al final de cada día: «¿Qué he hecho con mi vida hoy? ¿Qué he hecho por Jesús?» Como dice otra vieja canción:
¿Qué vas a hacer con Jesús?
No puedes quedarte indeciso.
Algún día tu corazón se preguntará:
¿Qué va a hacer Él conmigo?
¿Qué he hecho con Jesús, y qué va a hacer Él conmigo? ¿Qué he hecho de mi vida, y qué hará Él según cómo la he vivido? ¿Cuál será mi recompensa por haberlo servido fielmente? ¿Lo he agradado? ¿Estará satisfecho conmigo? ¿Me esmeré al máximo por Jesús? ¿O cuál no será mi deshonra por mis fracasos, debilidades, desobediencias; por apartarme de Su voluntad y no seguirlo lo bastante de cerca, por no haber hecho lo que Él quería que hiciera?
Jesús dice: «En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto»[1]. El Señor quería que todos los cristianos llevaran fruto como Él, en la forma de otro cristiano, más cristianos. Del mismo modo que cuando se planta un fruto del tipo que sea; cuando uno planta una manzana, le sale todo un árbol lleno de manzanas. Y si planta una pera, todo un árbol lleno de peras. Y si un mango, todo un árbol lleno de mangos. ¡Y si un cocotero, todo un árbol lleno de cocos! ¡El Señor quería que cada cristiano enterrara su vida en la tierra del servicio a Dios, que tomara su cruz y siguiera a Jesús y llevara fruto, más cristianos como él, o aún mejores!
Porque el mismo Jesús dijo: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto»[2]. Y si salimos y morimos diariamente sirviendo al Señor, llevaremos mucho fruto, ¡más cristianos que anuncien el Evangelio a más perdidos y los conviertan al Señor!
Eso es lo mínimo que Él puede esperar de nuestra vida y de nuestra salvación. Él murió para salvarnos a nosotros; ¿por qué no habríamos de dar nosotros también la vida para salvar a los demás? De hecho, el apóstol dice: «En esto se manifiesta el amor de Dios en nosotros, en que como Jesús murió por nosotros, así también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos»[3].
Ahora nos pregunta a cada uno: «¿Qué han hecho ustedes con su vida?» Y algún día nos lo preguntará, cuando tengamos que responder a esa pregunta en el juicio: «¿Qué has hecho tú con tu vida?»
Eso es lo que se nos preguntará a cada uno y lo que deberíamos preguntarnos cada día, lo que Dios nos preguntará cuando lleguemos al ocaso de la vida y lo veamos cara a cara.
«Una sola vida, que pronto pasará;
solo lo que hagamos por Jesús perdurará.»
«No es de necios entregar lo que no se puede conservar para ganar lo que no se puede perder».
«Entonces Jesús dijo a Sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame»[4]. «Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna»[5]. «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto».
Que Dios te bendiga y te guarde y haga de ti una bendición para muchos. ¡Nunca te pesará, porque Dios es amor, y Él te ama y cuidará de ti hasta el final! Entonces escucharás Su: «Bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu Señor»[6]. Para siempre. Con todas las almas que hayan entrado eternamente en Su reino gracias a tu amor.
¿Le habré dado a Jesús toda mi vida,
a Él, que es mi Salvador?
De solo pensar en Su sacrificio en el Calvario,
sé que de mí espera lo mejor.
Es tanto el tiempo que he desperdiciado…
Tan poco el que le he dedicado Él...
Es muestra de lo poco que en realidad lo amo,
pero aunque le duele, Él permanece fiel.
¿Habré cuidado a otros como debo
o los habré dejado perecer?
Quizás haya guiado a alguien a Cristo
y haya sembrado la semilla de la vida en él.
Ya no me quedaré más en el valle;
partiré en nombre del Señor
a trasmitirle a un mundo agonizante
las buenas nuevas del amor de Dios.
¿A cuántos he ayudado en este día?
¿A cuántos esperanza en Dios les di?
Me pregunto si hice todo lo posible
cuando Él tanto hizo por mí.
Publicado por primera vez en octubre de 1982 y adaptado en julio de 2013.
Leído por Andrés Nueva Vida. Música de John: Meditation 20.
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
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